Capítulo 1: Fragmentos del pasado

  El puente de la nave Lágrimas de Antares vibraba con una calma enga?osa. Aldric, sentado en una silla frente a la ventana principal, contemplaba el vasto océano de estrellas que se extendía ante él. Era una vista imponente, pero esa noche no lograba despertar ningún sentido de asombro. Las palabras de su padre resonaban en su mente: “Un noble hereda más que tierras, Aldric; hereda responsabilidades. Aprende a ser fuerte, o tu gente sufrirá por tu debilidad”.

  Pero ?qué significaba realmente ser fuerte? El Territorio Antares, tan distante e insignificante a los ojos del Imperio, parecía una carga demasiado pesada para soportar. Sin recursos valiosos, apenas protegido por la flota imperial y con ciudadanos resentidos tras a?os de abandono, gobernarlo parecía más una sentencia que un legado.

  “My lord, we've calculated the trajectory. We'll arrive at Antares in less than three cycles,” an officer reported, breaking his thoughts.

  “Perfect,” Aldric replied without looking away from the starry void.

  The officer bowed and returned to his station, but Aldric barely noticed. His mind was elsewhere. As he absentmindedly twirled the family crest of Antares between his fingers, a sharp pang of doubt pierced him. What if I’m not strong enough to protect them? What if the Empire forgets me, as it’s forgotten so many others?

  The bridge fell silent once more, the quiet only broken by the hum of the systems. But that calm was abruptly shattered by a faint vibration, followed by an alert.

  “What was that?” Aldric asked, more curious than concerned.

  “Probably just a minor interference, my lord. Allow me to check,” the officer replied, tapping at his console.

  A sharp, high-pitched tone filled the air, followed by another. Then another.

  “My lord, I detect unusual activity in the sector. Unidentified ships approaching.”

  Aldric’s heart skipped a beat.

  “Pirates?”

  “It’s a possibility, my lord, but I cannot confirm yet.”

  The lights on the bridge shifted to an intense red, and the battle alarms began blaring. A mechanical voice echoed through the ship’s speakers:

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  “Threat detected. Hostile ships approaching at combat speed.”

  The ship’s captain, a battle-hardened veteran, rose from his seat and began issuing commands.

  “All stations, report! Prepare energy cannons and reinforce shields! Do not let them board!”

  In seconds, the bridge went from calm to chaos. Aldric could feel the tension in the air, thick and suffocating. He wanted to ask, to understand what was really happening, but before he could form a word, a violent explosion shook the ship.

  The impact sent Aldric crashing into a console. He struggled to sit up, the metallic taste of blood in his mouth. Around him, officers scrambled to their stations as the screens flickered, showing the silhouettes of enemy ships. They were small, fast, but numerous. The pirates had arrived.

  “Aldric!” a voice shouted. A servant of the family grabbed him by the arm, his face pale but determined. “My lord, it’s not safe here. We must get you to a secure location.”

  “And my family?” Aldric asked, his voice cracked with fear and confusion.

  “I don’t know, my lord. Your mother was in her chambers, your father in the tactical command room.”

  “Then I’m going to find them,” Aldric said, shaking off the servant’s hand.

  But before he could move, another explosion rocked the ship, much closer this time. The lights flickered, and the air was filled with smoke. Through the comms, voices shouted in panic.

  “Main cannon offline.”

  “Shields down in sector four!”

  “We have boarders on level C!”

  The servant gripped his arm tighter.

  “My lord, this ship won’t hold much longer. Please, come with me.”

  Aldric dudó, pero una ráfaga de disparos cercana lo hizo reaccionar. Siguió al sirviente por los pasillos oscuros, cada uno más caótico y lleno de escombros que el anterior. Los sonidos de botas pesadas y disparos se mezclaban con los gritos de los soldados que intentaban desesperadamente repeler a los intrusos.

  De repente, se detuvieron cuando el sonido de pasos se hizo más cercano. De un rincón, apareció un grupo de piratas, armados hasta los dientes y vestidos con una armadura de metal improvisada. Sus ojos brillaban con codicia y su risa era cruel.

  “?Hay uno de ellos!” gritó uno al ver a Aldric.

  El sirviente sacó una pistola y disparó, alcanzando a uno de los piratas, pero los demás avanzaron rápidamente.

  —?Corre, mi se?or! ?Corre!

  Aldric obedeció, y cada paso le hacía sentir que dejaba atrás algo irreemplazable. Los disparos sonaron detrás de él mientras avanzaba hacia las cápsulas de escape. Cuando finalmente las alcanzó, el sirviente apareció, ensangrentado y sin aliento, con el rostro cubierto de sudor y sangre.

  —Entre, mi se?or —jadeó, con voz tensa—. Ahora.

  “No puedo dejarte aquí.”

  “Es mi deber. El tuyo es vivir”.

  Antes de que Aldric pudiera protestar, el sirviente lo empujó hacia la cápsula y activó manualmente el despegue. La última imagen que vio Aldric fue la del hombre, con el arma desenvainada, apuntando hacia el pasillo mientras los piratas se acercaban.

  La cápsula se sacudió al ser expulsada al vacío del espacio, dejando atrás las Lágrimas de Antares. Aldric miró por la peque?a ventana mientras la nave desaparecía en un torbellino de explosiones y fuego. No sabía si su familia había sobrevivido. No sabía si alguien lo había hecho.

  Lo único que sabía con certeza era que estaba solo.

  Se desplomó en el asiento, temblando mientras sus pensamientos lo golpeaban como una tormenta. Había huido como un cobarde, abandonando a su familia, a su tripulación. La culpa lo carcomía. Pero debajo de ese peso, algo más comenzó a agitarse: un destello de determinación.

  Sobreviviré, susurró, apretando contra su pecho la cresta de Antares. “Por ellos. Por Antares”.