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Capítulo VI: Sombras y brasas

  La celda era poco más que una tumba helada, sumida en sombras espesas y un frío que calaba hasta los huesos. Solo una tenue luz rompía la penumbra, parpadeando débilmente en la punta de uno de los dedos de Joás. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente seguía alerta. Algo no estaba bien. Sus músculos se tensaron al sentir una presencia… una mirada clavada en él.

  Más allá de los barrotes, dos ojos rojos destellaron en la oscuridad, observándolo con una fijeza inhumana. No eran los de una bestia... eran peores. Fríos, afilados, carentes de miedo a la oscuridad oa lo que acechaba en ella. Entonces, surgió una silueta de las sombras: Luna.

  —Te acostumbrarás. —Su voz sonó tranquila, casi indiferente, pero había algo afilado en ella.

  Joás soltó una risa seca y burlona. Con esfuerzo, se incorporó y apoyó la espalda contra la pared helada.

  —Oh, sí, claro. Seguro que me encantará la decoración y el frío. —Su mirada recorrió la celda con fingido entusiasmo antes de posarse en la de Luna. Con sarcasmo, a?adió—: ?Viniste a asegurarte de que no muriera congelada? Si es así, podrías acompa?arme y darme algo de calor… o al menos conseguirme un lugar un poco más acogedor.

  Luna suspir, cruzndose de brazos.

  —Vienes con actitud de salvador, pero sigue siendo solo un prisionero para nosotros. —Se inclinó levemente hacia él, sus ojos brillando con una intensidad peligrosa—. Si realmente quieres sobrevivir aquí, será mejor que dejes de jugar y empieces a tomarte esto en serio.

  Joás esbozó una sonrisa, pero en su mirada había un destello frío.

  —Oh, me lo tomo en serio, Luna. Lo que no me gusta es ser tratado como un animal enjaulado.

  —?Y qué esperabas? —Luna replicó con frialdad, su mirada fija en él—. Aún no sabemos qué eres.

  El silencio se extendía entre ellos, denso como el frío que impregnaba la celda. Joás susspiró y se pasó una mano por el cabello, con una mezcla de resignación y burla.

  —Entonces, diez centavos… ?Cuál es mi condena? ?Me van a diseccionar? ?A experimentar conmigo? ?O simplemente esperarán a que me vuelva sumiso después de congelarme aquí abajo? Aunque dudo que me dejen morir... ustedes me necesitan más de lo que quieren admitir.

  Una sonrisa gélida se dibujó en su rostro al clavar su mirada en Luna.

  Ella lo observará en silencio por un momento, calibrándolo antes de hablar.

  —Eso depende de ti. Es cierto que no te dejaremos morir… pero eso no significa que vayas a vivir en buenas condiciones. Tu destino está en tus manos.

  Joás arqueó una ceja, divertido.

  —Vaya, qué generosa oferta.

  Luna ignoró su sarcasmo y se acercó un poco más a los barrotes.

  —Marcus quiere respuestas. Los líderes también. —Su voz sonó más baja, pero firme—. Si cooperas, podrías conseguir algo más que este agujero helado como habitación.

  Joás la miró en silencio, su sonrisa ladeada escondía algo más que burla. Algo afilado, peligroso.

  —?Y si no quiero?

  Luna ni siquiera pesta?eó y fríamente respondió.

  —Entonces, no te quejes cuando te pasen cosas que ni en tus peores pesadillas podrías imaginar.

  El aire en la celda parecía volverse más denso, más pesado. Algo en su tono no era una amenaza vacía, sino una certeza. Joás soltó una risa baja, áspera, frotándose las mu?ecas aún marcadas por las cadenas.

  —No me canso de lo frío que eres… —susurró, inclinando la cabeza—. Y lo dices con tanta seguridad… Me pregunto qué tan lejos llegarías.

  Luna no se inmutó.

  —Lo suficiente.

  Joás entrecerró los ojos, evaluándola, dejando que el silencio se extendiera entre ellos como un filo invisible. Luego, suspir con fingida resignacin.

  —Supongo que no tengo muchas opciones, ?eh? —Se acercó lentamente a los barrotes, apoyando las manos en el metal helado—. Está bien, jugaré… por ahora.

