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Capítulo V: Condenado a Brillar

  Las llamas danzaban en las manos de Joás con un fulgor antinatural, reflejándose en los rostros endurecidos de los líderes del consejo. Sus miradas, usualmente frías e impenetrables, ahora titilaban entre el asombro y el terror. La luz azul proyectaba sombras alargadas en las frías paredes de la sala, deformándolas en figuras espectrales que parecían retorcerse.

  El murmullo de desaprobación se había extinguido, sofocado por la incertidumbre. Nadie se atrevía a hablar primero. En la presencia de aquella llamas del asombro que estas generaban.

  Elira fue la primera en recuperar la voz, pero su tono carecía de la seguridad de siempre. Respiraba agitadamente, y sus dedos temblaban al ajustar sus lentes.

  —?Esto…esto no puede ser! —exclamó, la incredulidad brillando en sus ojos. Su voz oscilaba entre la fascinación y el pánico—. Ese fuego... no es natural. Ningún ser humano debería ser capaz de generarlo, y mucho menos uno tan puro. ?Pero ahí está! Sin una sola quemadura, sin el menor indicio de dolor o da?o. Ni siquiera con nuestras herramientas más avanzadas podríamos lograr una combustión tan perfecta.

  Magnar entrecerró los ojos, su expresión permanecía rígida, pero sus nudillos se tornaron blancos al aferrarse a la mesa frente a él, como si necesitara anclarse a algo tangible para no sucumbir al abismo de lo desconocido.

  —Esto no es posible… —murmuró, su voz apenas un eco en la sala helada. Luego, de pronto, alzó la vista con un destello febril en sus pupilas y dejó escapar un rugido de incredulidad. —?Esto desafía la lógica misma !

  El fuego crepitaba en las manos de Joás, y en su fulgor azul danzaba la promesa de algo que ninguno de ellos estaba preparado para enfrentar.

  Maelis, el más impulsivo y temperamental de los líderes de facción, apoyó las manos sobre la mesa de hierro y se inclinó hacia adelante. Su rostro, marcado por cicatrices, mostraba una serenidad inusual, aunque en su mirada se mezclaban la calma y el asombro.

  —No podemos darnos el lujo de temer lo que no entendemos. Si esta llama y él son nuestra solución, debemos aprovecharla… ?Pero eso no significa que debamos confiar en él!

  Se?aló a Joás con un gesto brusco, y al instante, sus hombres se movieron con precisión, rodeando al “especimen” con la intención de capturarlo con vida, aunque eso signifique herirlo.

  Entonces, una voz profunda y grave, cargada de incredulidad rompió el silencio.

  —Un hombre que controla el fuego en este maldito infierno helado… —Marcus, el líder de la colonia, murmuró con una mezcla de fascinación y recelo. Sus manos sostenían su rostro, como si este pudiera desprenderse en cualquier momento por el impacto—. Suena como una salvación… o una condena para nosotros.

  Alzó la vista, sus ojos rojos brillando entre los dedos, para cambiar su tono este se tornó más áspero, más Intimidante.

  —Pero aún no has respondido a mi pregunta, Joás… ?Qué demonios eres?

  Joás suspir, apagando sus llamas con un movimiento sutil. Su expresión seguía tranquila, pero en sus ojos se asomaba una sombra de enga?o.

  — ?Otra vez esa pregunta? —respondió con una sonrisa ladeada—. Esperaba una reacción digna de los cuentos de hadas, donde la gente al borde de la perdición grita de emoción al ver a su salvador. Pero… ya veo que no es así.

  Alzó la mirada, desafiante, y dejó que sus palabras se hundieran en la sala.

  —Como Luna ya mencionó… soy Joás. Y soy su maldita esperanza.

  A pesar de estar rodeado por soldados listos para la batalla, con la única intención de capturarlo con vida—aunque eso significara herirlo o incluso romperle los huesos—Joás permaneció inmóvil. Su mirada, fría y amenazante, recorrió a los guardias que se acercaban lentamente, como depredadores acechando a su presa. El ambiente se cargó con una tensión helada, un instante antes de estallar en violencia. Joás y los soldados ya estaban preparados para la pelea.

  Pero antes de que el conflicto pudiera desatarse, una voz firme rompió el silencio.

