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Capítulo VI: Sombras y brasas parte II

  El golpe estalló en la sala con el sordo eco de carne y hueso quebrándose contra el pu?o cerrado. Joás inclinó la cabeza hacia un lado, escupiendo una mezcla espesa de sangre y saliva, mientras una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro amoratado. Sus ojos vidriosos se clavaron de nuevo en su agresor, desafiantes, casi burlones.

  Maelis lo observaba con la fría impasibilidad de un verdugo acostumbrado a la crueldad, sus nudillos aún palpitando por el impacto. La penumbra devoraba sus rasgos afilados, solo interrumpida por el vaivén enfermizo de la lámpara oscilante que arrancaba destellos febriles de sus ojos sin alma. A su lado, Magnar permanecía apoyado contra la mesa de interrogación, su silueta rígida envuelta en un silencio cargado de desaprobación. La sombra le ocultaba parcialmente el rostro, pero la crispación de su mandíbula delataba la lucha interna por contener el desprecio hacia los métodos brutales de su compa?ero.

  La sala era un cubículo asfixiante, encajado entre paredes de hierro que rezumaban óxido y humedad. La lámpara parpadeaba con una luz amarillenta, proyectando sombras distorsionadas que parecían retorcerse con vida propia sobre el suelo agrietado. Una ventana oscura dominaba uno de los muros, un vidrio ennegrecido que devolvía el reflejo deformado de los presentes, sugiriendo la inquietante presencia de ojos ocultos al otro lado.

  El aire era denso, cargado con el hedor metálico de la sangre reciente y el sudor rancio, impregnando los pulmones con cada respiración. El tiempo en aquel lugar parecía haber sido detenido, atrapado en un ciclo interminable de preguntas sin respuestas, donde el dolor era la única certeza y la voluntad se deshacía lentamente bajo el peso de la espera.

  — ?Eso es todo? —Joás alzó una ceja, lamiéndose el labio partido con lenta insolencia—. Vamos, Maelis... esperaba que golpearas más fuerte. Pero veo que no es así... supongo que, como tu nombre, golpeas con la misma delicadeza.

  Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro demacrado, la sangre resbalando entre los surcos de su piel destrozada.

  El semblante curtido de Maelis, marcado por viejas cicatrices de batalla, se tensó. Las venas se hinchaban en su frente, palpitando con la furia contenida. Su inmenso brazo se crispó, el pu?o apretado, listo para descargar otro golpe que tal vez esta vez quebraría algo más que el orgullo del moribundo.

  —?Por qué no cooperas, Joás? —La voz de Magnar rompió el aire cargado, pesado y cansada.

  Se apartó de la mesa con desgano, su mirada sombría alternando entre víctima y verdugo.

  —?Y tú, Maelis? ?De verdad crees que así le sacaremos algo?

  Soltando al moribundo, Maelis se dirigió al anciano que lo acompa?aba en el interrogatorio, su voz cargada de furia.

  — ?Ves que este tarado no coopera? Tenemos que extraer la información como sea, y si eso significa molerlo a golpes, pues yo encantado —espetó, lanzando una mirada fulminante a Joás, quien solo respondía con su sonrisa burlona, ??desafiando en silencio.

  El anciano Magnar replicó con tono severo:

  —Pero no de esta forma. A este paso lo vas a matar y no obtendremos nada de información.

  La tensión crecía entre los dos hombres, enredándose en una peque?a discusión sobre los métodos a emplear con el testarudo prisionero. El aire se espesaba con la mezcla de sudor y sangre, hasta que un golpe seco abrió la puerta.

  Luna entró con el grupo de soldados que la habían ido a buscar. Su presencia heló la atmósfera. Se acercó con calma, aunque el enojo latente se delataba en su mirada punzante.

  —?Qué diablos está pasando? ?No se supone que lo iban a interrogar? ?Por qué está en ese estado? —su voz cortaba el aire como una cuchilla.

  La mirada gélida de Luna se clavó en ambos hombres. Maelis, sorprendida por la interrupción, se irguió, su cuerpo musculoso imponiéndose.