  Luna sostuvo su mirada, sus ojos rojos brillando con una intensidad oscura, como si tratara de leer lo que había más allá de su máscara de arrogancia.

  —Ma?ana vendrán por ti. Más te vale estar listo.

  Se giró y salió sin esperar respuesta. La puerta se cerró tras ella con un eco hueco y metálico, dejando a Joás sumido en la penumbra.

  Su sonrisa se desvaneció.

  —Respuestas, ?eh…? —susurró para sí mismo, con una sombra de algo más sombrío en su voz—. Veremos si están preparados.

  El frío mordía la celda, pero Joás apenas lo sentía. Habían cosas mucho más inquietantes en su mente, acostándose en la cama, cerro los ojos y se dispuso a descansar.

  —?Despierta! ?Despierta!

  Eliot se incorporó de un salto, su corazón latiendo con fuerza. Su respiración era agitada mientras escaneaba la habitación con los ojos muy abiertos, buscando a la persona —o lo que fuera— que lo había despertado de esa forma.

  —Oh, lo siento, peque?o. No era mi intención asustarte —dijo una voz femenina con tono tranquilo.

  Eliot giró la cabeza y vio a una mujer de pie al lado de la cama. Su expresión era relajada y una leve sonrisa curvaba sus labios.

  —?Quién eres? —preguntó con cierto recelo.

  —Soy Elira, líder de los ingenieros. ?Luna te habló de mí? —respondió ella con voz serena.

  El ni?o frunció el ce?o, procesando la información.

  —Ah, sí… Eres la se?ora que va a preguntarme sobre mis inventos y sobre Joás, ?verdad? Luna lo mencionó.

  Elira arqueó una ceja y dejó escapar una peque?a risa.

  —?"Se?ora"? Bueno… supongo que podría ser peor.

  Eliot la miró con inocente confusión.

  —Pero sí eres mayor que yo.

  Elira suspiró con fingida resignación.

  —Supongo que tienes razón ni?o —bromeó antes de sacudir la cabeza—. En fin, ?te parece si hablamos en la sala mientras tomamos algo caliente? Este frío me está matando.

  El ni?o dudó por un instante, pero luego asintió y siguió a Elira en silencio. Caminaron por el pasillo hasta llegar a la sala, un espacio sorprendentemente cálido y acogedor, muy distinto a lo que Eliot estaba acostumbrado.

  La residencia de Luna era un lujo en medio de aquel mundo helado. Las paredes estaban firmes y bien aisladas, la iluminación era tenue pero agradable, y todo estaba limpio y organizado, algo casi impensable en una realidad donde la suciedad y el caos reinaban. Para Eliot, y probablemente para cualquiera en ese infierno gélido, aquel lugar parecía sacado de otro mundo.

  —Vaya… —murmuró el ni?o sin darse cuenta, recorriendo la habitación con la mirada.

  Elira notó su asombro y esbozó una sonrisa.

  —Bonito, ?verdad? Es raro encontrar un sitio así en este desastre, pero Luna se aseguró de que fuera un refugio… al menos para algunos, supongo que va muy bien con su personalidad

  Eliot asintió en silencio, todavía maravillado por el lugar. Pero algo dentro de él no terminaba de encajar.

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  —Luna es una mujer muy fría… ?o eso es lo que recuerdo? —murmuró, más para sí mismo que para los demás.

  Elira esbozó una leve sonrisa antes de responder, su mirada perdiéndose en la nada por un instante.

  —Puede parecerlo, pero en realidad no es así. Luna es mucho más cálida y dulce de lo que deja ver. Pero en este mundo, si no te endureces, terminas perdiéndote.

  Antes de que Eliot pudiera decir algo más, la puerta de la sala se abrió y tres personas entraron. Dos de ellas ya las conocía: Luna y Elian. Pero la tercera llamó su atención de inmediato.

  Era una mujer de piel blanca, con un largo cabello negro y ojos oscuros e intensos. Sus rasgos eran delicados, con una belleza exótica que Eliot no pudo evitar notar.

  —?Hola, Eliot! ?Cómo estás? —Elian lo saludó con entusiasmo, sentándose en una de las sillas con su habitual energía.

  Luna, con su tono más calmado, también le dirigió unas palabras.

