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Entrega 1: El Horror Bajo el Muelle de Eldryn — Parte 2

  Korax 18 — Inselaciune 2, 1308

  Elian no estaba por ninguna parte. Registramos todo el puerto de cabo a rabo e incluso un buzo revisó bajo los pilotes. Interrogamos a todos los tenderos que seguían despiertos a estas horas y el cantinero convenció a los due?os de algunos almacenes para que nos permitieran buscar en sus instalaciones. Pero nada. Era como si se hubiera esfumado.

  Cuando un portador era poseído, la esencia del espíritu persistía, atrayéndolos hacia lo familiar y reconfortante. Júbilo podría estar en una feria o un parque de ni?os; Valentía y Violencia tendían a merodear cerca de cuarteles, puestos de guardia y arenas de luchas; y Orgullo seguro podría ser encontrado frente a un espejo, admirándose hasta que le sangraran los ojos. No literalmente. Casi nunca de forma literal.

  Pero del compa de Elian no sabía nada, y odiaba esa incertidumbre. Y lo peor era no saber qué tan peligroso era Elian.

  Los demás decidieron separarse para abarcar más espacio, actuando como si buscáramos a un ni?o extraviado o una mascota que se había escapado de cada. Pero esto no era un caso cualquiera. ?Y si Elian era un Portador de Frenesí o Furia? Si se convertía en un Deshecho…

  Tenía que sacarme esos pensamientos de la cabeza. Pero era difícil. Ni siquiera podía culpar a Preocupación por sentirme así. Esta gente no me agradaba, pero aún así no quería que les pasara algo malo.

  —Tampoco está en la estación ballenera—dijo mi “mejor amigo” el capataz, interrumpiendo mis pensamientos. Sus groserías no tenían límite—. Buscamos por todas partes, incluso bajo las carcasas.

  —?Y en su casa? —pregunté.

  —Tampoco hay nada. Dafydd y algunos otros están con la muchacha. Cuidándola y eso.

  —?Maldiciones!

  —?Y ahora qué, Ma’stro Portador? Hemos buscado por todas partes —me preguntó el capataz, casi suplicando. No sabía qué responder.

  Cuando el grupo salió del bar para buscar a Elian, algunos pidieron a los trabajadores del puerto que se unieran a la búsqueda. Sin la influencia de Preocupación, muchos se negaron sabiamente. Tristemente, el capataz no era un hombre sabio. Según nos dijo, Elian era su amigo y saltó al primer chance de ayudar.

  Y como los dioses me odiaban, terminó en mi grupo, junto con el tipo ruidoso y su esposa golpea-portadores. Al menos tendríamos a la persona perfecta si necesitábamos que alguien atacara salvajemente a un portador guapo y encantador.

  Consideré si podríamos preguntar a los enanos y... Dioses, ?qué me pasaba? Me molesté cuando me llamaron “perro rompe-promesas” por ser clei?iano, y sin embargo, aquí estaba, usando un viejo insulto: enanos. Era un maldito hipócrita. Debía ser mejor. Su denominación era daearannúnes y así los llamaría.

  —?Elian no trabajaba contigo, Merfyn? —le preguntó la mujer al capataz. Así que era la hora de la charla trivial. Tal vez debería comprarnos unas galletitas en la tienda de comestibles...

  —No. Sólo éramos amigos, yo y él. Le conseguí empleo y luego luego lo despidieron de la Sirena Sabrosa. Se emborrachó en el trabajo ‘tra vez.

  —?La Sirena Sabrosa? —pregunté, un poco divertido por el nombre.

  —Sí. Es uno de los camaroneros —dijo el capataz, se?alando los barcos al fondo de los muelles—. Su tripulación es la que casi te tira al agua, muchacho.

  ?”Casi me tiran”? Traté de repasar mis pasos, pero no recordaba cuándo había pasado eso. Algo en mi forma de actuar debió delatar mi confusión pues el capataz respondió a la pregunta que no hice.

  —Más temprano esta noche. O anoche, digo. Estabas como tonto en los muelles y los hombres casi tropiezan contigo.

  —Ah, sí, ya lo recuerdo, —respondí un poco avergonzado.

  —?Crees que esté allí como polizón? Elian amaba ese maldito barco, quizás más que a su bebida, o a su hija.