  — ?Qué haces aquí, Luna? No deberías estar aquí. Magnar y yo somos los responsables de extraer información a esta mierda —gru?ó, con tono autoritario.

  Pero la joven no retrocedió. Su mirada fría y serena se mantuvo firme.

  —Esto no parece un interrogatorio. Parece que lo matas a golpes sin conseguir nada útil de esta situación.

  Colocándose entre los dos, Magnar murmuró con voz cansada:

  —Se niega a decir algo que no sean insultos o burlas sarcásticas. Lo único relevante que mencionó es que solo hablaría contigo… y como ves, la situación escaló hasta este punto. Apoyó la cabeza en su mano, su expresión sombría reflejaba la fatiga de la espera.

  —?Y por eso me llamaron? —replicó Luna con frialdad.

  El anciano la miró, sorprendido.

  —Nosotros no te mandamos a llamar…

  Sus palabras dejaron una sombra de desconcierto en el aire. Maelis y él giraron de inmediato hacia el ventanal grande y oscuro que dominaba una de las paredes del cuarto. Un escalofrío recorrió la habitación.

  —Maldito Marcus… —gru?ó Maelis, su voz impregnada de ira.

  Luna no le prestó atención. En su lugar, avanzó un paso y, con una mirada fría y autoritaria, ordenó:

  —Ustedes dos, fuera. Déjenme esto a mí.

  Magnar ascendió con desgano, pero Maelis se quedó inmóvil, fulminándola con una mirada desafiante.

  —Que alguien traiga un equipo médico. Traten a Joas antes de que sea demasiado tarde. —La orden de Luna fue clara y firme.

  —Interrogarlo nos fue encomendado —espetó Maelis con desdén, su tono impregnado de desafío.

  Luna apenas inclinó el rostro, su expresión se volvió más oscura, su voz descendió a un susurro gelido, tan afilado como una cuchilla deslizándose por la piel:

  —Y sin embargo, aquí estás… sin resultados. Así que, si no quieres problemas conmigo y deseas que cumplamos con nuestro cometido, te sugiero que te marches… y me dejes sola con él.

  Maelis apretó los dientes. Su musculoso pecho subía y bajaba con cada respiración de furia contenida. Finalmente, soltó un resoplido de inconformidad, murmurando con veneno antes de retirarse:

  —Igual que su maldito padre…

  Los dos hombres abandonan la habitación, dejando a Luna sola con aquel hombre. La oscuridad pareció cerrarse a su alrededor. La presencia de Joas, moribundo y silencioso, era una sombra agonizante en medio del ambiente espeso.

  —Pensé que nunca llegarías a salvarme, Luna… —murmuró Joas con sarcasmo, su voz rasposa por el dolor. Su rostro, desfigurado por la paliza recibida, se torció en una débil sonrisa.

  Luna lo observó en silencio antes de dejarse caer en la silla frente a él. Su expresión era fría, pero había un matiz de cansancio en su mirada.

  —?Por qué siempre haces las cosas tan difíciles? —refutó, con un deje de hastío.

  Joas soltó una risa seca que se convirtió en un gemido ahogado.

  —No sería divertido si no lo hiciera, ?no? Aunque debo admitir que esos dos sujetos jugaron muy mal su papel de policía bueno y policía malo. No sirven para eso. En las novelas es mucho más emocionante… en cambio, el grandote solo se limitaba a golpearme y el anciano a refunfu?ar como si eso cambiara algo. Fue una actuación horrible… por eso me aburrí.

  Su tono estaba impregnado de burla, pero sus ojos reflejaban un brillo febril, una mezcla de dolor y desdén.

  Luna entrecerró los ojos, analizándolo.

  —?Por eso no cooperaste? ?Acaso no te dolía cuando te golpeaban? Lo normal habría sido que hablaras rápido, Joas.

  él la miró sin responder de inmediato, su media sonrisa apenas sostenida en su rostro ensangrentado. Luna suspiró y apartó la vista, hojeando los papeles con las observaciones del interrogatorio.

  —Como sea… Magnar vendrá pronto con el equipo médico. Te tratarán las heridas. Hasta entonces, resiste… y coopera conmigo, por favor.