  —?Dormiste bien?

  Eliot asintió, todavía un poco cohibido.

  —Sí, aunque… lo que más me sorprendió fue lo bonita que es tu casa.

  Luna inclinó levemente la cabeza en agradecimiento.

  —Gracias. Me alegra que te sientas cómodo aquí.

  Elira, que había estado observando la interacción, decidió tomar la palabra.

  —Nos alegra que estés más tranquilo, Eliot. Quisimos traer a estos dos para que entres en confianza y veas que no queremos hacerte da?o. Ah, por cierto —se?aló a la mujer de cabello negro—, ella es Cristina. Es parte de mi facción y se podría decir que es mi segunda al mando.

  Cristina, sonrió con amabilidad, inclinando levemente la cabeza.

  —Es un gusto conocerte, jovencito.

  Eliot sintió un calor repentino subirle al rostro y, sin poder evitarlo, se ruborizó. Tartamudeando un poco, le devolvió el saludo con un leve gesto de cabeza.

  Elira, notando su reacción, sonrió con diversión antes de continuar.

  —En realidad, ella debería estar acompa?ada por su esposo, pero… bueno, se quedó en el laboratorio. Está estudiando tu interesante linterna y otros artefactos.

  Eliot parpadeó, intrigado.

  —?Estudiándolos?

  Cristina asintió.

  —Sí. Tu invento nos dejó bastante curiosos.

  El ni?o sintió un peque?o orgullo inflarse en su pecho. Tal vez, después de todo, no era tan malo como creía este lugar.

  El sonido de una libreta al ser hojeada rompió el silencio, trayendo de vuelta a Eliot a la realidad. Frente a él, Elira anotaba con calma antes de levantar la vista y empezar a describirlo en voz alta.

  —Ni?o de aproximadamente ocho a?os, estatura de 1.50 metros, complexión delgada, cabello y ojos negros… —hizo una breve pausa, observándolo con atención—. Un lunar en la frente… ?es correcto?

  Le dedicó una leve sonrisa, esperando su confirmación.

  Eliot asintió en silencio.

  Elira cerró la libreta por un momento y le dirigió una mirada serena.

  —Voy a hacerte algunas preguntas. Respóndelas con calma, ?sí? Si en algún momento te sientes incómodo, dime y pararemos.

  El ni?o volvió a asentir, apretando las manos sobre su regazo.

  —Bien, Eliot. ?De dónde vienes?

  El peque?o tardó un momento en responder, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado.

  —Vengo del sur… —su voz sonaba tímida, casi temblorosa—. De un campamento peque?o donde solo estaba mi familia. éramos seis… mi mamá, Leonor… mi hermano mayor, Arturo… luego mis otros dos hermanos, los mellizos Luis y Laura… y mi hermana mayor, Antonella.

  Hizo una pausa, bajando la mirada.

  —Vivíamos en unas ruinas… de un pueblo. Lo convertimos en nuestro hogar.

  Elira intercambió una rápida mirada con Cristina, quien seguía anotando cada palabra en la libreta. Luego, con suavidad pero sin perder firmeza, formuló la siguiente pregunta.

  —?Dónde está ahora tu familia, Eliot?

  El ni?o tensó los hombros. Sus peque?os pu?os se cerraron con fuerza sobre sus piernas. Durante unos segundos, no respondió. Solo negó con la cabeza, sin levantar la mirada.

  Cuando por fin habló, su voz salió rota, apenas un susurro.

  —Ya no están aquí…

  Elira observó cómo Eliot apretaba los labios, conteniendo las lágrimas. Un pesado silencio se instaló en la sala.

  Cristina dejó de escribir.

  La conversación recién comenzaba, pero ya había tocado una herida que nunca terminaría de cerrar.

  Luna, en silencio, apoyó una mano en la espalda del peque?o Eliot, un gesto sutil, pero reconfortante. Todos lo observaron con pesar, sintiendo el peso de su pérdida reflejado en su mirada.

  Elira suspiró, sintiendo la tensión en el aire.

  —Lo siento, Eliot —murmuró con sinceridad antes de cambiar de tema—. Dime… esa linterna que creaste, me han dicho que sirve para ahuyentar a los caminantes. ?Es cierto?

