Seis meses. Seis meses habían pasado desde que Kael llegó a la ciudad. Al principio, todo parecía una selva de ruido y gente apurada. Las calles eran interminables, y la ciudad nunca descansaba. Pero con el tiempo, se fue acostumbrando a la rutina. Ahora ya no sentía el vértigo de los primeros días. La ciudad ya no lo asustaba. Ya no le importaba.
A veces, el tiempo tiene esa capacidad de borrar lo agudo. Lo que antes era una monta?a de sensaciones, de incertidumbre, ahora es solo una línea recta que se alarga hasta el horizonte, día tras día. Kael había dejado de ser un joven lleno de expectativas y sue?os. Ahora, solo era uno más entre la multitud, atrapado en una rutina que no pedía nada, pero lo reclamaba todo.
Cada ma?ana se despertaba temprano, cuando el sol apenas comenzaba a iluminar los tejados. Nadie lo esperaba, nadie lo animaba. Kael se levantaba, se vestía, y tomaba el desayuno rápido: pan duro con agua. Apenas comía, solo lo necesario para comenzar el día. Luego, salía a las calles, donde se encontraba con los mismos rostros cansados que él.
—?Kael! —llamó Finn, pero su voz sonaba distante, como si llegara desde otro mundo.
Finn siempre tenía algo que decir, aunque Kael no siempre tuviera ganas de escuchar. El mundo, al parecer, nunca dejaba de girar, pero Kael ya no sabía cómo hacer que ese ruido lo dejara en paz.
Kael lo miró sin realmente verlo. Finn estaba allí, como siempre, ayudando a cargar las cajas. Nada más que eso.
—Vamos, no tienes todo el día —insistió Finn, ignorando el silencio de Kael.
Era un trabajo pesado, pero a Kael ya no le importaba. Las cajas, los sacos, el peso... ya no sentía nada. Solo el zumbido constante en su cabeza, como si cada uno de esos pasos lo alejara más de lo que alguna vez fue.
Kael pensaba en las veces que, cuando ni?o, deseaba ser grande. Ser alguien importante, ser como su padre, que en sus ojos tenía la fuerza de un ejército entero. Ahora, Kael era apenas un espectro que caminaba entre sombras. El rostro de su padre, tan fuerte, tan imponente... parecía desvanecerse con el tiempo, como una imagen que nunca podría alcanzar.
Cuando terminó de cargar una de las últimas cajas, su mente volvió a la aldea. Ese recuerdo... ese maldito recuerdo que nunca lo dejaba.
La aldea, llena de fuego. La imagen de su padre, tambaleándose, el rostro ensangrentado, el brazo destrozado. El rugido de las criaturas invadiendo todo a su alrededor. Esa escena volvía una y otra vez, como una pesadilla que no terminaba.
A veces, las memorias no se desvanecen con el paso del tiempo, sino que se arrastran y se pegan a la piel, como una herida que nunca acaba de cicatrizar. Las cicatrices del alma son las que más duelen, porque no hay cura, no hay remedio. Kael cargaba con una de esas cicatrices, tan profunda y tan pesada, que a veces deseaba olvidar lo que sucedió, aunque fuera solo por un momento.
Su padre, en el último momento, logró mirarlo, con esos ojos llenos de dolor y amor, pero también con algo más. Algo que Kael no podía descifrar.
—?Corre! —fue lo único que alcanzó a gritar su padre, con la voz rasgada, antes de caer al suelo.
La garra de la criatura aún estaba clavada en su abdomen, y Kael... Kael no pudo hacer nada.
El peso de la indecisión nunca se va. Se queda, se adhiere al corazón, se clava más y más a medida que pasan los días. Kael podría haberse movido, haber corrido. Pero no lo hizo. Se quedó allí, inmóvil, y ahora pagaba el precio. A veces, los héroes nunca se levantan.
Un nudo se le formó en la garganta. ?Nada! No había hecho nada. No había corrido. Había permanecido ahí, observando mientras su padre caía. Y ahora, en la ciudad, todos esos recuerdos se desmoronaban en su mente, como una pared que se desploma lentamente, derrumbando todo lo que alguna vez significó algo.
—Kael, ?qué te pasa? —la voz de Clara lo sacó de su trance. Kael se giró lentamente hacia ella, viendo la preocupación en su rostro.
—Nada —respondió sin mirarla demasiado—. Sólo estaba pensando.
—Ya, claro —dijo Clara, sin mucha convicción. Ella había aprendido a no presionar demasiado. Kael nunca hablaba.