  Su voz sonaba más firme esta vez, pero Joas simplemente la observó en silencio, la sombra de su sonrisa todavía en su rostro maltratado.

  —No es necesario, Luna… —murmuró Joas con una sonrisa torcida.

  Apenas terminó de hablar, unas llamas espectrales comenzaron a surgir de su piel maltratada. Se retorcían como serpientes ardientes sobre su rostro moreteado y desfigurado, devorando lentamente cada herida, cada rastro de la brutal paliza que había recibido. La carne se regeneraba ante sus ojos, restaurándolo hasta quedar intacto, como si jamás hubiera sido golpeado.

  Luna observó la escena en silencio, su expresión inmutable. No mostró horror ni asombro, solo un gélido análisis de lo que ocurría ante ella. Finalmente, con un tono sobrio, rompió el silencio:

  —Definitivamente, no eres alguien normal… Aunque debo admitir que tu nuevo truco es espeluznantemente interesante.

  Sus ojos se encontraron con los de Joas, estudiándolo con la misma frialdad que un depredador observa a su presa.

  —?JAJAJAJAJAJA! —soltó una carcajada estruendosa, como si aquello fuera el mayor espectáculo de su vida.

  —Por eso me gusta hablar contigo —continuó con tono juguetón mientras la miraba fijamente—. En lugar de actuar como lo haría cualquier otra persona o como en un maldito libro, solo te limitas a reaccionar con esa frialdad amenazante. Esa es una de las muchas razones por las que disfruto hablar contigo, Luna.

  Su sonrisa se ensanchó, ahora sin rastro de dolor en su rostro regenerado. Parecía un espectro burlón, alguien que desafiaba incluso el concepto mismo de sufrimiento.

  —Bien. —La voz de Luna se mantuvo calma, indiferente a la actitud de Joas.

  Sin perder tiempo, continuó con el interrogatorio.

  —Hombre joven, edad aproximada de 22 a?os, tez beige, altura de 1.80 m, cabello negro y lacio, ojos naranjas, complexión atlética estándar. ?Es correcto? —preguntó con frialdad, sin apartar la vista de Joas.

  él la observó con una media sonrisa, ladeando la cabeza ligeramente.

  —Supongo que sí... Aunque lo de la edad no podría decirlo con certeza. La verdad, no lo sé. Así que pon la que quieras.

  Luna no reaccionó a la respuesta vaga, simplemente asintió y deslizó la pluma sobre el papel.

  The tale has been taken without authorization; if you see it on Amazon, report the incident.

  —Está bien, Joas. Según los registros del interrogatorio, no respondiste a ninguna de las preguntas... Afortunadamente, ya sabemos la respuesta a algunas gracias a nuestra charla con el peque?o Eliot.

  Joás dejó de sonreír. Sus ojos naranjas centellearon con un brillo peligroso al escuchar aquel nombre.

  —Oh… ?Interrogaron a Eliot? —murmuró con aparente calma. Pero luego, su expresión se torció en una mueca amenazante—. Espero que no de la misma forma en la que lo hicieron conmigo... PORQUE ENTONCES TENDRíAMOS UN PROBLEMA MUY SERIO.

  Su tono se volvió gélido, cortante, acompa?ado de una mirada fulminante que perforaba a Luna como una cuchilla.

  Ella, sin inmutarse, dejó escapar un leve suspiro antes de responder con la misma frialdad de siempre:

  —No, no lo hicimos así. No soy una bruta bárbara que permitiría un trato cruel hacia un ni?o.

  Joás la estudió en silencio por un momento, como si intentara descifrar la verdad en sus palabras, con una sonrisa de alivio Joás cambio su expresión y se dirigió a Luna Starfire

  —Lo sé, solo quería estar seguro. —La voz de Joas sonó ligera, pero su sonrisa tenía un matiz de burla—. Aunque no lo parezcas, eres una persona muy amable y dulce. Además... he notado que te gustan mucho los ni?os. Dime, Luna, ?sue?as con ser madre?

  Al decir esto, la miró con descaro, su sonrisa coqueta contrastando con la seriedad del ambiente.

