Una de las desventajas de haberme centrado tanto en la utilidad práctica de mi armario era que me estaba costando horrores encontrar algo decente que ponerme para mi cita. El traje que había llevado a la subasta era demasiado sofisticado para la ocasión y el resto de prendas que encontraba o bien habían dejado de ser de mi talla o no superaban mi juicio. ?Estaba bien visto presentarse con una armadura de cuero a recibir a una noble? Quizá me había precipitado al pedir una cita tan pronto. Quizá, tenía que haberme tomado más tiempo para planearlo todo. Haberlo hablado con Jenna para que me preparara algo a la altura de las circunstancias. Al fin y al cabo, necesitaba dar una buena tercera primera impresión.
Recorrí varias veces el arcón antes de decidirme por uno de los pocos conjuntos que pudieran tener el estilo como bandera: unos anchos pantalones de color negro, una camisa roja y un chaleco con rayas verticales que cerraban el conjunto. Pensé también en a?adir la corbata que debía ir a juego, pero me di cuenta de que el dise?o original del traje no consideraba muy compatible el que hubiera desarrollado tanto los hombros con la posibilidad de cerrar completamente la camisa.
―Ir un poco más atrevida tampoco está nada mal. ―Desabotoné una posición más de la prenda y me ajusté con cuidado las solapas del cuello.
También aproveché para ponerme un viejo collar que reservaba para las ocasiones más especiales: uno formado por cuatro peque?os engranajes con diminutas y coloridas gemas elementales. Nunca había sido muy amante de la bisutería, pero estaba segura de que ver (y escuchar) cómo la maquinaria se ponía en marcha en presencia del éter sería capaz de relajarme.
―Uh, necesito algo más... Un último toque.
Exclamé el nombre de Rory, que se personó raudo. Si no le conociera, diría que estaba esperando al otro lado de la puerta para ver cómo una situación tan cotidiana era capaz de superarme.
Y, conociéndolo, también.
―?Sigues de los nervios? ―Ni siquiera se esperó a que le contestara―. Sí, efectivamente. No hay más que verte la cara. Ay, estás adorable. ?Es que te has olvidado de cómo...?
―?No es eso! ―no pude ocultar mi nerviosismo demasiado bien―. Solo digo que... Tengo que impresionarla. ?No puedo permitir que lleve el control otra vez! No después de lo de...
―Seguro que te las apa?as con eso. ―Esbozó una escueta, aunque cansada, sonrisa y acarició uno de los mechones más destartalado de mi pelo―. Es difícil que una gigante de piel olivácea y ojos dorados no pueda dejar marca en alguien de la parte pija de la ciudad. Y menos aún si te hago un par de retoques para resaltar aún más tus encantos.
El alquimista sacó un par de pinceles del bolsillo interno de la bata de laboratorio.
―Así que venías preparado, ?eh?
―?Yo? Siempre. ―Se dio varios golpecitos en la sien―. ?Prefieres los labios a juego con la camisa o con tu pelo? Las dos opciones te quedarían genial.
***
La campana de la entrada sonó atronadora. Por la forma de repiquetear que tenía, estaba claro que el tirón había tomado mucha más fuerza de la necesaria, como si fuera fruto de uno de esos momentos de determinación final.
Aunque tampoco descartaba que mi mente estuviera sobreanalizando de nuevo.
―?Abro yo! ―exclamé desde la otra punta del garaje―. ?Abro yo, abro yo!
Aunque las bisagras de la puerta necesitaban un poco de aceite y el chirrido podría haber arruinado la situación, el momento en el que se volvieron a cruzar nuestras miradas quedó en uno de esos silencios que parecían perfectamente medidos. De esos momentos en los que crees que el tiempo a tu alrededor se ha parado del todo y que el universo te está premiando con un momento especial para ti.
El vistazo rápido que me pude permitir volvía a recordarme con cuánto estilo contaba la princesa. Siempre elegante, con uno de esos trajes de pantalón corto que tanto se habían popularizado entre los nobles. Siempre con ese toque despampanante que buscaba robar más de una de mis miradas furtivas (en ese caso, unas medias con grabados de flores que parecían no tener fin) y, para no variar, siempre con un elemento totalmente discordante en forma de una bata de laboratorio de dise?o. Al menos, esa vez había reemplazado los mullidos zapatos de andar por casa por unos cómodos a la par que engalanados botines.
