La ventisca rugía como un monstruo hambriento, envolviendo al grupo en una sabana de frío implacable. Cada paso era una lucha, cada bocanada de aire quemaba los pulmones con su helada.
El detector de calor colgaba del cinturón de Luna, emitiendo un débil zumbido que marcaba su activación. Todos caminaban en silencio, sus pensamientos perdidos entre la nieve y el miedo.
Joás, esposado pero sereno, avanzaba con una tranquilidad inquietante. A pesar del frío, no presenta signos de incomodidad. Parecía ajeno a la tormenta, como si el hielo no pudiera tocarlo. Luna lo observaba de reojo, cada paso suyo era analizado con precisión. A pesar de su aparente docilidad, había algo en él que la ponía en alerta constante.
Joás — ?Quiere preguntarme algo, se?orita? He notado que, desde que salimos, no ha dejado de mirarme con esos ojitos tan encantadores. Entonces, anda, dispara esas preguntas que te tienen inquieta—.
Con un leve suspiro, Luna lo miró con una expresión tranquila pero penetrante y respondió: —Tengo millones de preguntas para ti, la verdad, pero sé que algunas no son apropiadas para este momento ni para la situación...
Pero te haré dos preguntas. ?Por qué viniste sin oponer resistencia? Y, lo más importante, ?por qué estabas inconsciente en medio de ese lugar?
El rostro de Joás mostró un destello de asombro ante semejantes preguntas, seguido de una risa suave. —Me imaginaba que vendrían ese tipo de preguntas, pero debo admitir que impacta un poco escucharlas de ti, con esa mirada tan serena. Supongo que por algo eres el líder. ?Y qué puedo decirte? Una respuesta como "me enamoré de tu rostro y tu figura" no sería válida, ?verdad?
La verdad es que llevo varios días buscando a "Eliot". Y supongo que, al igual que ustedes, estoy desesperado, sin energía, rozando mi límite. Así que me detuve a considerar mis opciones: ?matar a estos extra?os y desgastarme aún más para seguir con la búsqueda? ?O aprovechar a esta se?orita tan encantadora ya su grupo de simios? La respuesta fue clara.
Aunque, sinceramente, la idea de ir a su colonia y, probablemente, ser usado como conejillo de indias —en el mejor de los casos— no es algo que me entusiasme demasiado.
Y respecto a por qué estaba tirado en ese lugar... Digamos que llegué a mi límite. Al igual que ustedes, me canso. La desesperación de buscar a Eliot durante días, sin descanso, me dejó sin energía... y simplemente, caí desplomado.
El rostro de Luna no mostró alguna emoción, ni satisfacción ni tranquilidad, ante las respuestas de Joás. Solo lo miró con una expresión serena y dijo, con voz calmada: —Ya veo... entonces, encontramos a ese ni?o llamado " Eliot" .—–
Con el asombro dibujado en su rostro, Joás no pudo evitar murmurar:
—Qué mujer tan fría...—–
Un denso silencio marcó el avance del grupo y el paso del tiempo. A medida que los minutos y las horas transcurrían, el cansancio se hacía cada vez más evidente ante aquella marcha insensata, que parecía eterna y sin rumbo alguno...
—El detector está captando algo… —anunció Luna, su voz cortando el silencio.
Todos se detuvieron. Una luz tenue parpadeaba en el dispositivo, se?alando una fuente de calor débil, pero real, al noreste.
— ?Eso podría ser el ni?o? —preguntó uno de los exploradores, la esperanza temblando en su voz.
—Es posible —respondió Luna, ajustando su agarre en el detector— mirando a la dirección que se?alaba este.
El grupo avanzó y se encontró con un campamento improvisado, con se?ales claras de haber sido utilizado recientemente. A su alrededor, se podían ver varios artefactos peculiares que despertaban una curiosa intriga. Mientras analizaban el panorama.
Joás soltó una peque?a risa burlona, ??aunque su mirada seguía fija en el peque?o campamento improvisado.
—Eliot está cerca, lo sé. Siento su presencia.
Elián bufó con desdén.
—?Ahora también puedes sentir personas? Qué conveniente.
Joás no respondió, solo esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
Luna levantó una mano, ordenando silencio.