  Luna parpadeó, apenas sorprendida por la estupidez de la pregunta. Luego, su expresión se endureció.

  —Deja de decir tonterías, Joas. No estamos aquí para hablar de lo que quiero o no, sino para saber más de ti.

  Su tono, afilado y frío, no dejó espacio para bromas.

  Joas soltó una breve risa, encogiéndose de hombros con aire despreocupado.

  —Una lástima… Me hubiera gustado saberlo. Tal vez así podría postularme como candidato a progenitor contigo. —Dijo aquello con tono ligero, pero sus ojos brillaban con malicia—. Pero está bien, no quiero que te enfades y termines dándome una paliza como el otro sujeto.

  Luna no reaccionó, su mirada helada perforándolo en silencio.

  Joas suspiró y, dejando atrás su tono juguetón, adoptó una expresión más seria.

  —Bien… ?Qué fue lo que les dijo Eliot sobre mí? O mejor dicho… ?hasta qué punto el ni?o habló sobre su pasado?

  El ambiente se tornó más denso, la burla había desaparecido de su voz. Ahora, en su mirada ardía algo más oscuro.

  Luna retomó la conversación con calma, su voz suave pero firme, mientras hacía un breve resumen de lo que el ni?o les había contado anteriormente.

  —En resumen… Nos habló de cómo te conoció, de dónde vivía antes… De cómo, incluso para él, sigues siendo un misterio. —Hizo una leve pausa, su mirada oscureciéndose—. También nos contó sobre el ataque a su familia… De cómo fueron masacrados por una manada de Jotuns… y de cómo esos monstruos no actuaban solos, sino bajo las órdenes de un hombre misterioso.

  Su tono se mantuvo inquebrantable, pero en sus ojos se reflejaba un atisbo de tristeza.

  Luego, su expresión cambió de inmediato. Su mirada se volvió gélida, autoritaria, implacable.

  —Así que, Joas… Quiero que me cuentes todo. Absolutamente todo lo que recuerdes de hace siete meses… desde el momento en que la madre de Eliot y sus hermanos mayores te encontraron. No quiero que te guardes nada.

  Joas dejó escapar un suspiro profundo, su mirada perdida en algún punto lejano, te?ida de una melancolía oscura.

  —Está bien… —murmuró, antes de soltar una breve risa sin alegría—. Es cierto todo lo que Eliot les dijo sobre mí.

  Hizo una pausa, como si estuviera arrastrando las palabras desde lo más hondo de su memoria.

  —Desperté en una especie de cama futurista… rodeado de cables y dispositivos que parecían sacados de una tecnología avanzada. No tenía idea de dónde estaba… ni de cómo había llegado ahí. Y entonces, me encontraron.

  Su expresión se tornó sombría.

  —Leonord… y sus dos hijos mayores, Artur y Luis. Estaban tan desconcertados como yo. No sabían quién demonios era, ni cómo era posible que me encontrara en aquel lugar completamente solo. —Soltó otra risa seca antes de continuar—. Según me contó después, ellos estaban en una de sus expediciones semanales por el páramo helado, en busca de suministros… Comida, celdas de energía, materiales… lo típico para sobrevivir en ese infierno blanco.

  Hizo una pausa, sus ojos fijos en Luna, como si quisiera medir su reacción antes de continuar.

  —Fue entonces cuando lo vieron… Un edificio gigantesco. Un coloso de metal y concreto que nunca antes había estado allí. A pesar del estado ruinoso en que se encontraba, medio consumido por el hielo y el tiempo, seguía siendo imponente. No pudieron ignorarlo. Tenían que entrar.

  Su voz descendió un tono, casi como si estuviera reviviendo la escena.

  —Y así lo hicieron… Se adentraron en sus pasillos oscuros, fríos, como si la misma muerte los esperara tras cada esquina. Y entonces… me encontraron.

  Los ojos de Joas brillaban con una intensidad inquietante.

  —Ahí estaba yo… desnudo, en medio de ese mundo gélido, rodeado de maquinaria incomprensible… pero sin mostrar una sola se?al de estar muriendo de frío.