―Ho-hola, Amelia. ―Me decidí a romper el silencio. Intenté sonar sedosa y seductora, pero fue fácil notar cómo se me rompía la voz entre sílabas―. Gracias por... por estar aquí.
―Hola, Mirei. ―Echó un vistazo rápido al lugar, probablemente como excusa para evitar un segundo más de ese contacto visual que tan difícil hacía pensar claro―. Buenas noches, Rory. Y... hola, Lilina. Es un placer verte aquí también.
―?Cómo me has visto? ―protestó la aludida, descolgándose del frontal de la tienda. Por sus atavíos, parecía más dispuesta a camuflarse entre las sombras ese día―. ?Eh! ?Hola, Mirei! ?Qué bien te veo! Cómo se nota que...
―?Bueno, bueno, pasad! ―Torné la mirada en dirección contraria―. ?Vienes sola, Amelia? Quiero decir, Dan...
―Mal escondido detrás de un árbol... Aproximadamente a treinta metros ―delató Lilina con una sonrisa pícara en la cara―. ?Puedo ir a buscarle? ?Puedo? ?Venga, dejadme!
Sin esperar respuesta, salió correteando de nuevo al exterior de la casa mientras gritaba con toda la fuerza que permitían sus pulmones. Rory, por su parte, solo echó un vistazo fugaz al umbral, como quejándose de que siguiera abierto y la corriente nocturna le molestara, y siguió tomando notas en sus cuadernos de alquimia como si nada.
―?Vamos? ―me apoyé en la pared. Tenía que parecer guay.
―?Puedo pedirte algo primero?
Estaba claro que Amelia iba a tener la imperiosa necesidad de descarrilar mis planes. No obstante, accedí.
―Siempre tuve curiosidad por ver tu parte del taller. Ya sabes, el lugar donde se hace la magia ―su tono, a pesar de su suavidad, estaba lleno de entusiasmo―. Todos esos ?trastos? que decides investigar y esos inventos que salen de tu preciosa mente... Me gustaría que...
―?E-está hecha un desastre! ―Tomé un par de pasos hacia atrás haciendo una equis con los brazos―. ?Seguro que hay cosas mejores que hacer! ?De verdad!
―?No me importa! Ese caos no deja de ser parte de ti, ?cierto? ―Se acercó ligeramente hacia mí. Pude ver cómo el pulso le temblaba un poco―. Y si íbamos a conocernos de verdad...
No estaba segura de si eso era o no algo bonito que decirle a alguien, pero era imposible negarse a esos ojos tan seductores.
―Vale, pero es un lugar de trabajo. Y en el lugar de trabajo... se trabaja. Así que como peaje tendrás que ayudarme a identificar ?trastos? de esos ―acusé con la mirada―. Eso sí, cuidado de no mancharte la ropa. Me parece demasiado bonita como para que se te llene de grasa.
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Guie a la invitada a mi mitad del taller. Como era de esperar, había proyectos a medio terminar tirados por el suelo, herramientas que no había tenido tiempo a colocar de nuevo en el banco de trabajo y a Runi enroscado en un brazo mecánico, procesando toda la nueva información que Amelia había cargado en él y renegando de cualquier contacto social, cosa que iba a agradecer esa velada.
―Ya ves, no hay mucho por aquí ―dije tras encender la luz―. Ahí tienes la sierra propulsada por vapor, eso es el soldador etérico que estoy mejorando, esas chapas en un futuro serán parte de una armadura de brazo... Y en esa mesa puedes ver cómo estoy desmontando uno de esos artefactos capaces de reproducir imágenes. Pero haga lo que haga, solo muestra ruido. Debe estar roto.
―?Un monitor de rayos catódicos? ―Alzó una de las piezas con un destornillador―. Claro, no le vale con la alimentación, tiene que recibir una se?al digitalizada de... Imagino que aún no has tenido ocasión de leerte los libros que cargué en Runi. ?Déjame, que te ense?o! A ver, es un puerto DGA 2.7. No debería ser compatible con la mayoría de dispositivos más modernos, pero ?qué es moderno en este lugar? A ver, seguro que en este montón tienes... ?Hostias! ?Un Centium XI?