  Luna avanzó con determinación, dirigiéndose al consejo y a los líderes de facción con una postura inquebrantable. Sus palabras resonaron con confianza y seguridad:

  —Sé que Joás es un misterio, y que su existencia podría representar un peligro para la colonia… pero no estamos en posición de rechazar nuestras oportunidades.

  Sin dudarlo, extendió la mano y sujetó con firmeza el brazo derecho de Joás, deteniéndolo en seco. él la miró, sorprendido por su inesperado actuar, pero Luna no titubeó. Se volvió hacia el consejo y continuó con su discurso, su voz firme como una sentencia.

  —Les aseguro, como Luna Starfire, miembro del consejo y líder de la facción de Exploradores, que él cooperará pacíficamente… No, mejor dicho, HARè QUE COOPERE CON NOSOTROS.

  Sus palabras se esparcieron por la sala como un eco implacable. Los presentes solo podían mirar a Luna, sintiendo el peso de su determinación.

  Un grito de enojo retumbo en la sala.

  —??Estás loca!? —rugió Magnar, su voz retumbando con furia. Se puso de pie de un golpe, se?alando a Joás con un dedo acusador—. ?Crees que permitiré que ustedes, los exploradores, se queden con él? ?No! Exijo que sea entregado al Círculo de los Sabios. Debemos descubrir cómo genera esas llamas y cómo podemos usarlas en beneficio de la colonia.

  Su exigencia apenas terminó de resonar cuando fue interrumpido con desprecio.

  Elira, con el rostro encendido de ira, apoyó ambas manos sobre la mesa y fulminó a Magnar con la mirada.

  —?Es que los a?os te han vuelto un estúpido, maldito viejo? —espetó con desprecio—. No necesitamos estudios ni experimentos, lo que necesitamos es usar esas llamas ahora mismo. ?El núcleo de calor de la colonia está al borde de agotarse! Por eso debe ser llevado al barrio ingeniero de inmediato. ?No hay tiempo para perder!

  Ambos líderes se miraron con hostilidad, la discusión transformándose en una ri?a abierta. Sus gritos resonaban por la sala mientras cada uno exigía la posesión de Joás, como si fuera un simple objeto, una herramienta a su disposición.

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  La disputa escaló rápidamente hasta que ambos se volvieron hacia Maelis.

  —?Maelis, llévatelo ahora! —ordenaron al unísono, cada uno intentando imponerse sobre el otro.

  Pero Maelis no era un hombre que acatara órdenes sin más. Su expresión se endureció y, con la mandíbula apretada, clavó la mirada en ambos. Su voz, cargada de desprecio, cortó la discusión como un cuchillo.

  —?Y qué más da? —espetó con desdén—. Si tanto lo quieren, que ambas facciones lo usen. No importa a dónde lo llevemos, al final, ?no?

  Sus palabras cayeron pesadas como el hierro, calentando y densificando aún más el ambiente. Un fuerte golpe resonó al golpear violentamente un escritorio, silenciando a los líderes de facción que seguían peleando. Era Marcus, el alcalde, quien con una mirada fría los observó y decidió intervenir.

  —Luna... ?estás exigiendo que dejemos a esta persona en manos del grupo de exploración, solo porque aseguras que harás que coopere con la colonia por voluntad propia? —dijo, recalcando su afirmación con una voz imponente.

  Con una calma que contrastaba con la tensión en la sala, Luna respondió con una simple afirmación.

  —Sí, así es..

  —Como entenderás, Luna, cada facción tiene un punto válido, pero, como se dijo antes, es imprescindible resolver el problema de nuestro núcleo de energía, el cual nos da calor y nos permite sobrevivir en este mundo helado. Sin embargo, temo que, si alguna de las facciones intenta probar su solución, puede que ya sea demasiado tarde... —con una voz autoritaria, Marcus procedió a dirigirse a Luna—. Entonces, para que dejemos que los exploradores se encarguen de este hombre, te ordeno que encuentres una solución inmediata a nuestro grave y urgente problema. ?Puedes hacerlo, Luna?

  Con la calma que la caracterizaba, Luna aceptó la orden del alcalde y líder de la colonia. Se giró hacia los presentes y, con voz segura y firme, habló.

