home

search

Capítulo XI: Renacer de la muerte

  El sol se alzaba pálido en el cielo, oculto tras un velo de nubes grises. Era como si incluso la luz del día temiera brillar sobre la devastación que cubría la colonia, que era azotada por este cruel invierno.

  Las calles estaban te?idas de sangre reseca congelada, de escombros que casi eran tapados por la nieve los cuales eran los restos del combate y rafas de viento . Las marcas de la destrucción se sentían en cada respiro, en cada grieta de los muros resquebrajados, en la mirada vacía de los sobrevivientes.

  En el centro de la colonia, Marcus se erguía sobre una plataforma improvisada. A su alrededor, los líderes de las facciones —excepto Luna, quien aún yacía en cama— permanecían firmes, con la piel marcada por vendajes y la ropa manchada de hielo y sangre seca. No había orgullo en sus posturas, solo el peso de la responsabilidad que ahora debían cargar.

  La mayoría de los habitantes estaban allí, los rostros de algunos pálidos, los ojos de otros enrojecidos por el llanto. Unos pocos soldados patrullaban los muros destrozados, sosteniendo sus armas con manos temblorosas, más por el cansancio que por la tensión de una nueva batalla.

  Desde el hospital, los heridos observaban por las ventanas, sus cuerpos inmóviles en las camillas. Algunos se aferraban a las sábanas, otros apenas podían mantener los ojos abiertos.

  Y en una de las habitaciones, Joás y Luna escuchaban en silencio.

  Marcus avanzó un paso, con la mirada gélida y profunda, como si aún viera los fantasmas de la batalla flotando sobre las ruinas. Cuando habló, su voz fue dura, firme, como el eco de una tormenta distante.

  —Ayer, nuestras vidas cambiaron para siempre –

  Un escalofrío recorrió a la multitud.

  —Ayer, vimos la muerte caminar entre nosotros. La vimos arrancar de nuestras manos a nuestros amigos, nuestros hermanos, nuestros hijos—

  Algunas personas se cubrieron la boca para ahogar sollozos. Otras cerraron los ojos, como si eso pudiera hacer desaparecer los recuerdos.

  Marcus tragó saliva, su expresión no mostraba compasión, pero tampoco frialdad. Era el rostro de un hombre que no tenía permitido derrumbarse.

  —Perdimos más de lo que podíamos permitirnos. Perdimos soldados. Perdimos hogares. Perdimos inocentes.

  Una pausa. El silencio fue insoportable.

  Desde la habitación, Luna sintió un nudo en la garganta. Joás, a su lado, mantenía una mirada de melancolía y furia.

  Marcus tomó aire y continuó:

  —Pero no fuimos aniquilados. No nos doblegamos. Seguimos aquí.

  Algunas cabezas se alzaron.

  —?Y saben por qué? —su voz se alzó, como una orden, como un llamado a la razón— Porque todavía hay quienes respiran, quienes pueden empu?ar un arma, quienes pueden reconstruir lo que nos arrebataron.

  Los ojos de la multitud se clavaron en él.

  —Los que murieron, lo hicieron protegiéndonos. Lo hicieron para que ustedes pudieran estar aquí hoy, de pie.

  Marcus entonces se?aló detrás de él.

  Los cuerpos de los caídos estaban alineados en piras funerarias.

  Un nuevo sollozo desgarrador se escuchó entre la multitud. Madres sosteniendo los cuerpos inertes de sus hijos, esposas aferradas a los rostros pálidos de sus maridos, soldados llorando por sus camaradas caídos.

  Marcus cerró los ojos un instante. No podía permitirse llorar, no ahora.

  —Hoy, les damos descanso.

  Le hizo un gesto a uno de los guardianes de hielo, quien con una antorcha encendida, se acercó a la primera pila.

  El fuego tomó la madera con avidez. Las llamas se alzaron como bestias hambrientas, devorando carne, ropa, recuerdos.

  Los llantos se intensificaron.

  El dolor se hizo tangible en el aire. Era un lamento colectivo, un grito sin voz que atravesaba los huesos y retumbaba en los corazones de todos los presentes.

  Joás en silencio observo como ardían los cuerpos con una mirada helada, pero perdida, recordando a ese hombre, aquel que causo todo esto.

  Luna, en cambio, sintió las lágrimas subirle a los ojos. Su respiración tembló. Era demasiado.

  Marcus alzó la voz por última vez:

  —No los olvidaremos. No permitiremos que sus muertes sean en vano.

  Giró su mirada hacia la multitud.

  —Y prometo que, cuando el momento llegue… cuando ese hombre regrese… lo haremos pagar.

  El fuego crujió con más fuerza.