  Le dedicó una leve sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.

  Eliot parpadeó un par de veces antes de asentir.

  —Sí… —su voz seguía sonando frágil, pero se esforzó por responder—. La linterna emite una frecuencia de luz que afecta su visión y los hace ver una ilusión… es un mecanismo basado en la forma en la que perciben el entorno, dándoles una sensación de ver una gran llamarada de fuego encima de ellos.

  Mientras hablaba, su tono se volvía más firme, más seguro, como si, por un momento, pudiera perderse en la explicación y olvidar el dolor.

  —Funciona con un sistema capaz de aprovechar las llamas y generar una luz pulsante. Aunque, curiosamente, solo responde a las llamas de Joás… —continuó, gesticulando con las manos—. Son extra?as, casi como si estuvieran vivas. Esa particularidad las hace increíblemente potentes. Al principio, solo era una teoría, pero luego descubrí que…

  Hizo una pausa. Sus ojos se oscurecieron con melancolía.

  —La idea la saqué de mi hermano, Arturo. él era un verdadero inventor… su mente era brillante…

  Su voz se quebró en la última frase.

  Elira lo observó en silencio, sin interrumpirlo. En ese momento, entendió que aquella linterna no era solo un invento. Era un recuerdo, una prueba de que, de alguna forma, su familia seguía con él.

  —Disculpa, Eliot, no queríamos hacerte recordar cosas dolorosas… —se disculpó Cristina con una sonrisa melancólica, tratando de aliviar la tristeza del ni?o.

  Eliot negó con la cabeza y respondió con calma:

  —No pasa nada. Es algo que debo dejar atrás… Tengo que seguir adelante.

  Elira asintió y, retomando su tono serio y curioso, prosiguió con la siguiente pregunta:

  —?Cómo conoces a Joás? Nunca mencionaste que fuera parte de tu familia, ?qué vínculo tienes con él?

  Su pregunta despertó la intriga de todos en la sala. Joás era un enigma en todo sentido, y cualquier información sobre él resultaba valiosa.

  Eliot la miró directamente a los ojos antes de responder con serenidad:

  —Es cierto, Joás no es parte de mi familia… al menos, no de forma directa.

  Elian frunció el ce?o y preguntó con interés:

  —?De forma directa? ?Qué quieres decir?

  Eliot asintió y explicó:

  —Joás fue… adoptado, por así decirlo. O eso me dijo mi mamá. él llegó a nuestro campamento hace unos siete meses, cuando ella y mis hermanos mayores, Arturo y Luis, lo encontraron.

  El silencio se apoderó de la sala. Todos se miraron entre sí, sorprendidos por la revelación.

  Elira entrecerró los ojos, la sorpresa dando paso a una inquietud latente.

  —?Lo encontraron? —su voz sonó más grave—. ?Dónde exactamente?

  Eliot asintió lentamente, su expresión ensombrecida.

  —Sí… No sé mucho, pero mi madre y mis hermanos lo hallaron en una de sus expediciones al páramo helado. Dijeron que estaba dentro de un edificio… aunque nunca explicaron qué tipo de lugar era. Parecía que preferían no hablar demasiado del tema.

  El silencio se deslizó como un manto helado sobre la sala. Las sombras de la chimenea parpadearon en las paredes.

  —Joás no sabía nada del mundo cuando llegó —continuó Eliot, su voz apenas un susurro—. Era como si… hubiera nacido ese mismo día. No recordaba quién era, ni de dónde venía. Sus ojos estaban vacíos, como si su mente fuera un abismo sin fondo.

  Se detuvo, apretando los labios, antes de agregar con un tono más sombrío:

  —Con el tiempo, tratamos de explicarle… pero la verdad es que ni nosotros entendemos completamente lo que ha pasado al mundo para haber terminado así. Solo sabemos que el mundo cayó en este invierno interminable, que criaturas horripilantes las cuales lo gobiernan desde las sombras… y que la humanidad está al borde de ser borrada, eso fue lo que le dijimos a Joás.

  El fuego chisporroteó en la oscuridad, proyectando sombras danzantes sobre los rostros de los presentes. Nadie habló. Cada respuesta de Eliot no hacía más que avivar la incertidumbre, como brasas agitadas por el viento.