  Por improbable que pareciera, habíamos ya caminado frente a esos barcos una veintena de veces, era nuestra única pista.

  —Vale la pena ir —acepté—. ?Tenemos que pedir permiso a alguien para revisar el barco?

  —No. El capitán es meu’migo. Pe’o por favor no le prendas fuego ni nos conviertas en sapos, Ma’stro Portador.

  —No puedo prometer nada.

  Mis tres compa?eros se rieron. Era el tipo de risa nacida del nerviosismo. La ansiedad nos comía por dentro. La pregunta tácita permanecía en el aire: ?qué pasaría cuando encontráramos a Elian?

  El capataz me sujetó del brazo de repente. Pensé que iba a gritarme de nuevo, pero en cambio, se inclinó y me susurró al oído, lo suficientemente bajo para que los demás no pudieran oír:

  —Yo te cubro, meu‘migo. No dejaré que te caigas al agua.

  Asentí lentamente. Sus palabras eran sinceras. De alguna manera, sabía el miedo que me provocaba este lugar. Era algo peque?o, pero agradecí el gesto de todos modos. Tal vez no era tan malo como pensé.

  La actividad en el Muelle disminuyó a medida que caminamos de vuelta a donde el barco estaba atracado. Los otros grupos aún peinando el Muelle en busca de Elian, pero sus linternas apenas si atravesaban la espesura de la niebla y sus gritos eran tan lejanos que no logré entender sus palabras desde donde estábamos.

  El tipo ruidoso iba al frente de mi grupo y cargaba la linterna con una mano, una peque?a caja de madera con un mango de latón o cobre. A pesar de que las lunas gemelas proporcionaban un poco de luz, La Observadora en especial pues estaba llena esta noche, la niebla y la falta de estrellas llenaban el puerto con una oscuridad sofocante.

  Afortunadamente, la llovizna de anoche ya había cesado, dejando solo cajas húmedas y tablones resbaladizos a nuestro paso.

  Esto nunca me había gustado de Kefnfor. Sus inviernos eran muy húmedos. No bastaba con los incesantes vientos marinos o las olas que azotaban las costas, también teníamos que soportar seis meses de lluvias interminables. Daba la impresión de que nunca paraba de llover. Quizás por eso la llamaban la Ciudad de las Lágrimas.

  Quería dejar la isla antes de que terminara el invierno, en dos o tres lunas. Pero había dicho lo mismo durante tres a?os y aún seguía atrapado aquí.

  —?Portador! —gritó el tipo ruidoso, con la voz ya ronca—. Usa tu linterna. Esta maldita cosa me está quemando la mano.

  Saqué la linterna de mis bolsillos, un objeto peque?o y cilíndrico que compré en los mercados de Cantamar. El tendero me aseguró que este nuevo modelo era el mejor hasta ahora, con baterías que duraban casi una hora, y además era más práctico de cargar. El único inconveniente era que su marco de metal se calentaba más rápido que las linternas de madera.

  Tras un peque?o parpadeo, la bombilla comenzó a brillar. La lente era más peque?a que la del ruidoso, pero nos serviría bien a pesar de su corto alcance.

  Como no me sentía cómodo yendo al frente, le pasé la linterna a nuestro líder. No dijo "gracias", pero sí gru?ó —fue un gru?ido bastante amistoso— y siguió alumbrando el camino.

  Varias ratas corrían entre las cajas y cuerdas tiradas por los muelles, mientras peque?os espíritus de Júbilo, con sus formas de monos ara?a espectrales, las correteaban como si estuvieran jugando. Aunque no era posible ya que los animalillos no los podían ver, era chistoso verlos. Debajo de nosotros, en las aguas ennegrecidas por la noche, Miedo fingía comerse un pez muerto que flotaba por allí, alejando a los depredadores que nadaban entre los pilotes.

  Y más a lo lejos, el brillo intermitente de los pesqueros iluminaba los muelles con una destello púrpura y amarillo que...

  ?Por qué brillaba un barco pesquero?

  Yo no era marinero ni pescador, ni nadie que supiera nada sobre barcos, pero estaba casi seguro de que los barcos no brillaban intermitentemente.

  —Algo extra?o viene. Más cerca ahora.