―?Ese cacharro? ―Miré a lo que se refería, un cilindro metálico lleno de ranuras y piedras con extra?os surcos―. Lo encontré hace varios a?os y... Nunca lo he entendido. Cuando alimentas sus circuitos con electricidad, hay unas aspas que empiezan a girar y puedes oír algunos pitidos. También se enciende alguna que otra luz, pero ya está. Eso es todo... Si tiene alguna utilidad, escapa de mis conocimientos.
―?Y tanto que la tiene! Es bastante retro, pero servirá. ―Se paró a pensar de nuevo por unos instantes antes de seguir―. A ver, puede que no sin mi ayuda, pero así me das una oportunidad para impresionarte. Tienes razón, está eones por delante de esa tecnología de vapor que tan bien manejas. ?Pero mola! Quizá pueda usarlo para ense?arte...
―No entiendo nada. ―Aproveché para acercarme un poco a la entusiasta de la tecnología y dejé caer levemente mi cabeza contra la suya, lo que la alteró visiblemente―. Pero si estás dispuesta a ense?arme, podrás hacerlo después de nuestra...
―?Espera! ―exclamó, convirtiendo su guantelete en un par de cables―. Puedo hacer este puente como prueba. Si activo el modo de compatibilidad y le doy las especificaciones adecuadas a mi unidad Alrune y... ?podrías dar energía a las dos cosas? Supongo que uno de esos acumuladores de éter eléctrico debería bastar para unas cuantas horas.
Al ver la sonrisa de ilusión tan contagiosa de la chica me resigné: en efecto, la primera parada de la cita consistiría en reparar y conocer tecnología. No iba a ser lo que tradicionalmente se consideraba como romántico. No me iba a permitir llevar la batuta a pesar de mis conocimientos. No era el lugar idóneo para hacer las preguntas que quería hacer para comprenderla.
Pero que me asparan si no nos definía.
―?Te he dicho lo que me fascina tu dise?o de los acumuladores elementales? ―Los miró de cerca―. Así que esta es la pinta que tienen antes de... ya sabes, los procesos de Rory.
―En realidad, es un modelo experimental ―me jacté―. Runi sugirió a?adir un sifón como entrada alternativa para digerir efectivamente los cristales a nivel etérico y alimentar directamente el núcleo.
―?Y funciona?
―Si no explota lo que tienes en la mano, es que funciona.
Nos miramos con complicidad.
―Te ahorraré los detalles, pero esto es lo que llamamos una computadora. ―Se mordió el labio inferior, pensativa―. De varias generaciones por detrás que la que pudiste ver en mi laboratorio, por cierto. Como resumen rápido, te diré que se trata de una versión bastante, bastante, bastante más primitiva de lo que puede ser un dispositivo Alrune. Es capaz de realizar complejas operaciones, ejecutar instrucciones de código, almacenar información y simplificar muchas tareas. Y, además, puedes a?adir funcionalidad mediante la ranura de...
Miró una de las peque?as imágenes en la pantalla y chilló cual histrión. Sin pensárselo, se lanzó a por la computadora y pulsó un botón que hizo que despidiera una suerte de galleta circular de la ranura lateral. Una de sus caras reflejaba los tonos del arcoíris, mientras que el otro contaba con dibujos de apuestos personajillos.
―??Qué!? ―volvió a gritar―. ??Has estado aquí todo este tiempo!? ?Universidad del Lazo Rojo III: Ardientes Ascuas del Corazón!
―Ahora sí que no entiendo nada. ―Me llevé la mano a la nuca, desconcertada―. Pero parece que te hace feliz, así que perfecto.
―?Que si me hace feliz el disco perdido de UniLaRo? ―dio varios saltos en el sitio―. ?Creía que se había perdido para siempre! ?Que no era importante! ?Que se saltaron uno en los En...! ―Paró para recomponerse por unos instantes―. Quiero decir, que no lo iba a encontrar nunca. ?Tiene que ser el destino! ?Puedo quedármelo? ?Puedo?
―No es que pueda impedirlo, ?verdad?
***
Tras una charla introductoria y demasiado extensa sobre qué era un videojuego, qué hacía tan especial a esa cosa llamada UniLaRo y por qué era tan apasionante cortejar a seres virtuales (y por qué era incapaz de compartir una afición así con un hermano que no tenía interés alguno en las relaciones románticas por mucho que lo intentara), entendí tres cosas de Amelia Tennath.