  —Haré que Joás llene el núcleo de energía de la colonia en este mismo momento–

  Asintiendo a la afirmación de Luna, Marcus le ordenó a Maelis que los escoltara hasta la sala donde se encontraba el gran reactor de energía. Maelis aceptó la orden de inmediato y se acercó con un grupo de sus mejores hombres. Mientras tanto, Marcus dirigió unas palabras a los demás líderes.

  —Como pueden ver, ya se ha tomado una decisión. Dejaremos que el grupo de exploradores se encargue de lidiar con él y resuelva nuestra crisis momentánea. Elira, quiero que le entregues a Luna una de esas cadenas que usan los ingenieros para sujetar a los caminantes durante los experimentos con sus artefactos. Lo último que necesitamos es que cause un incidente no deseado.

  Elira, tras recibir la orden, mandó traer las cadenas y se las pasó a Luna. Ella, sin dudar, aceptó la responsabilidad. Pero antes de que pudiera actuar, Joás interrumpió con tono burlón y sarcasmo.

  —?Otra vez esposas y cadenas, Luna? Creo que te estás equivocando si piensas que me gusta el sadomasoquismo —dijo, ofreciéndose voluntariamente para que Luna lo encadenara, como si fuera un juego.

  Luna, con mirada fría y sin inmutarse por las palabras de Joás, respondió con firmeza.

  —No es que me importe lo que te guste. Estas son para mi comodidad. No quiero tener que caminar contigo mientras llevo mi espada contra tu cuello.

  Joás la miró con una sonrisa juguetona.

  —Creo que me está gustando que seas tan fría y cruel. ?Qué harás si me vuelvo adicto a esto? —dijo, riendo con sarcasmo, disfrutando de la tensión en el aire.

  Finalmente, Joás fue escoltado hasta el reactor de energía, acompa?ado por los líderes y Elian, quien llevaba a Eliot con él. La tensión seguía palpable, pero por el momento, todo avanzaba sin contratiempos. Al llegar frente al reactor, Luna le quitó las esposas a Joás y le indicó que comenzara a trabajar.

  Con calma, Joás se acercó al reactor. Con sus manos desnudas, tocó la superficie caliente del cilindro. Para asombro de todos los presentes, una luz brilló de sus manos, iluminando la sala, mientras Joás comenzaba a recargar el reactor de manera sorprendente.

  Elira rompió el silencio, su voz llena de asombro y fascinación.

  —Es impresionante ver cómo está recargando el reactor así, como si estuviera inflando un globo. Ya de por sí es increíble ver cómo genera fuego con sus manos, pero ahora verlo tocar este enorme cilindro, sin ningún tipo de protección, es aún más asombroso. Un contacto que, en cualquier otra circunstancia, derretiría la piel al instante. Esto... esto es algo completamente diferente.

  Uniéndose a la conversación, Joás dejó escapar una peque?a risa mientras seguía trabajando.

  —Me alegra que alguien esté disfrutando el espectáculo, aunque los demás no parezcan tan impresionados —comentó, con tono despreocupado. Luego, mirando a Luna, agregó—: Por cierto, esto me tomará más de lo que pensé. Este aparato es mucho más grande de lo que imaginaba. Así que, antes de que termine, ?te puedo encargar a Eliot? Me gustaría que lo sacaran de aquí.

  Luna, aceptando la petición, le ordenó a Elian que se llevara al ni?o fuera de la sala del reactor y lo escoltara hasta su casa. Elian, obedeciendo, se acercó al peque?o, quien, al ver la situación, comenzó a mostrar resistencia.

  —?Joás! ?No quiero ir! Este lugar me da miedo —exclamó Eliot, mirando hacia Joás con temor.

  Con calma, sin despegar las manos del enorme cilindro, Joás respondió con una sonrisa tranquilizadora.

  —No te preocupes, Eliot. Te van a llevar a un lugar seguro y muy bonito. Nos veremos después. Además, allí podrás seguir haciendo todos esos inventos raros pero asombrosos que tanto te gustan. Confía en mí, ni?o.

  Con una sonrisa que intentaba calmar al peque?o, Joás observó cómo Eliot finalmente aceptaba sus palabras. El ni?o asintió y, sin decir más, se fue con Elian, dejando la sala del reactor.

  Ante la decisión de Luna sobre el ni?o, el viejo Magnar no pudo evitar cuestionar su actuar.