  Era la misma voz que escuché cuando llegué al Muelle, y la misma sensación de familiaridad me invadía una vez más. Mis compa?eros no reaccionaron, ?por qué lo harían? Era un espíritu hablándole a aquellos que podían oírlo, ya fuera espíritus atraídos por mera curiosidad o los que compartían su misma esencia. Y yo, desde luego.

  —Quédense detrás de mí —dije, adelantándome al grupo. El ruidoso me entregó la linterna y dio un paso atrás. Al menos me hacían caso.

  Cuanto más me acercaba al pesquero, más intenso era su brillo, pulsando con un calor que me quemaba el rostro. La voz se había callado, pero mi mente estaba inundada por un murmullo ininteligible, como el correteo de ratas bajo cubierta o las salomas cantadas por hombres borrachos. El murmullo era bajo pero constante. Molesto.

  Al llegar a la embarcación, el navío soltó un silbido estruendoso, como el de una ráfaga de vapor. Mis compa?eros tampoco parecieron escucharlo.

  De pronto, las luces parpadeantes se detuvieron. El “barco” sabía que lo había visto.

  A primera vista, el camaronero parecía un simple barco de vapor de tama?o medio con los mástiles, aparejos y cabina habituales. Su casco estaba pintado de algún color oscuro que no pude distinguir en la oscuridad. Tal vez rojo o marrón. Pero, bajo esa máscara de mundanidad, una característica delataba su verdadera naturaleza: un rostro grabado débilmente sobre el casco. Era el tipo de espejismo que uno ve en una noche fría cuando se está cansado y paranoico, cuando crees ver cosas moviéndose entre las sombras.

  En este caso, la cara era real y estaba allí, mirándome.

  Puse mi mano sobre el pesquero e hice una pausa. Mis compa?eros seguro no estaban acostumbrados a este tipo de magia. ?Habrían visto un Vestigio antes? Solo podría esperar que no hicieran nada imprudente.

  —Sé que puedes verme —dije, ignorando las miradas extra?as del capataz. En estos momentos solo importaba el espíritu dentro del Vestigio—. Yo te veo, a través de la niebla y la oscuridad. Háblame.

  El silencio fue mi respuesta. Literalmente.

  Por un breve instante, el viento detuvo sus suaves aullidos y el ruido de las ratas correteando fue reemplazado por un silencio imposible. Incluso las olas, tan tranquilas como estaban bajo la Observadora, contuvieron el aliento.

  —Eh, ?muchacho? —preguntó el capataz, agarrándome suavemente del hombro. Seguro pensaba que me había vuelto loco—. ?Por qué estás hablando con...?

  —Vete —respondió el navío—. No perteneces aquí, receptáculo de otro.

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  Tal como lo pensé, mis compa?eros se asustaron. El tipo ruidoso comenzó a maldecir a todos los dioses, usando blasfemias que jamás había escuchado. La mujer se escondió detrás de él, sus chillidos ahogados por las palabrotas de su marido. Al menos el capataz actuó un poco mejor, aunque estaba tartamudeando casi tanto como yo.

  —Cálmense —dije, tratando de ocultar mi molestia. Lo último que necesitaba era a un trío de cobardes asustando al espíritu.

  —?Pero el nobby! —gritó el capataz—. El maldito nobby está hablando.

  —?Qué es un nobby? —pregunté.

  —Nosotros somos Nobby. Los marineros nos dieron este nombre pues nacimos sin uno.

  —Mira, eh, Nobby —dije, sin estar seguro de si quería saber por qué decía “nosotros”—, necesito tu ayuda. Buscamos a un hombre desaparecido. Pensé que podría estar escondido en tu interior.

  —Vete —repitió—. No eres bienvenido aquí. No aceptas nuestra melodía. No podemos ayudar si te niegas a escucharla.

  —?Qué melodía? Puedo quedarme un ratito si deseas cantarme.

  —Cantamos a aquellos atados a la muerte y al mar, para que puedan encontrar consuelo en recuerdos de oro. Tu corazón se cierra a nuestras melodías. A nosotros. No eres de utilidad. Eres extra?o.

  En las últimas veinte horas, un daearannún me había insultado y luego recibí un pu?etazo por una mujer que era, al menos, una cabeza más bajita que yo. Ahora un Vestigio, el mero residuo de un espíritu muerto, me llamaba "extra?o". Qué día, caray.