  El humo se elevó al cielo gris, como un monumento de cenizas para los muertos. Y el viento soplo mas fuerte, tapando la vista junto con la tormenta de nieve.

  El tiempo había seguido su curso, arrastrando con él las sombras del desastre. La colonia comenzaba a levantarse de sus cenizas, aunque las cicatrices de la batalla aún marcaban sus calles y su gente.

  Los muros, antes fracturados y débiles, se erguían de nuevo, reforzados por ingenieros y soldados que trabajaban incansablemente. Las defensas volvían a tomar forma, las torretas se alzaban listas, y los exploradores patrullaban los alrededores con una vigilancia renovada.

  En el hospital, Luna luchaba su propia batalla.

  Su recuperación había sido lenta y dolorosa. Cada movimiento le recordaba las heridas que había sufrido, la fragilidad de la vida, el precio de la guerra. Pero, con el paso de las semanas, su cuerpo comenzó a responder. Sus fuerzas regresaban, aunque la sensación de vacío en su pecho tardaba más en sanar.

  A lo largo de su convalecencia, las visitas fueron constantes.

  Elian, su segundo al mando, acudía todos los días sin falta, informándole de cada detalle sobre la colonia. Se mantenía formal y profesional, pero Luna podía ver el cansancio en su rostro, la carga de la responsabilidad pesando sobre sus hombros.

  Stolen from Royal Road, this story should be reported if encountered on Amazon.

  —?Cuándo volverás? —le preguntó una tarde, cruzándose de brazos.

  Luna sonrió con ironía, manteniendo su mirada tranquila y serena

  —?Me extra?as o simplemente estás harto del trabajo? –

  Elian suspiró.

  —Las dos cosas –

  Ella lo miro y le dio un leve golpe en el brazo.

  —Pronto. No puedo dejar que te acostumbres demasiado a mi ausencia –

  Elira y el peque?o Eliot también la visitaban con regularidad.

  Eliot hablaba sin parar sobre su nueva vida entre los ingenieros, sus ojos brillaban de emoción cada vez que mencionaba los inventos en los que trabajaba.

  —Cristina y su esposo me han estado ayudando mucho —le contaba, gesticulando con entusiasmo

  —. Dicen que soy un genio, pero que todavía tengo que aprender a no hacer explotar cosas sin querer. —

  Elira reía suavemente, mientras asentía con la cabeza.

  —Hemos trabajado en algunos proyectos juntos. No te imaginas lo brillante que es este ni?o, Luna.

  Luna sonrió, apoyándose en la almohada.

  —No lo dudo ni un segundo. Pero si vuelves a hacer explotar algo cerca del hospital, juro que me levantaré de esta cama solo para golpearte. — mientras lo miraba de forma seria y amenazante

  Eliot rió nervioso.

  —Eh… sí, no volverá a pasar… probablemente.

  Dos visitantes especiales también llegaron con frecuencia.

  Sus hermanos menores, Frida y Bjorn Starfire.

  Bjorn, con sus quince a?os, había heredado el orgullo de su padre. Siempre se mostraba erguido, con el ce?o fruncido y una expresión que denotaba determinación. A pesar de su actitud seria, Luna podía notar el brillo de preocupación en sus ojos cada vez que la veía.

  —Deberías recuperarte más rápido —le decía con los brazos cruzados—. No puedes quedarte en esa cama para siempre.

  Luna lo miraba tranquilamente, como era ella, sus ojos eran muy dulces

  —?Eso es una orden, Bjorn?

  Bjorn apretaba la mandíbula y desviaba la mirada, sin responder.

  Frida, en cambio, era completamente diferente.

  Con solo diez a?os, la ni?a corría hacia Luna y se lanzaba sobre su cama sin importarle si su hermana aún estaba herida. Era puro cari?o, abrazándola con fuerza cada vez que la veía.

  —?Lunaaa! ?Hoy te traje flores !

  Colocaba peque?os ramos metálicos que había hecho ella misma en la mesita junto a la cama, siempre con una sonrisa radiante.

  —La colonia se ve mucho mejor ahora, ?sabes? Pronto todo volverá a ser como antes.

  Luna le revolvía el cabello con ternura.

  —Eso espero, Frida. Eso espero.

  Pero entre todas las visitas, había una que nunca faltaba.

  Joás.

  Desde el primer día, él estaba allí.

  Joás

  Al principio, la presencia de Joás le resultaba incómoda a Luna. Era extra?o verlo sentado a su lado, haciendo bromas sin sentido, burlándose de los médicos o quejándose del frío del hospital.

  —?Por qué sigues aquí? —le preguntó una vez, con su tono frío y tranquilo de siempre.