  —?Es seguro que ese ni?o se vaya? ?Qué tal si él también puede desprender fuego? —preguntó, captando la atención de los demás líderes con su duda.

  Luna, sin apartar la vista de Joás, respondió con firmeza.

  —No te preocupes, Se?or Magnar, el ni?o no tiene ese poder. Además, es crucial que Joás coopere con nosotros. Y, por si no lo sabías, Eliot es bastante peculiar. De hecho, lo que ha creado es interesante. Por ejemplo, fabricó una lámpara capaz de ahuyentar a los caminantes.

  Estas palabras despertaron el interés inmediato de Elira, quien no tardó en preguntar.

  —?Una lámpara? Me gustaría verla y hablar con el ni?o sobre ella.

  Luna asintió con calma.

  —Sí, una vez terminemos aquí te la mostraré, y podrás hablar con Eliot.

  Pasado un día entero, Joás finalmente terminó. Con una sonrisa burlona y un tono sarcástico, se giró hacia los demás.

  —Vaya, pensé que esto nunca terminaría. Pero ya está hecho. Ahora, ?podrían llevarme a una habitación cómoda con una cama grande para descansar? —dijo, solo para desplomarse de inmediato, cayendo como una piedra al suelo. Había agotado toda su energía y, sin previo aviso, perdió el conocimiento.

  El silencio se hizo denso en la sala mientras todos observaban sorprendidos cómo Joás caía al suelo, desmayado, agotado por el esfuerzo. Nadie se atrevió a moverse hasta que la voz de Marcus rompió la tensión, autoritaria y clara.

  —Bueno, eso nos deja claro quién se encargará de él. —dijo, mirando a los presentes con una mirada fija—. Maelis, deja a este sujeto en las celdas de la planta inferior, en el cuartel del grupo de exploración. Luna, tú te harás cargo de él. El resto de ustedes...

  —Marcus recorrió la sala con la mirada, haciendo que cada uno sintiera el peso de su presencia

  —, si tienen algo que hacer relacionado con este sujeto, primero debe pasar por votación. No tomaremos decisiones apresuradas–

  Una breve pausa. Luego, con un tono más grave, continuó:

  —También necesitamos saber más sobre él. Maelis, Magnar, quiero que saquen toda la información que puedan y lo interroguen. No quiero sorpresas. —Volvió su mirada hacia Elira, que estaba claramente sorprendida—. Elira... ya que vas a hablar con el ni?o, quiero que lo interroges también. Pregúntale todo lo que sepa sobre este hombre y su historia.

  Elira frunció el ce?o, sin poder esconder su incredulidad. Alzó una ceja, mirando a Marcus.

  —?De verdad quieres que interrogue a un ni?o? —su tono estaba impregnado de una mezcla de sorpresa y desdén.

  Marcus, implacable, la observó fijamente sin dudar ni un segundo.

  —Sí. Así es. ?Algún problema? —su voz era tajante, sin espacio para la duda.

  Elira, por un momento, vaciló. Pero al ver la determinación en los ojos del alcalde, finalmente asintió, con tono firme.

  —No, si usted lo ordena, así será. —respondió, casi con una sonrisa irónica, sabiendo que no había más que discutir.

  Marcus les dio la espalda y, al caminar hacia la puerta, lanzó una última orden.

  —Bien. Ya saben lo que tienen que hacer. Pónganse a trabajar. —su voz resonó por la sala, y con ello, la reunión concluyó.

  Joás se despertó en la oscuridad total. Un frío abrumador lo rodeaba, como si el aire mismo estuviera helado, y cada respiración le quemaba los pulmones. La celda, una prisión fría y húmeda, era un lugar de desesperación. Las paredes, cubiertas de hielo, goteaban gotas de agua como si el lugar estuviera vivo, alimentándose de la miseria que lo habitaba.

  Se encontró en una cama raída y destartalada, su colchón sucio y manchado, apenas ofrecía refugio. Junto a ella, un cubo de hierro oxidado, vacío, permanecía como único ba?o,

  Con una mirada llena de desdén y frustración, Joás soltó un gru?ido de irritación mientras observaba su entorno sombrío.

  — ?Qué diablos es esto? ?Me tenían que dejar en un lugar tan miserable? Malditos bastardos... —murmuró, su voz llena de desprecio, mientras sus ojos recorrían la fría y oscura celda.

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