  Al menos ya creía saber de qué espíritu se trataba. A?oranza. Eso explicaba la nostalgia que sentí desde mi llegada al Muelle y también los olores y salomas clei?ianas que escuché en cantina de Dafydd.

  El peque?o sinvergüenza había estado jugando con mi mente todo este tiempo.

  Había que aprovechar la oportunidad. Si se negaba a hablar conmigo porque no escuchaba sus melodías, bastaba con encontrar a alguien que sí pudiera. Y si mi memoria aún funcionaba, mi amigo “el ruidoso” era un hombre del mar...

  —Compa —dije, acercándome al hombre con cuidado. Sorprendentemente, aún no se le acababan las palabrotas—. Necesito que hables con el Nobby. Convéncelo de que nos ayude.

  —?Que hable con esa maldita cosa? ?Estás loco?

  —Sé que suena raro, pero podría saber dónde está Elian.

  —Vete al carajo, portador. No me voy a acercar a esa cosa ni a nada qué tenga que ver con tu mierda mágica.

  Ya fuera que entendió las palabras del hombre o que simplemente se estaba cansando de mí, el pesquero se estremeció de forma amenazante. Las lámparas en su cubierta centellearon violentamente y sus mástiles se retorcieron en formas imposibles hacia nosotros.

  ?Acaso trataba de intimidarnos? Supongo que eso de "la voz no es una amenaza y solo hace una observación" ya no aplicaba.

  —Yo puedo hacerlo —intervino el capataz. Su voz temblaba pero sus ojos estaban clavados en el barco—. O… intentarlo.

  —Eso estaría genial —dije antes de que cambiara de opinión.

  —?Qué le digo a ella, portador?

  —Apela a su naturaleza. Es un espíritu de A?oranza. No creo que nos quiera lastimar. Tal vez solo quiere contar historias o recordar viejos tiempos. Empieza por ahí. Tal vez funcione.

  El capataz asintió. Por un instante dejó de ser el hombre descarado que solo sabía ladrar órdenes y que se creía due?o del lugar. Su voz se había suavizado y se le notaba un cierto aire de curiosidad en los ojos. Y la había llamado "ella". ?Habría oído una voz diferente? Tal vez escuchó a un fantasma de su pasado, tal como yo había escuchado a mi hermanito.

  —Hola, s-s-se?ora Espíritu —dijo el capataz mientras caminaba hacia el barco. Instintivamente caminé junto a su lado, por si acaso—. Escuché que no quieres ayudar a meu’migo. P-p-pero te necesitamos. Uno de los nuestros está esfumado y nos trae con el pendiente.

  —Te conocemos. Siempre fuiste amable, incluso si nunca navegaste a nuestro lado. ?Eres feliz?

  —Sí, lo soy —respondió el capataz, confundido. No lo podía culpar. Los espíritus rara vez eran directos, no como las personas.

  —Tu corazón ya no anhela el mar. Has cambiado. Algo cercano te hizo cambiar.

  —Mi hermana está pre?ada. La criatura nacerá en primavera. Quiero ser un buen tío.

  —?Le contarás al ni?o sobre nosotros?

  El capataz me miró como buscando apoyo. Si intervenía, el espíritu se podría ofender y dejaría de hablar. Solo pude encogerme de hombros y sonreír de forma alentadora. Me devolvió la sonrisa y debo admitir que tenía una sonrisa algo linda. No había notado antes lo apuesto que era el tipo, molesto y algo grosero, pero bastante atractivo al ojo.

  —Claro que lo haré. Seguro que al chamaco le encantará escuchar sobre el Nobby parlante que cuida el Muelle. Pero… ?me ayudarías a mejorar el cuento? Elian era de tu tripulación. Siempre decía lo mucho que te quería. Por favor, dinos si lo has visto.

  El Vestigio no respondió de inmediato. El resto del Muelle quedó en un silencio sepulcral. Estaba pensando. Su renuencia me preocupaba, pero ya no había vuelta atrás.

  Tras unos minutos insoportables, por fin habló:

  —El que buscas era parte de nosotros. Solo deseaba que todo volviera a ser como era. Restaurar el paraíso perfecto que ELLOS le habían negado —el Vestigio había empezado a levantar la voz. Estaba inquieto, probablemente era un reflejo de la propia agitación de Elian. Estiré mi brazo frente al capataz, listo para intervenir si el barco atacaba—. Ahora está PERDIDO. Su mente está ROTA. Se está escondiendo.