  Un silencio pesado cayó entre ambos. Luna lo observó con la misma frialdad de siempre, pero algo en su expresión denotaba un atisbo de intriga.

  Joas continuó su relato, su voz arrastrando las palabras con un dejo de nostalgia te?ida de ironía.

  —Me llevaron con ellos. No podían dejarme ahí, abandonado en aquella estructura misteriosa… —Hizo una pausa y dejó escapar una risita burlona—. Bueno, al menos Leonord y Artur no podían hacerlo. Su gran corazón no les habría permitido ignorarme. Pero Luis… —Los ojos de Joas se entrecerraron con diversión maliciosa—. él fue el único que se opuso. Me miraba como si fuera un mal augurio, algo que no debía estar allí. Y sin embargo… como un cachorrito obediente, terminó cediendo ante la orden de su bondadosa madre.

  Suspiró con fingida resignación.

  —Y así fue como llegué a su campamento.

  Su expresión se suavizó apenas un instante, como si recordara algo agradable.

  —Vivían en las ruinas de un peque?o pueblo, un lugar devorado por el tiempo y el cruel frío. Fue ahí donde conocí al resto de los integrantes… —Una leve mueca, casi una sonrisa, cruzó fugazmente su rostro—. Estaba el peque?o Eliot, siempre curioso, y sus hermanas mayores, Laura y Antonella. Recuerdo bien sus rostros cuando me vieron llegar junto a su madre y hermanos.

  Hizo una pausa y luego chasqueó la lengua.

  —Laura, al igual que su mellizo Luis, replicó con el mismo rechazo. Pero Antonella… —Los ojos de Joas se oscurecieron—. Ella era diferente. Como su madre y su hermano mayor, me ofreció refugio sin dudarlo, con esa calidez que solo algunas personas tienen.

  Su tono se volvió más burlón.

  —Eliot, en cambio, fue el más entretenido. Se acercó a mí con esa fascinación infantil, como si estuviera observando a un animal raro. No había miedo en él… solo asombro e inquietud.

  Joas se acomodó contra la silla, su voz tornándose aún más irónica.

  —Claro, no tardaron en interrogarme. Leonord y su brillante hijo Artur querían respuestas, igual que ustedes ahora. Pero… qué diferencia, ?no? En lugar de golpes, miradas frías y esta sala helada y tétrica… en aquel entonces fue en una cama cálida, con amabilidad y respeto.

  Sonrió con sarcasmo, sus palabras rezumando veneno.

  —Qué ironico de la situacion…

  Volviendo al tema, Joas continuó su historia, su tono volviéndose más frío, más sombrío.

  —La verdad… no recuerdo nada de mí. Ni siquiera mi verdadero nombre. No sé cómo terminé en esa cama, en ese lugar, ni por qué desperté ahí. Y mucho menos entendía el estado del mundo… las criaturas que lo habitaban… —Hizo una pausa, su mirada perdida en un punto indefinido—. No sabía nada del frío eterno que lo consume todo, matando y congelando a su paso, ni de cómo los pocos humanos que aún quedan se aferran desesperadamente a la supervivencia.

  Su voz sonó grave cuando continuó:

  —Lo mismo que les digo a ustedes, se lo dije a Leonord y a Artur. Para mi sorpresa, en lugar de temerme o rechazarme, me acogieron. Con una bondad que incluso a mí me pareció absurda… —Una risa seca escapó de sus labios—. Me explicaron los horrores de este mundo, su situación… y me dieron un nombre.

  Joas inclinó la cabeza, con una sonrisa ladeada.

  —Joas… así me llamó Leonord. Dijo que le parecía un nombre lindo.

  Hubo un breve silencio antes de que retomara su relato.

  —Poco a poco, me fui integrando. Era como uno más. Un hermano para los peque?os… un hijo para Leonord.

  Se quedó callado por un instante, como si intentara contener una emoción enterrada en lo más profundo de su ser. Luego, con voz más serena, prosiguió:

  —En mis tiempos libres, Eliot y yo nos refugiábamos en los libros que aún estaban en buen estado. Aprendíamos del mundo a través de las palabras escritas. Creo que fue así como me enamoré de los cuentos de hadas, de las novelas… de las historias fantásticas.