Volvió a cargar otra caja, sin más palabras. Nada en el mundo podía devolverle a su padre. Nadie podía devolverle la vida que había perdido.
Las cajas parecían no tener fin. Kael había perdido la cuenta de cuántas había cargado ya, cuántas más quedaban por mover. El sol ya estaba alto en el cielo, pero el calor apenas le tocaba. El trabajo era lo único que lo mantenía ocupado. Los brazos adoloridos, la espalda tensa, la mente ausente. Cada carga que llevaba a la parte trasera de un carro o la dejaba en un rincón, era como una capa más de polvo sobre su vida.
Clara, su compa?era de trabajo, estaba a su lado, haciendo lo mismo con una caja más peque?a que la suya. A veces intercambiaban miradas, pero rara vez se hablaban. Ella sabía que Kael no era de los que conversaban mucho, y él sabía que ella no iba a forzar una conversación. A veces, solo se limitaban a compartir el silencio.
—Kael, ?por qué no dejas que me encargue de esa? —preguntó Clara, su tono suave, casi curioso, como si estuviera tratando de encontrar un atisbo de algo más allá del vacío que Kael solía mostrar.
Kael, por un momento, levantó la mirada y se detuvo. Su rostro, cubierto de sudor, no mostraba mucho, pero en esos segundos de quietud, sus ojos lo dijeron todo. Un leve suspiro escapó de su pecho.
—No —respondió, casi con una brusquedad que parecía fuera de lugar. No le gustaba que lo miraran con tanta compasión. No quería que nadie lo viera débil. No quería que nadie sintiera lástima.
Clara asintió con una ligera sonrisa, pero no insistió. Se giró hacia las otras cajas, mientras Kael levantaba una más. El sudor le caía por el rostro, pero ni siquiera lo notaba. La pesadez de las cajas le parecía liviana comparada con la carga invisible que llevaba sobre sus hombros.
Cuando terminó la última carga, miró a su alrededor, hacia el horizonte que se veía en la distancia. Podía ver el mar de tejados y la ciudad en constante movimiento. La misma ciudad que, para él, ya no era más que un lugar vacío.
Kael solía pensar que las ciudades estaban hechas de recuerdos. Pero en esta ciudad, los recuerdos se perdían, se disolvían entre la multitud, como agua en la arena. Nadie lo conocía aquí, nadie sabía lo que había pasado. Nadie le preguntaba. Y eso, en cierto modo, era un alivio. Pero también una condena. Porque, a veces, el dolor era menos insoportable cuando te veían, cuando alguien te miraba a los ojos y veía lo que te destruía por dentro. Aquí, en la ciudad, nadie lo hacía. Aquí, Kael era invisible.
Clara se acercó nuevamente, esta vez con una botella de agua en las manos. Le ofreció el recipiente sin decir una palabra más.
—Tómate un descanso —dijo, sin presionar, sin hacer preguntas.
Kael aceptó, pero su mirada aún estaba fija en la ciudad. ?Qué se suponía que debía hacer ahora? Había pasado tanto tiempo desde que había dejado su hogar, pero el recuerdo de su padre seguía siendo lo único que lo mantenía atado a algo que no sabía si aún existía. ?Quién era él ahora? El hijo del guardia caído. Un nombre que ya nadie recordaba. Una historia que ya no importaba.
Un sonido lejano, casi imperceptible, hizo que Kael se tensara. Un cuerno. Era un sonido familiar, un sonido que evocaba la imagen de su padre, el sonido que siempre resonaba en la aldea antes de la llegada de las criaturas. No estaba seguro de qué lo había provocado, pero al escucharlo, algo en su interior se agitó. Un eco de su pasado, algo tan visceral que le hizo apretar los pu?os.
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No importaba cuántos a?os pasaran. No importaba cuántas veces intentara seguir adelante, el sonido de ese cuerno siempre lo llevaría de vuelta. Regresaba a ese instante, al caos, al dolor... al miedo. Las cicatrices de la guerra no eran solo físicas. A veces, era el sonido lo que más dolía. La llamada, el aviso, el despertar de algo terrible. Algo que nunca desaparecía.
Clara, viéndolo ahora en silencio, dio un paso atrás. Sabía que algo había cambiado en su rostro, que su mente había sido arrancada de la rutina en la que se encontraba. Ella lo observó por un momento antes de hablar, esta vez de manera más suave, casi como si tuviera miedo de romper el hechizo que mantenía a Kael en su propio mundo.
—?Te ha pasado algo? —preguntó.