  —?Dónde? —preguntamos los dos al mismo tiempo.

  —Le mostraremos el camino a tu portador —dijo el Nobby, refiriéndose a mí—. él puede ver nuestras luces.

  Antes de que pudiera preguntar por qué seguía diciendo "nosotros", la respuesta apareció frente a mí. Veintenas de barcos comenzaron a brillar, sus luces parpadeando con el mismo ritmo inquietante del Nobby. Casi todos los cerqueros, arrastreros y demás tipo de buques se sacudían con la misma violencia que el que teníamos delante. Al parecer, casi todos los navíos en este maldito puerto eran Vestigios de A?oranza.

  —?Ma’stro Portador…?

  —Me está mostrando el camino. Síganme.

  Me apresuré por los muelles, dando zancadas que más bien parecían saltos, siguiendo las luces intermitentes de los Nobbis. Mis compa?eros todavía estaban conmocionados por la experiencia —?quién no lo estaría?— pero lograron seguirme el ritmo. El tipo ruidoso, con la linterna ardiente en mano, caminaba justo a mi lado.

  A lo lejos, el sonido de gritos y pasos corriendo por los tablones llenaron el puerto pero no había tiempo de avisarles. Las palabras del Vestigio eran preocupantes. Si Elian estaba poseído por A?oranza, era claro que sus emociones se estaban filtrando por el resto del puerto. Y había algo más. La inquietud de los Vestigios apuntaba a la presencia de Furia o Frenesí.

  Los Nobbies nos guiaron hasta algún tipo de choza o cobertizo abandonado que, según dijo el capataz, se había usado para almacenar herramientas de los pesqueros o viejas ca?as de pescar, antes de la renovación del puerto.

  Pero algo se me escapaba; no me daba buena espina.

  —Quédense aquí —dije—. Voy sólo.

  —No puedes... —protestó el capataz.

  —No —espeté. No estaba de humor para quejas. No podía arriesgarme a que alguien saliera herido—. Lo que haya adentro podría ser peligroso. Yo traeré a Elian.

  Mis compa?eros se miraron mutuamente, sus rostros llenos de preocupación. Parte de mí quería asegurarles que todo estaría bien, pero no quise mentir. Tal vez les explicaría lo que le había pasado a su amigo cuando todo terminara.

  —Ten cuidado, portador —dijo el capataz—. Pero iremos pa’dentro si oímos problemas.

  Abrí la puerta y me aventuré dentro de la choza-cobertizo, linterna en mano.

  El espacio era más grande de lo que aparentaba y estaba inhumanamente silencioso. Solo había el tintineo de las botellas tiradas en el suelo —de Elian, seguro— y el crujir de las tablas bajo mis pies.

  Las ventanas tapiadas amortiguaban las voces que venían del exterior. Me imaginé que más hombres habrían alcanzado a mis compa?eros.

  Recé para que nadie me siguiera. Tenía un mal presentimiento sobre este lugar. Si se trataba del espíritu en mi pecho, no hubo respuesta cuando le hablé. Nunca la había.

  Tomé una pala rota que se apoyaba contra la pared a la vez que me maldecía por no haber traído un arma real, y es que no pensé necesitar una.

  Entonces lo oí. Un chillido, el grito desesperado y frenético de algún pobre animalillo, interrumpido abruptamente por un silencio seco.

  Deseé que algún espíritu —cualquiera en realidad— pudiera decirme qué era lo que me esperaba más adentro. Pero no había ninguno. Su ausencia total era bastante reveladora. Algo en este lugar estaba intrínsecamente mal.

  Otro chillido vino de la parte trasera, seguido por otro y luego otro más. Todos seguían el mismo patrón de creciente desesperación antes de ser silenciados con un golpe.

  Seguí los gritos de las pobres criaturas.

  Lo vi desde el marco de la puerta en la habitación más profunda del cobertizo. Estaba encorvado de espaldas en un rincón, con una monta?a de ratas frente a él, las cuales tenían marcas de dientes en sus diminutos cuerpos y les faltaban grandes trozos de carne. Sus peque?as caritas habían quedado congeladas en una expresión de terror absoluto. Un charco de sangre se había formado bajo el hombre encorvado, extendiéndose por toda la habitación.