  Un destello de nostalgia cruzó fugazmente su expresión antes de desvanecerse.

  —También ayudaba con el trabajo. Artur y Luis me ense?aron lo necesario para sobrevivir. Y con los más peque?os… bueno, jugaba con ellos. Me sentía bien. Casi… humano.

  Pero entonces, su mirada se endureció.

  —Hasta que descubrí lo que podía hacer.

  El ambiente pareció volverse más denso.

  —Podía manipular el fuego. Desprenderlo como si nada. Para mí… es como respirar. Tan natural… tan involuntario… —Sus ojos brillaron con un matiz inquietante—. Pero para ellos… fue aterrador.

  Su voz se tornó burlona.

  —Artur, asombrado, decidió estudiarlo, investigarlo… tratar de entenderlo. No me importó. Si podía ayudarles de alguna forma, por mí estaba bien.

  Se inclinó ligeramente hacia adelante, sus labios curvándose en una sonrisa indescifrable.

  —Pero… ?sabes qué es lo curioso, Luna? —Susurró con un dejo de diversión oscura—. No importa cuánto lo estudien… ni ellos, ni tú, ni nadie puede comprender lo que realmente soy, – con esa afirmacion miro de forma seria y sombria a Luna, la cual solo lo podia ver sin perderse un solo detalle de su historia.

  Con una risa seca, Joas continuó:

  —Hicimos varias pruebas, intentamos distintos estudios… pero nada funcionó. Aunque Artur… —sonrió con burla—, Artur nunca perdió la fe. Para él, yo era un misterio fascinante, un enigma que debía resolverse. Estaba convencido de que si lograba entender mis poderes, encontraría la clave para acabar con este infierno helado.

  Joas negó con la cabeza, su sonrisa ensombreciéndose.

  —Pero jamás lo logró…

  Hizo una breve pausa antes de continuar, su tono más sombrío.

  —Un día, como cualquier otro, Leonord me pidió que saliera a revisar las trampas que teníamos contra los monstruos. No me pareció extra?o, así que acepté sin dudarlo. Antes de irme, miré el campamento por última vez…

  Su voz bajó un poco, como si su propia mente lo arrastrara de vuelta a aquel momento.

  —Los ni?os aún jugaban, sus risas mezclándose con el silbido del viento. Artur estaba sumergido en sus inventos, como siempre, y Luis y Laura discutían por cualquier tontería, como si el mundo no estuviera al borde de la muerte.

  Sus labios temblaron en una fugaz sonrisa melancólica.

  —Leonord me sonrió antes de despedirme. "Vuelve para la cena", me dijo.

  Joas tragó saliva, sus ojos naranjas reflejando un brillo apagado.

  —Salí del campamento con la mente en calma… pero todo cambió cuando llegué a la trampa central.

  Su rostro palideció, y su voz adquirió un matiz gélido.

  —Estaba destruida. No… más que destruida. Estaba congelada… como si una ventisca de muerte la hubiera arrasado.

  Un escalofrío recorrió su espalda al recordarlo.

  —Y entonces las vi…

  Su mandíbula se tensó.

  —Huellas. Decenas, no… cientos de huellas enormes, pesadas… todas apuntando en una única dirección.

  Luna sintió cómo la tensión en la habitación se volvía insoportable.

  —Al campamento.

  Tomó aire lentamente, pero su cuerpo estaba rígido.

  —Corrí. Corrí como un maldito loco con la esperanza de que todo estuviera bien, que nada hubiera pasado, que todo seguiría como lo dejé…

  Su risa fue hueca, ahogada en ironía y desesperanza.

  —Pero qué idiota fui…

  Levantó la mirada, sus ojos naranjas apagados como brasas a punto de extinguirse.

  —El mundo no es un cuento de hadas. No hay héroes que lleguen a tiempo para salvar a todos.

  Sus labios temblaron por la ira contenida.

  —Lo que vi… fue un infierno helado.

  Joas cerró los pu?os con fuerza, las u?as clavándose en su piel, empezando a desprender peque?as llamas.