  Joás se encogió de hombros con su sonrisa despreocupada.

  —Tal vez solo disfruto verte sufrir… o tal vez quiero ver cuánto más puedes helarme con esa mirada.

  Luna lo observó en silencio. No tenía fuerzas para discutir con él.

  Pero, con el tiempo, su presencia dejó de molestarla.

  Se acostumbró a sus chistes, a su risa fácil, a la manera en que se inclinaba sobre su cama con los brazos cruzados, como si estuviera esperando a que le diera alguna orden.

  Y un día, cuando él no apareció por la ma?ana, sintió algo extra?o.

  Vacío.

  Se sorprendió a sí misma mirando la puerta más de una vez, esperando que entrara con su sonrisa burlona, con algún comentario absurdo para fastidiarla.

  Cuando finalmente apareció por la tarde, con una manzana en la mano y una expresión despreocupada, Luna, con su mirada fría pero con un tono de molestia en la voz, le dijo:

  —Llegas tarde.

  Joás levantó una ceja, con una sonrisa pícara.

  —Vaya, vaya… ?acaso me extra?aste?

  Luna sintió el calor subirle a las mejillas, pero frunció el ce?o y trató de mantener la compostura.

  —No digas estupideces. Es más sencillo vigilarte cuando estás cerca.

  Joás se rió y se dejó caer en la silla junto a la cama, dándole un mordisco a la manzana.

  —Lo que sea que digas… Esta vez me demoré más porque necesitaban mi ayuda. Ya no solo me usan para recargar los reactores de energía y restablecer el calor en la colonia, ahora también me ponen a trabajar en la construcción y a derretir el hielo… Como si fuera un esclavo. —Rodó los ojos, pero luego sonrió—. Aunque no estuvo tan mal, ?sabes que aquí tienen árboles de manzanas en los invernaderos? Me dieron unas como pago por ayudar.

  Mientras hablaba, observaba la manzana con interés. Luna lo miró en silencio y, con una leve sonrisa apenas perceptible en su frío rostro, le dijo con sinceridad:

  —Gracias por ayudar, Joás.

  él se giró hacia ella, con la seriedad inesperada reflejada en sus ojos.

  —Me parece tan injusto que seas tan linda, Luna.

  Luna sintió que su corazón se detenía un instante. Su rostro se calentó de inmediato y, sin saber cómo reaccionar, desvió la mirada con brusquedad, cubriéndose un poco con la sábana para ocultar su expresión.

  Joás solo se rió suavemente al ver su reacción.

  Y aunque ella gru?ó en respuesta, no pudo evitar sonreír cuando él no la estaba mirando.

  Los días pasaron. Los chistes se convirtieron en conversaciones.

  Las conversaciones, en silencios compartidos.

  Y en esos silencios, Luna se dio cuenta de algo aterrador. Joás ya no era solo alguien que estaba allí. Era alguien que le importaba.

  Luna ya estaba recuperada, pero no había tiempo que perder.

  Los da?os en la colonia habían sido enormes. Demasiadas vidas se habían perdido.

  Marcus convocó a una reunión de emergencia en la gran sala de deliberación. Se enviaron mensajeros para reunir a los líderes de facción y a los miembros de la corte de votación. El ambiente era tenso, los murmullos resonaban en las paredes mientras todos tomaban asiento.

  Cuando Marcus entró, el silencio se impuso.

  Se sentó en lo más alto de la sala, dejando que su mirada recorriera a cada uno de los presentes antes de hablar.

  —Los he reunido hoy para discutir el futuro de la colonia —dijo con voz firme—. Hemos sufrido demasiadas pérdidas. No solo hemos enterrado a nuestros compa?eros, sino que nuestra infraestructura ha quedado severamente da?ada. La defensa de nuestros muros ha sido comprometida. No podemos darnos el lujo de quedarnos de brazos cruzados.

  Un murmullo de aprobación recorrió la sala.

  —La amenaza de los monstruos es más grave de lo que creíamos —continuó Marcus—. Pero hay algo aún peor. No solo nos enfrentamos a bestias salvajes. Hemos visto de lo que es capaz ese hombre, el que comandaba a las criaturas. Es fuerte… demasiado fuerte. Y, lo más preocupante, es que no actúa solo. Hay alguien más detrás de todo esto, alguien que lo dirige, alguien que nos quiere muertos. No sabemos quién es ni cuáles son sus intenciones, pero sí sabemos algo con certeza: esta amenaza no ha terminado.

  El silencio en la sala se volvió más pesado.

  Fue Elian, el segundo al mando de Luna, quien habló primero.