—Avanzaremos con cuidado. Estén atentos a cualquier cosa. Y tú, Joás, coopera en silencio... o será yo misma quien te calle de una patada.
— ?Todavía con amenazas? —respondió Joás con una voz suave y burlona—. Relájate, Luna. No pienso causarles problemas.
Siguieron avanzando, la se?al del detector se volvió cada vez más fuerte. Pero a medida que se acercaban, el frío parecía intensificarse y hacerse más fuerte la tormenta, como si algo en el ambiente se alimentaba de la presencia del grupo.
De repente, un sonido desgarrador rompió el silencio: un grito. Agudo, lejano, pero inconfundible.
—?Eso fue un ni?o! —exclamó uno de los exploradores.
—?Formación! —ordenó Luna con rapidez, desenfundando su espada.
El grupo se está actuando en un círculo, listas de armas. La se?al del detector ahora brillaba con fuerza. Joás dio un paso al frente, pero Elián lo empujó hacia atrás, con el arma apuntando directamente a su cabeza.
—Ni se te ocurre moverte —gru?ó Elián.
—Que miedo, un gorila armado me esta intimidando —susurró Joás con una voz juguetona, la temperatura a su alrededor comenzando a elevarse perceptiblemente y la tensión se hacia más densa.
Antes de que la situación se saliera de control, a lo lejos se pudo observar a un ni?o corriendo despavorido, saltando y sorteando vehículos y escombros congelados en el entorno.
Detrás de él, se alzaba una figura gigantesca que lo perseguía con pasos tan poderosos que hacían temblar el suelo a cada impacto. La silueta de aquel ser aterrador se hacía cada vez más clara: un monstruo humanoide con la parte inferior de un escorpión y el torso de una persona. En lugar de manos, tenía largas tenazas, y de su cabeza se movían enormes cuernos retorcidos. Pero su rasgo más inquietante era su cola colosal, que se dividía en tres afilados aguijones, listos para atacar.
—?Un Engendro de Escarcha! —gritó uno de los exploradores.
Luna reaccionó primero.
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—?Defiende la posición! ?Manténganse firmes! Quiero que los tiradores se queden aquí y nos cubran, mientras los picadores y yo nos acercamos para distraer al Engendro de Escarcha y así rescatar al ni?o.
Una vez que el ni?o esté a salvo, tiradores, apunten directo a su cabeza. Nosotros atacaremos sus patas gigantes. ?Tengan cuidado con esas enormes tenazas y esos malditos aguijones que tiene! ???No quiero a nadie muerto!!!
Mientras todos se preparaban para seguir las órdenes de su líder al pie de la letra, una expresión de satisfacción se dibujó en el rostro de Joás al ver que finalmente había encontrado al peque?o ni?o que tanto buscaba. Decidido a no perder ni un minuto más, desprendió llamas de sus mu?ecas, las cuales derritieron las esposas que lo retenían, haciendo que cayeran al suelo completamente liquidadas.
Con un rápido movimiento, salió corriendo hacia el ni?o, mientras el grupo y Luna lo observaban con incredulidad. Joás dio un gran salto impulsado por las llamas de sus manos, usándolas como propulsores, elevándose en el aire.
Desde esa altura, Jonás gritó al peque?o ni?o, con una enorme sonrisa en su rostro:
—?Eliot, ya llegué para llevarte a casa y salvarte!—
El ni?o, al escuchar el grito desde el cielo, quedó momentáneamente impactado. De repente, vio cómo Joás descendía hacia el Engendro , cayendo con fuerza sobre él como un meteorito, aturdiéndolo con el impacto. Mientras se mantenía en el aire usando su mano izquierda, con la otra comenzó a disparar una corriente de fuego que impactó de lleno en la criatura. El monstruo se empezó a quemar, pero rápidamente apagó las llamas usando uno de sus tres aguijones, disparando una escarcha de hielo sobre sí mismo, lo que dejó a Jonás asombrado.
—?Qué extra?o...? Estoy seguro de que eso debía haberlo quemado vivo...—, con sorpresa en su rostro, Jonás observó cómo una de las enormes tenazas del monstruo se dirigía rápidamente hacia él, cortando el aire en diagonal. Justo en ese momento, Luna, con una gran rapidez, lo agarró por la chaqueta y lo empujó al suelo, esquivando el ataque de la criatura.