  —Cuando llegué… los vi. Esos bastardos…

  Se inclinó hacia adelante, sus palabras cargadas de un odio visceral.

  —Los Jotun ya estaban en el campamento.

  Su voz se quebró levemente al susurrar:

  —Y lo primero que vi…

  Joas guardó silencio por un momento. Su respiración era lenta, pero su pecho se alzaba con pesadez, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar le arrancaran el alma.

  —Fue el cadáver de Laura…

  Su voz salió ronca, arrastrada por una angustia que aún le carcomía.

  —Ya no era ella. Solo carne desgarrada, músculos expuestos, huesos partidos entre fauces hambrientas. La vi… vi cómo la arrancaban a pedazos. Masticaban. Trituraban. Saboreaban su carne caliente mientras la nieve se te?ía de rojo.

  Sus ojos naranjas brillaron con furia, un fuego abrasador que amenazaba con consumirlo desde dentro.

  —Pero eso no fue lo peor…

  Luna sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando la voz de Joas bajó a un tono casi gutural, lleno de un rencor insondable.

  —Luis… él luchó. Se llevó varios con él antes de caer. Pero cuando lo encontré…

  Su mandíbula se tensó, sus pu?os crujieron al cerrarse con violencia.

  —Lo destriparon. Lo abrieron como a un maldito animal. Sus entra?as estaban esparcidas en la nieve, todavía humeantes. El blanco inmaculado convertido en un mar de sangre.

  Una risa amarga y rota escapó de sus labios.

  —Ese idiota… hasta el final, testarudo como siempre.

  Tomó aire con dificultad antes de continuar, como si cada palabra le quemara la garganta.

  —Y entonces… Artur.

  Su cuerpo se estremeció ligeramente, pero su mirada permaneció fija, endurecida.

  —Un millar de espinas de hielo lo atravesaban. Su cuerpo estaba empalado como una marioneta rota. Pero lo peor…

  Cerró los ojos por un instante, recordando. Reviviendo.

  —No había rabia en su rostro. Ni siquiera miedo.

  El silencio se volvió insoportable.

  —Solo impotencia.

  El aire en la habitación pareció volverse denso, casi irrespirable. Luna sintió que el mismo ambiente la oprimía, sofocante a pesar del frío.

  —Ese día… entendí lo que realmente significa el infierno.

  El tono de Joas se volvió hueco. No había enojo, ni tristeza. Solo un vacío aterrador.

  —Me rodearon. Creyeron que era su siguiente presa.

  Sus labios se curvaron en una sonrisa siniestra.

  —Pero yo… fui su maldita pesadilla.

  La habitación pareció oscurecerse, las sombras se estiraron, como si respondieran a la intensidad de su relato.

  —No los maté rápido. No.

  Se inclinó levemente hacia adelante, sus ojos resplandecientes como brasas encendidas.

  —Los hice sufrir. Los vi arder, escuché sus gritos, los vi intentar escapar… cómo sus huesos crujían, su carne se derretía, sus alaridos se volvían inhumanos.

  El aire se volvió más gélido, como si el fuego de su ira absorbiera todo el calor.

  —Y lo disfruté.

  El silencio que siguió fue como una sentencia de muerte. Luna sintió un nudo en la garganta, pero Joas continuó, sin darle espacio para respirar.

  —Pero nada… nada de eso me devolvió lo que perdí.

  Respiró hondo, como si intentara contener algo que aún ardía dentro de él.

  —Cuando el último de ellos cayó, el campamento entero estaba en llamas. Un infierno ardiente en medio de la tormenta. Y entonces… ella apareció.

  El aire pareció detenerse.

  —Leonord.

  El peso de su nombre quedó suspendido en el vacío.

  —O lo que quedaba de ella.

  Su tono era un filo de hielo.

  —Le faltaba un brazo. Su rostro… era un mosaico de carne calcinada y hueso expuesto. Pero cuando me vio…

  Tragó saliva.

  —Sonrió.

  Luna sintió cómo su corazón se encogía ante el dolor en su voz.

  —Corrí hacia ella. Se desplomó en mis brazos.