La primera era que, tal y como sospechaba, la mayoría de nuestras interacciones durante la subasta imitaban los comportamientos de esas historias (no había que ver cómo perdía la fachada cada vez que se salía del guion) al pie de la letra. La segunda, que eso significaba que su experiencia romántica en el mundo real era aún más escueta que la que había tenido yo.
Y la última y más importante... que el llevar la voz cantante en esta cita no iba a ser tan difícil como pensaba.
―?Vamos saliendo? ―propuse, extendiendo la mano con galantería.
Quizá en otra circunstancia me habría dado algo más de reparo, pero después de todas las ilustraciones de chicos guapos haciendo lo mismo que había visto en la última hora, no haberlos imitado habría sido una gran pérdida. Y el tono bermellón de sus mejillas era prueba fehaciente de ello.
―De acuerdo, deberíamos ir a...
Negué con la cabeza y le llevé el dedo índice a los labios, lo que tornó su mirada tan desorientada como embelesada y extendió el color de sus mejillas al resto de su pálido rostro. Tras balbucear algo que no parecía tener sentido, tragó saliva con nervios y relajó los hombros, esperando a ver qué sugería.
―Si fuiste tú quien me paseó por la mansión sin que yo supiera qué esperar, hoy soy yo quien tiene turno para sorprenderte. Además, te recuerdo mi petición: me gustaría empezar de cero. Conocernos desde el principio. ―Apreté su mano con firmeza y tiré ligeramente de ella para acortar las distancias―. Estoy segura de que tenías algo preparado al milímetro para seguir dando esa impresión tan pulcra, tan de alta cuna, tan... Perfecta. No me interpretes mal: sé que tienes secretos profundos. Algunos que no puedes contarme aún. Sería una necia si no lo pudiera ver.
Exhalé un suspiro lleno de ilusiones y me tomé unos instantes para ver cómo los nervios empezaban a jugar una mala pasada a la noble.
―Sin embargo, también sé que hay mucho que puedo aprender de ti mientras llegamos a ese punto. No quiero ese ideal niquelado que pretendes darme hoy. La oportunidad de descubrir este lado de ti ahora mismo me lo ha dejado aún más claro: lo que quiero ver son los baches en tu camino, tus errores, tus imperfecciones. ―Mostré una de las cicatrices más largas de mi antebrazo―. Las peque?as cosas que dan la forma real a tu identidad. La Amelia que quiero conocer.
En completo silencio, recorrió lo que en el pasado había sido una herida con sus dedos. Aunque las circunstancias fueran totalmente distintas a la primera vez que lo hizo, también me estremecí. No solo por su tacto suave, cálido y lleno de sentimiento. Fue también porque me fijé en que, cuando ponías nuestras pieles lado a lado, una pálida y perfectamente suave cual estatua de mármol y la otra curtida bajo el sol y la batalla, estaba claro cuán diferentes podíamos llegar a ser.
O cuánto nos podíamos complementar.
―?Has estado alguna vez en la Arboleda Ilusoria? ―pregunté a la muchacha, que seguía absorta recorriendo mi brazo―. Rory ha tenido el detalle de preparar un picnic para nosotras y no se me ocurre mejor lugar donde disfrutarlo.
―Deberías haber dicho que habías cocinado tú. ―El alquimista apareció casi de entre las sombras para soltar su comentario jocoso―. Habrías ganado puntos con ella.
―?Es que has escuchado eso y no mi discurso sobre la sinceridad y el ?ser nosotras mismas??
―El taller tiene buena acústica, es más que soy un poco selectivo con lo que finjo no oír ―replicó con tono cansado―. Sea como sea, pasadlo bien y tened mucho cuidado con las cotorras de plumaje azul.
―Está pegada a la ventana, ?verdad? ―Abrí de par en par y tomé aire para gritar con fuerza―. ?Lilina! ?Que estos trucos te los ense?é yo!
―Y, Amelia... ―sentenció Rory, con una renovada seriedad en sus chispeantes ojos―. Sé que no es el mejor momento para esta conversación, pero quería hacerte saber que, a estas alturas, ya intuyo la respuesta a tu pregunta. No obstante, como buenos científicos, hemos de acumular la suficiente evidencia de estar en lo cierto antes de sentar cátedra, ?no crees?
La muchacha solo reaccionó con una peque?a sonrisa desafiante. Sin decir nada más, se aferró con fuerza a mi mano y abandonó el taller con la mirada perdida en los irregulares cristales que iluminaban la calle con timidez.