  —No podemos permitir que algo así vuelva a ocurrir. La colonia apenas pudo soportarlo esta vez, la próxima podríamos no ser tan afortunados. Necesitamos reforzar las defensas y asegurarnos de que no haya otra emboscada.

  —Eso suena muy bonito, pero ?con qué recursos? —intervino Magnar, —. Hemos perdido

  almacenes enteros en el ataque, nuestros suministros están en mínimos históricos y apenas tenemos materiales para las reparaciones básicas.

  —Por eso debemos tomar medidas inmediatas —dijo Marcus—. Y por eso he convocado esta reunión. Debemos prepararnos para lo que viene.

  Luna, sentada en su puesto de líder de facción, asintió con gravedad.

  —No podemos seguir con la misma estrategia. Hemos sido reactivos todo este tiempo. Es hora de ser proactivos.

  —?Y qué sugieres? —preguntó Maelis, con los brazos cruzados—. ?Salir y enfrentarnos al mundo?

  —Exactamente —respondió Luna sin dudar.

  El murmullo se convirtió en voces alzadas.

  —?Salir? ?Después de lo que pasó?

  —?Es una locura!

  —Es un suicidio —dijo Maelis con el ce?o fruncido.

  Marcus levantó una mano para imponer orden.

  —Nuestra única opción es organizar una expedición —anunció—. Necesitamos respuestas. Necesitamos información. Y necesitamos recursos.

  Los murmullos continuaron, pero esta vez con más aprobación en las voces.

  —Y es aquí donde surge una pregunta clave —continuó Marcus, dirigiendo su mirada lentamente hacia Joás, que estaba apoyado en la pared con los brazos cruzados, sin decir nada—.

  El silencio se espesó en la sala.

  —él llegó desde afuera. Y él podría ser la clave para entender qué estamos enfrentando.

  Los ojos de todos se giraron hacia Joás.

  —?Y si él los trajo hasta aquí? —espetó uno de los votantes de la corte.

  —?Y si es una trampa? —a?adió otro.

  —?Ridículo! —exclamó Elira, molesta—. Joás luchó a nuestro lado, nos ayudó a sobrevivir.

  —?Pero su presencia coincidió con el ataque! —gritó otro.

  —?Y si él los atrajo sin darse cuenta? —preguntó Magnar, con una expresión calculadora.

  Joás se apartó de la pared y sonrió con burla.

  —Me encanta cómo hablan de mí como si no estuviera aquí —dijo con sarcasmo—. Sigan, sigan, me interesa escuchar cómo me culpan de todas sus desgracias.

  —?No es una broma, Joás! —gritó Maelis, golpeando la mesa—. ?Por tu culpa perdimos a nuestra gente!

  Joás lo miró fijamente, su sonrisa desvaneciéndose poco a poco.

  —Perdimos a nuestra gente —repitió en voz baja—. Sí. Perdimos. Todos.

  El silencio volvió a reinar en la sala.

  Luna, que había estado observando la escena con expresión impasible, finalmente habló:

  —Esto no es una cacería de brujas. No vamos a desperdiciar nuestro tiempo culpándonos los unos a los otros. Lo que importa ahora es el futuro.

  Marcus asintió.

  —Luna tiene razón. Y Joás será parte de esta expedición.

  Los murmullos volvieron con fuerza.

  —?Cómo podemos confiar en él?

  —?Esto es una locura!

  Marcus levantó una mano, imponiendo su autoridad.

  —Confíen en mí —dijo con voz de mando—. Porque esto no es una petición. Es una orden.

  El murmullo cesó. Algunos se cruzaron de brazos, otros miraron a Marcus con desconfianza, pero nadie se atrevió a desafiarlo.

  —No solo Joás irá en esta misión —continuó—. También necesitamos ojos expertos. Elina y su equipo de ingenieros se unirán a la expedición. Necesitamos estudiar la zona, analizar la tecnología, entender qué fuerzas nos enfrentamos. No podemos avanzar sin información.

  —?Elina? —preguntó Maelis, sorprendida—. ?Y si es peligroso?

  —Es una ingeniera de élite —respondió Marcus—. Si hay algo ahí fuera que pueda ayudarnos a reconstruir y fortalecer la colonia, ella lo encontrará.

  Elina, hasta entonces en silencio, se acomodó sus gafas y se puso de pie.

  —Si eso significa encontrar una manera de mejorar nuestras defensas y evitar otra masacre… entonces iré.

  Marcus asintió, satisfecho.

  Los votos comenzaron.

  Unos en contra. Otros a favor.

  Pero al final, la decisión fue tomada.

  La expedición partiría en una semana. Y Joás, junto a Elina y su equipo, irían con ellos.

Recommended Popular Novels