  Elira rompió el silencio, su voz apenas un susurro entre el crepitar de las llamas:

  —?Entonces no saben nada sobre Joás? ?Ni de dónde viene su poder… ni cómo lo controla?

  Eliot asintió lentamente, su mirada perdida en el fuego.

  —No sabíamos nada de él —murmuró—. Ni siquiera recordaba su propio nombre. Mi madre lo llamó así por un libro que decía que "Joás" significa "fuego de Yahvé".

  Hizo una pausa. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, pero no era de alegría, sino de nostalgia te?ida de algo más… algo inquietante.

  —La primera vez que mostró su habilidad… fue como si no fuera nada extra?o para él. Como si el fuego siempre hubiera formado parte de su ser. Lo vimos surgir de sus manos, arder en sus ojos… y, por un instante, sentimos que algo más, algo que no comprendíamos, nos observaba a través de esas llamas.

  Eliot soltó una risa breve, pero vacía.

  —Mi hermano Artur y mi hermana Luisa intentaron estudiar el fuego de Joás, convencidos de que tenía una explicación. Nos hicimos mas cercanos a él, se volvió nuestro hermano confiable. No lo vimos como un monstruo…

  De pronto, su rostro se ensombreció. Su piel palideció, y sus ojos reflejaron algo más profundo que el miedo: el recuerdo de un horror latente, inescapable.

  —Pero tuvo que pasar ese día… —susurró, y su voz tembló con la fragilidad de un vidrio a punto de romperse.

  El fuego crepitó más fuerte, como si respondiera a sus palabras. Y en el aire denso de la noche, la sombra de un recuerdo innombrable pareció alzarse entre las llamas.

  —?Qué día, Eliot? —preguntó Elira con una mezcla de curiosidad y urgencia.

  Cristina intentó intervenir, consciente del peso de la pregunta, pero antes de que pudiera hacerlo, Luna la detuvo con un leve movimiento de cabeza. No podían callarlo. Todos necesitaban saber la verdad, incluso si eso significaba presionar a un ni?o para que reviviera su peor pesadilla.

  Eliot bajó la mirada. Su rostro se tornó sombrío, como si una sombra oscura lo envolviera. Sus labios temblaron antes de pronunciar las siguientes palabras, impregnadas de horror:

  —Aquel maldito día…

  El aire pareció volverse más denso, y el fuego chisporroteó como si reaccionara a su angustia.

  —Vimos al horizonte… y allí estaban. Una manada de Jotuns se alzaba sobre la colina que protegía nuestro campamento. Pero lo peor no eran ellos… sino la figura que se erguía frente a ellos.

  Eliot tragó saliva. Su voz tembló.

  —Un hombre… o algo que se hacía pasar por uno. Su piel era pálida, tan mortecina que parecía no haber conocido la vida. Su cabello blanco como la nieve y sus ojos… helados, vacíos, como la mismísima muerte.

  Hizo una pausa, respirando entrecortadamente.

  —Nadie pudo hablar. Nadie pudo moverse. Solo el sonido del viento, pesado, opresivo. Entonces, lo escuché… su voz. No gritó, no ordenó con furia. No. Lo dijo con decepción, como si esperara algo… como si nosotros no fuéramos suficientes.

  –"él no está aquí", susurró.

  –Y luego… alzó su mano.

  Eliot apretó los dientes. Sus ojos se llenaron de terror.

  —Los Jotuns… esas bestias gigantescas… se lanzaron sobre nosotros como perros de caza. Se abalanzaron contra nosotros, el pánico y el miedo se hicieron presente en cada uno.

  Su voz se quebró. Se llevó las manos a la cabeza, cerrando los ojos con fuerza, como si quisiera borrar las imágenes que su propia mente proyectaba.

  —Mi madre nos tomó de la mano… a Antonella y a mí. Corrimos. Pero al mirar atrás… vi a mis hermanos… a Artur, guiando a los demás… posicionándose para defender el campamento…

  Se detuvo. Sus hombros temblaban.

  —Mi madre… nos ordenó que corriéramos al refugio. Que esperáramos allí… que vendrían por nosotros…

  Un sollozo escapó de su garganta. Pero Eliot ya no pudo seguir. Su cuerpo entero se sacudía con el peso de aquel recuerdo.