  Se las estaba comiendo…

  No. Las estaba devorando como alguien que no ha probado bocado alguno en semanas. Había desesperación en su respiración y dolor en su forma de masticar.

  Se estaba convirtiendo en un Deshecho.

  —Elian —le llamé, sujetando mi “arma” —. Tu hija me envió. Está preocupada por ti, compa.

  El hombre, o monstruo, no respondió. Su presa había intentado huir cuando me vio, pero no pudo escapar. él era más rápido. Imposiblemente rápido.

  —Lo que sea que estés sintiendo, te puedo ayudar. Déjame ayudarte.

  —Tanta hambre —gru?ó. Su voz retumbaba distante e inhumana—. Tengo tanto frío. El hambre duele. Tanto dolor. Haz que pare, por favor...

  Elian se abalanzó sobre mí con una velocidad inhumana antes de que pudiera reaccionar. Sus músculos se retorcían tanto que escuché el crujir de huesos bajo la piel. Era un sonido húmedo y enfermizo.

  Lo pateé con toda mis fuerzas en un intento desesperado que lo envió dando tumbos unos metros atrás.

  El forcejeo hizo que mi linterna cayera al suelo, lejos de mí, pero no necesité su luz para ver el rostro del monstruo.

  Sus ojos ardían con un fuego líquido que goteaba por su cara como lágrimas infernales. Este fuego, si es que se le podía llamar así, había derretido parte de la carne, dejando el hueso al descubierto. Cuando trató de ponerse de pie, una gota de su ácido infernal cayó sobre una de las ratas, derritiendo su cuerpo en instantes.

  Su brazo izquierdo, o lo que quedaba de él, también estaba deformado. La carne se retrajo hasta el hombro descubriendo lo que había debajo, pero en lugar de un brazo humano, sus huesos se habían combinado en una especie de cuchilla aserrada, con trozos de carne y sangre seca colgando de cada uno de sus “dientes”.

  Tomé el arma con ambas manos cuando la criatura volvió a atacar y la blandí como pude, golpeándolo en el lado derecho del rostro. Algo en su cráneo se quebró con un sonido hueco y trozos de sangre y fuego salieron volando hacia el piso. El monstruo pareció aturdido y se paró en seco.

  El monstruo estaba viendo… ?no me estaba viendo a mí? Su mirada llameante estaba fija en mi linterna caída o la luz que emanaba. Instintivamente seguí con la vista la escena tratando de descubrir que lo había detenido.

  —?Es así como SALVAS a la gente, portador?

  Un escalofrío recorrió mi espalda.

  Acostado junto a la linterna, con las patas delanteras cruzadas de forma burlona, una bestia corpulenta observaba la pelea. Parecía un felino gigante, con un cuerpo musculoso y una cabeza grande y redondeada. Sus enormes ojos amarillos brillaban con un toque siniestro, y de sus fauces emanaba algo parecido a la sangre y ?humo? Lo más inquietante era el pelaje dorado que lo arropaba, cubierto de manchas negras que danzaban como sombras ante una flama tintineante.

  Jamás había visto un espíritu de este tipo.

  —Sí has visto a uno como yo —respondió con un tono burlón y como si pudiera escuchar mis pensamientos—. ?Acaso ya me has olvidado? Me hieres, mi ni?o.

  —??D-d-d-d-desesperanza?! —traté de decir, mi voz fallándome peor que nunca—. ?P-p-p-pero es imp-p-p-posible!

  El espíritu movió la cabeza como si tratara de apuntar a algo detrás de mí. No supe si me estaba advirtiendo o solo burlándose. De cualquier forma, ya era tarde..

  —Buenas noches, pajarito. No dejes que este fracaso te consuma.

  Elian me apu?aló con su largo brazo-cuchilla antes de que pudiera voltear.

  El dolor fue inmenso e inmediato, mandando azotes de agonía por todo mi cuerpo. Mis entra?as parecían arder mientras mis ojos giraban instintivamente, como si tuvieran mente propia, hacia los torrentes de sangre que brotaban de mi vientre.

  Sofocado por el dolor y los pensamientos de Desesperanza, el mundo a mi alrededor se volvió oscuro.

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