  Sus manos temblaron ligeramente.

  —"Lo lamento, Joas", me dijo. "No pude protegerlos."

  Su respiración se entrecortó, pero continuó.

  —"No pude evitar que pasaras por esto."

  Las llamas a su alrededor murieron con ella.

  —Me tomó el rostro con su última fuerza… y me susurró su última petición.

  Joas tragó saliva.

  —"No te culpes por esto, Joas. El destino puede ser cruel e incierto… pero nada de esto es tu culpa."

  Su labio inferior tembló, pero no dejó que su voz se quebrara.

  —"Lo único que puedes hacer ahora… es encontrar a Eliot y Antonella."

  El mundo pareció detenerse en ese instante. Un último susurro, apenas un aliento contra su piel.

  —"Por favor… protégelos como su hermano mayor."

  Las lágrimas cayeron antes de que pudiera detenerlas.

  —Acepté.

  Su voz se tornó helada, desprovista de todo calor.

  —Y con su último suspiro…

  Cerró los ojos.

  —Mi madre murió.

  Luna sintió un vacío insondable en el aire, como si cada palabra hubiera absorbido toda la vida de la habitación.

  —Me quedé allí. Solo.

  Su mirada era un abismo sin fin.

  —Pero me aferré a la única esperanza que me quedaba.

  Un susurro helado.

  —Eliot y Antonella.

  Sus ojos volvieron a arder con furia contenida.

  —Tenían que estar vivos.

  Y así…

  —Me marché.

  Joas inhaló con pesadez, su tono se volvió frío, cortante.

  —Fui al campamento de reserva, pero no encontré a nadie. Solo huellas de Jotun… y un brazo.

  Luna sintió que su estómago se retorcía.

  —Era de Antonella.

  Su voz no tenía emoción, pero sus pu?os se cerraron con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.

  —La carne arrancada a mordiscos, el hueso astillado… y ni rastro del resto de su cuerpo.

  El silencio fue sofocante.

  —Pero los Jotun también estaban muertos.

  Luna sintió un nudo en la garganta.

  —Empalados en estacas de hielo, como si algo los hubiera cazado con rabia.

  Hizo una pausa. Cuando habló de nuevo, su tono fue apenas un susurro helado.

  —Y no había se?ales de Eliot.

  Se inclinó hacia adelante, sus ojos brillaban con algo peligroso.

  —Pensé que estaba muerto. Pero vi sus pisadas, dirigiéndose a la ciudad abandonada.

  No lo dudes.

  —Corrí.

  Su respiración se volvió más pesada, su tono más sombrío.

  —Me enfrenté a todo lo que se cruzó en mi camino. Criaturas, sombras, monstruos… hasta que mi cuerpo colapsó.

  Su mandíbula se tensó.

  —Caí en ese maldito parque… y ahí me encontraron.

  Joas se reclinó contra la silla con pesadez, dejando escapar un largo suspiro. Y entonces, como si todo lo dicho no hubiera sido más que una anécdota trivial, una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.

  —Entonces, Luna…

  Se?aló el enorme cristal negro con un ademán despreocupado.

  — ?Eso resuelve sus dudas hasta el momento?

  Su tono irónico contrastaba con la pesadilla que acababa de relatar.

  —Esa es mi historia.

  Su sonrisa no llegó a sus ojos. Era solo un reflejo vacío.

  — ?Algo más que quieres saber?

  La pregunta quedó suspendida en el aire, pesada, como si las palabras de Joas aún ardieran en la habitación.

  Luna intentó respirar hondo, pero su pecho se sentía oprimido. Trató de similar todo lo que acababa de escuchar, pero las imágenes eran demasiado vívidas: la nieve te?ida de rojo, los cuerpos destrozados, el fuego consumiéndolo todo en una danza de ira y desesperación, era como si recordara de nuevo un recuerdo que decidió borrar y olvidar para siempre de su memoria.

  El silencio entre ellos se volvió sofocante.

  Por un momento, Luna sintió que la habitación era más fría, como si la historia de Joás hubiera drenado el calor del lugar.

  Tragó saliva, obligándose a mantener la compostura.

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