Pero Kael no respondió. Su mente estaba demasiado lejos. En el campo de batalla. En la aldea. En los ojos de su padre, esos ojos que le rogaban, esos ojos que nunca dejaría de ver.
Clara lo observó por un momento antes de hablar. No era la primera vez que veía esa expresión en su rostro. Kael había cambiado desde que llegó a la ciudad. Había algo más sombrío en él, algo que no podía ignorar. Pero nunca preguntaba demasiado. Lo dejaba ser. A veces, solo un poco de silencio era suficiente.
—?Estás bien? —preguntó, sin hacer mucho ruido, casi como si no quisiera romper el ritmo del día. Sabía que Kael no era de hablar mucho, pero algo le decía que hoy sería diferente.
Kael levantó la vista de la caja que estaba cargando y la miró. No dijo nada al principio. Solo dejó que el aire entre ambos se llenara con el sonido lejano de la ciudad. Era raro que hablara de su padre, pero ese día, por alguna razón, sentía que las palabras querían salir.
—Mi padre… —murmuró, más para sí mismo que para Clara—. él era guardia. No cualquier guardia, uno importante. Luchaba en las batallas más duras. Todos lo respetaban. Nadie se atrevía a cuestionarlo.
Clara levantó una ceja, pero no dijo nada. Solo siguió cargando cajas, prestando atención a la voz de Kael, que de alguna manera la hacía mirar las cosas de otra forma.
—él tenía… algo. No solo era fuerte, era diferente. —Kael se detuvo un segundo, buscando las palabras, algo que no siempre encontraba fácil—. "Fuerza del águila", le llamaban. No sé por qué. Pero podía sentir a los enemigos antes de que se acercaran. Como si el suelo hablara con él. Sabía exactamente dónde ir, cómo mover sus piernas, qué hacer… Como si todo fuera parte de él. No solo luchaba, era parte de la pelea.
Clara asintió, como si las palabras de Kael tuvieran un peso mayor del que ella esperaba. De vez en cuando, el silencio entre ellos era más elocuente que cualquier cosa que pudiera decirse.
—?Y tú? —preguntó finalmente Clara, dándose cuenta de que había algo en Kael que parecía necesitar más que solo una caja por cargar—. ?Te ves a ti mismo como él? ?Qué esperas? No es fácil vivir a la sombra de alguien así, ?no?
Kael miró hacia el suelo, las manos callosas de tanto trabajar. No contestó de inmediato. A veces, la verdad dolía demasiado como para decirla en voz alta.
—No soy como él —respondió, sin mirar a Clara—. Yo no tengo esas… esas habilidades. Soy solo un cargador aquí, y eso es lo que soy. No más. Lo que mi padre pudo hacer, yo no lo puedo. No sé si… —se detuvo, y una risa amarga se escapó de su garganta, casi sin querer—. No sé si alguna vez podré ser algo más.
Clara lo observó por un momento. No sabía qué decir. Lo que él decía era más profundo que cualquier cosa que ella pudiera entender. Pero sentía que no debía presionarlo. A veces, la gente solo necesita soltar lo que lleva dentro. No todo se resuelve con palabras.
—Ya, Kael. —Clara no estaba segura de lo que quería decir con eso. No era una respuesta perfecta, pero era lo único que se le ocurría. —No tienes que ser como él. Eres tú, eso basta.
Kael no dijo nada. Solo la miró de reojo antes de retomar la carga. El silencio se alargó, pero no era incómodo. Era el tipo de silencio que solo compartían los que se entendían sin necesidad de decir nada.
Clara volvió a su trabajo, pero en su mente no dejaba de dar vueltas a lo que Kael había dicho. El hijo de un guardia tan grande… ?y ahora? Un cargador, alguien que no parecía encontrar su lugar. Pero, como siempre, Clara entendió que la historia de cada uno era más compleja que lo que veían los demás. Y Kael, a su manera, lo demostraría.
El sol ya se había ocultado detrás de los edificios, ti?endo el cielo de naranja oscuro. Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, pero el cansancio de Kael era tan pesado que sentía que ni la luz podía aliviarlo. El trabajo del día no había terminado, pero su mente seguía atrapada en las palabras que había soltado sin pensar. Lo que había dicho sobre su padre… lo que había sentido. Esa carga que no podía soltar.
Clara volvió a alzar la mirada hacia él. Le había costado admitirlo, pero en esos pocos minutos de conversación, algo había cambiado. Kael no parecía el mismo. Había soltado algo que ya no podía guardarse más.
—Nos quedan un par de cajas por mover —comentó Clara, para evitar que la conversación se estancara. Sabía que Kael no era de muchas palabras, pero tal vez era lo que necesitaba: un respiro en medio del caos.