Con una expresión fría y tranquila, Luna le ordenó al grupo, gritando:
—?Sigan con el plan!
Luego, dirigiéndose a Jonás con un rostro de molestia, le dijo mientras se?alaba al Engendro :
—No sé cómo has podido sobrevivir hasta ahora, pero esa cosa no va a caer tan fácilmente como la anterior. Si no vas a ayudar y, en cambio, vas a estorbar, quédate aquí y déjanos salvar al peque?o ni?o y, de paso, tu patética vida—
Decidida, Luna desenfundó su espada, realizando un giro sutil en la empu?adura que encendió la hoja en llamas. Con rapidez, se lanzó hacia la criatura, que estaba recibiendo disparos desde la distancia por parte del grupo de tiradores en la retaguardia. Aprovechando la confusión que el Engendro experimentaba, Luna se abalanzó sobre una de sus patas y, con un solo tajo de su espada envuelta en fuego, la cortó limpiamente.
La criatura, sintiendo un torrente de dolor en su pata cercenada y chamuscada, reaccionó al instante, usando sus aguijones para atacar a Luna. Ella esquivó dos de estos con reflejos asombrosos y una elasticidad envidiable, realizando acrobacias milimétricas y precisas. Sin embargo, la rapidez del tercer aguijón, que venía desde su punto ciego, la tomo por sorpresa, dejándola sin tiempo para reaccionar.
Afortunadamente, Elian y los demás picadores llegaron justo a tiempo, atacando el aguijón y repeliéndolo con un fuerte ataque.
Elian exclamó con frustración y enojo en dirección a Jonás, quien aún estaba asombrado y aturdido por la pelea que Luna sostenía con la criatura.
—?Maldito loco! ?Qué demonios pasan por tu cabeza lanzándote solo, de manera tan imprudente, contra un "Engendro"? De verdad, este tipo me dan más ganas de molerlo a golpes por lo idiota y despreocupado que es...
Luna, con una calma impresionante, respondió mientras continuaba evaluando la situación, y veía como el monstruo regeneraba su pata cortada.
—Sea como sea, solo estamos gastando energía inútilmente si no logramos destruir o cortarle la cabeza a esa cosa–
Con un suspiro de exasperación, Luna miró a Jonás y luego le ordenó sin dudar:
—Cambio de planes. ?Oye, tú! El idiota suicida que está tirado en el suelo, levántate, que ya tengo un plan para ti en esta pelea. Quiero que te encargues de esos molestos aguijones que tiene esa cosa y nos des tiempo. Mientras tanto, Elian y el resto se encargarán de sus patas, y yo me ocuparé de cortarle la cabeza a ese bastardo—
Volviendo a la realidad, con una sonrisa juguetona, Joás respondió sarcásticamente a Luna:
—No puedo creer que me deje ver de una forma tan inútil y atroz. Está bien, Luna, úsame como veas conveniente. Esta vez seré de ayuda y colaboraré.
Luna se acerca con frialdad, sin que la actitud sarcástica de Joás logrará afectarla.
—Haz lo que mejor sepas hacer, pero no estorbes. —dijo sin dudar.
La tensión en el aire era palpable. La criatura, un Engendro de Escarcha , aún seguía resistiendo, a pesar de los golpes. El monstruo rugía, lanzando descargas de escarcha y hielo por todo el campo, mientras el grupo lo rodeaba con precisión.
Luna se lanzó hacia la criatura, esquivando sus intentos de ataque con movimientos veloces y letales. Cada tajo de su espada en llamas cortaba la carne de la criatura, dejando detrás una estela de hollín y sangre helada. Los gritos del Engendro resonaban como ecos aterradores, pero eso no detuvo la furia del grupo.
Joás, aprovechando la apertura, comenzó a liberar torrentes de fuego desde sus mu?ecas, mientras se mantenía en el aire, consumiendo los aguijones del monstruo con voracidad. Los aguijones caían al suelo, carbonizados y destrozados, mientras la criatura se retorcía en agónica frustración, aún con vida.