  Y en la tenue luz del fuego, sus lágrimas parecían reflejar las llamas de aquel infierno que una vez consumió todo lo que amaba. El silencio en la sala fue absoluto. Nadie sabía qué decir. Las palabras de Eliot, cada frase, se sentían como una pesadilla real, un eco del terror que todavía resonaba en su mente. El relato del ni?o no solo había revelado una tragedia, si no también algo sin precedentes.

  Elira, Cristina y Elian se quedaron en silencio, atrapados en la gravedad del momento. Ninguno sabía cómo ofrecer consuelo ante el peso de aquella confesión. Solo Luna se acercó al ni?o, envolviéndolo en un fuerte y cálido abrazo. Eliot, incapaz de sostenerse por más tiempo, se derrumbó en sus brazos, aferrándose con desesperación a ella, como si temiera que al soltarla, los horrores de su pasado volvieran a devorarlo.

  Elira, todavía asimilando lo que acababa de escuchar, sintió un vértigo recorrer su cuerpo. Sus piernas flaquearon y, antes de perderse en el caos de sus pensamientos, dejó escapar una pregunta, su voz cargada de incredulidad:

  —?Jotuns… siendo liderados por un hombre? ?Obedeciendo órdenes? Esto no tiene sentido… Ni siquiera los Jotuns pueden andar en grupos sin destrozarse entre ellos. Son bestias salvajes, territoriales, despiadadas… Y ahora me dices que se movían en manada, como si fueran soldados de alguien más… —Se llevó las manos a la cabeza, intentando darle coherencia a lo inconcebible.

  Luna la miró con frialdad antes de girarse hacia Elian.

  —Llévalo a mi habitación. Que descanse.

  Su tono no admitía discusión. La sesión de preguntas había terminado. Eliot ya había revivido suficiente horror por una noche.

  Elian asintió de inmediato y, sin perder un segundo más, tomó al ni?o con cuidado, guiándolo fuera de la sala. El peque?o no opuso resistencia; su cuerpo parecía vacío, consumido por los recuerdos que lo atormentaban.

  Cuando la puerta se cerró tras ellos, solo quedaron Elira, Cristina y Luna. Nadie habló. El peso de lo que acababan de escuchar pendía sobre ellas como una sombra oscura y densa, dejando un escalofrío en el aire.

  —?Qué acabamos de escuchar? —murmuró Cristina, su voz apenas un susurro cargado de incredulidad. Sus ojos oscilaban entre sus compa?eras, buscando respuestas que ninguna tenía.

  —No lo sé… —respondió Elira tras un tenso silencio—, pero sea lo que sea, no es algo que podamos ignorar. Tenemos que informarlo a los demás líderes de facción y al consejo.

  Luna ascendiendo con gravedad. Sin embargo, cuando las tres se disponían a levantarse, un golpe seco en la puerta las detuvo en seco. Se miraron entre sí, tensas. Un segundo golpe, más fuerte esta vez.

  La puerta se abrió con un chirrido, dejando entrar a un grupo de la Guardia de Hielo y exploradores. Sus rostros reflejaban urgencia, pero también… inquietud.

  —Comandante Luna —habló uno de ellos con voz firme, pero con un atisbo de tensión—, debe venir de inmediato. Algo va muy mal en la sala de interrogación.

  Un escalofrío recorrió la espalda de Luna. Por un instante, nadie se movió.

  — ?Qué ocurrió? —preguntó, sintiendo un mal presentimiento abrirse paso en su pecho.

  Los guardias se miraron entre sí, inseguros, hasta que el líder del grupo habló:

  —No lo sabemos con certeza… solo que el se?or Maelis y el se?or Magnar han solicitado su presencia con urgencia. El prisionero, Joás, se niega a cooperar y, al parecer, está a punto de ser ejecutado a golpes. Dijo que solo hablaría con usted.

  Por un instante, el silencio en la sala se volvió sofocante. Luna sintió un nudo en el estómago. No podía darme cuenta del lujo de ignorar la situación.

  Sin perder más tiempo, se levantó y salió de la habitación, caminando un paso rápido se dirigió a la sala de interrogatorio en busca de controlar la situación.

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