Kael asintió sin mirar hacia ella, ya absorto en sus pensamientos. Pero antes de que pudiera seguir cargando las cajas, una figura apareció al final del pasillo, interrumpiendo el momento.
Era un hombre de mediana edad, con el rostro impasible, pero con un aire de autoridad. Llevaba una capa elegante, casi ceremonial, que no coincidía con el entorno de la bodega. Sus ojos se clavaron en Kael, reconociéndolo al instante.
—Kael, ?verdad? —dijo, con voz grave y medida. Era la misma voz que había usado durante las primeras semanas, cuando la ciudad aún parecía un lugar extra?o, un caos de ruido y movimiento. Pero esta vez había algo distinto en su tono.
Kael lo miró con una expresión neutral. No lo conocía demasiado, pero sí lo había visto antes en el museo, un lugar que visitaba casi a diario sin saber por qué. Había algo intrigante en las piezas que se exhibían ahí, cosas de épocas antiguas que él ni siquiera podía comenzar a comprender.
—Sí, ?qué pasa? —respondió Kael, ya sin muchas ganas de tratar con nadie. Su cansancio era evidente, pero aún así no podía evitar prestarle atención.
El hombre se acercó un poco más, observando las cajas y el trabajo que Kael había estado haciendo.
—Necesito un favor, Kael —dijo, como si lo hubiera estado esperando todo el día. No parecía ser una solicitud común, no si tomaba en cuenta lo que Kael había estado haciendo hasta ahora—. Hay una sección en el museo donde necesitamos un transporte urgente. Algo delicado. Y tú tienes la… habilidad necesaria para hacerlo.
Kael lo miró, confundido.
—?Un transporte urgente? ?A qué te refieres? —preguntó, frunciendo el ce?o.
El hombre se inclinó ligeramente, acercándose aún más, con una mirada que no parecía ser de alguien que simplemente pedía un favor.
—Es una pieza muy rara. Tiene que llegar intacta. Un favor personal, Kael. Nada complicado, solo… un poco de tu tiempo. Sé que no te interesa el museo, pero la tarea es sencilla. Una vez que la lleves, puedes irte a descansar. Lo prometo.
Kael lo estudió en silencio. El cansancio que sentía era profundo, pero algo en la manera en que el hombre hablaba lo hacía pensar que no se trataba de una simple carga. Había algo en el tono, una urgencia oculta que no era fácil de ignorar.
—?Qué tan urgente es? —dijo finalmente Kael, sin mucho entusiasmo, pero sabiendo que sería difícil evadirlo. Tal vez necesitaba algo diferente por un momento. Un cambio de rutina, aunque fuera por poco.
El hombre lo miró directamente a los ojos, sin vacilar.
—Es muy importante. Te explicaré todo cuando llegues al museo. Solo ten cuidado con la pieza. No está en exhibición para todos, y no cualquiera puede tocarla. Solo tú.
Kael frunció el ce?o, aún sin entender del todo. Pero algo en la palabra "importante" lo inquietó. ?Qué clase de pieza requería tanta atención?
—Está bien, lo haré. —No tenía muchas opciones, y el hombre ya parecía decidido a que lo hiciera de todos modos.
El hombre asintió y dio un paso atrás, satisfecho con la respuesta.
—Perfecto. Te esperaré afuera. No tardes mucho, Kael. El museo cierra pronto, y necesitamos que todo esté en orden antes de que anochezca.
Clara observó la interacción desde su lugar, con el rostro ligeramente fruncido. No era habitual que alguien pidiera un favor así a Kael, y menos por algo relacionado con el museo. Sabía que no era el momento para preguntarle más, pero no pudo evitar sentir que algo extra?o estaba ocurriendo.
Kael se estiró un poco, sacudiendo la incomodidad del trabajo de encima, y luego miró a Clara.
—Voy a hacer esto rápido. No sé qué quieren, pero seguro no será nada grave —dijo, intentando restarle importancia.
Clara lo miró por un momento, sin poder ocultar una ligera preocupación en sus ojos.
—Ten cuidado, Kael —dijo en voz baja, casi sin querer que él la oyera. Pero lo dijo, y se quedó con la sensación de que las cosas no siempre eran lo que parecían.
Kael asintió, sin decir nada más. Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta, sin saber que ese peque?o favor lo llevaría a un lugar mucho más oscuro de lo que imaginaba. La pieza en el museo no era solo una carga. Era una pista. Una pieza clave en un rompecabezas que, lentamente, comenzaba a formarse.