Elián y los picadores atacaron las patas del monstruo con una ferocidad calculada. Cada golpe era un impacto ensordecedor, y la criatura reaccionaba con rugidos de dolor, sus gigantescas tenazas cortando el aire en busca de venganza. Pero el monstruo ya estaba debilitado, y los ataques de Luna y su equipo no cesaban.
Finalmente, Luna, viendo que la criatura ya no podía defenderse, se lanzó al ataque definitivo. Con un movimiento fluido y brutal, cortó una de las patas traseras del Engendro con su espada llameante, la cual abrió la carne del monstruo en un desgarrador crujido. La pata caída dejó escapar un torrente de sangre helada, que se derramó en el suelo como un río congelado.
El Engendro cayó de rodillas, su enorme cuerpo temblando mientras un aliento rasposo se escapaba de su boca, llena de icor negro y hielo quebrado. Pero aún no había terminado. La criatura miró a Luna con una rabia salvaje en sus ojos, como si su monstruosa existencia no tuviera fin.
Luna, con una mirada aterradora y desgarradora, se acercó al Engendro de Escarcha que yacía debilitado ante sus ojos. Su rostro no mostraba ni la más mínima emoción. Su mirada estaba vacía, carente de vida, como si la criatura que tenía delante no fuera más que una molestia que debía ser erradicada.
—?Es hora de acabar con esta aberración! —dijo Luna con una voz tranquila, casi monótona, mientras su espada llameante brillaba en su mano.
La espada descendió con una precisión mortal, atravesando el cuello del monstruo con un sonido de carne desgarrada y huesos rotos. La cabeza del Engendro cayó al suelo, mientras una explosión de sangre helada brotaba de la herida, inundando el terreno con una mezcla espesa de sangre oscura y escarcha. El cuerpo de la criatura se desplomó, y sus grandes tenazas se agitaron en un último esfuerzo desesperado, pero su vida ya se desvanecía.
El suelo tembló bajo el peso de su caída, y el aire se llenó con el nauseabundo hedor de la sangre congelada que se derramaba, un líquido oscuro que chisporroteaba al tocar el hielo. La criatura, aún con vida, intentaba moverse, sus extremidades retorcidas y convulsionando en un último intento de luchar contra lo inevitable. Cada espasmo era un recordatorio de su sufrimiento, de la agonía que no podía escapar. Pero pronto, los movimientos se volvieron más erráticos, y el sonido de los huesos rotos y los músculos desgarrados se mezclaba con el crujir del hielo. Finalmente, dejo de moverse, y su cabeza cercenada mostró que sus ojos, llenos de terror, se apagaron en un instante.
La quietud helada que siguió fue aún más inquietante. Allí, en el suelo, yacía el enorme cuerpo de la criatura, su enorme figura distorsionada por la muerte, envuelta en una capa de sangre congelada que formaba oscuros charcos alrededor de su cadáver. La tierra la había tragado, pero no sin antes dejar una marca de lo que fue su agonía. La quietud que ahora la rodeaba era densa, pesada, como si el mismo aire temiera acercarse a ella.
Jonás observó, sin poder apartar la mirada del cadáver desmembrado y la figura de Luna, —"Que hermosa pensó para sus adentros"— La masa de carne deshecha que antes había sido una criatura terrorífica. La visión de la muerte grotesca ante él y la figura de la joven ante el imponente cadáver y su espada llameante lo hizo sentir una extra?a mezcla de satisfacción y horror. No había gloria en esa victoria, solo el amargo sabor de la supervivencia.
Luna, mirando el cadáver sin inmutarse, susurró con una calma aterradora: —No celebramos muertes. Pero esta era necesaria.
Con un leve gesto, se dirigió a los demás y hacia el ni?o, quien aún estaba paralizado por el miedo. Joás, sonriendo con sarcasmo, levantó al peque?o Eliot del suelo y lo abrazó con fuerza, mientras su mirada se deslizaba por el campo de batalla y el caos que los rodeaba.
—Hola, Eliot. ?Estabas asustado? No te preocupes, lo peor ya paso. Ahora, estas a salvo peque?o ni?o —dijo, su voz casi suave, pero cargada de un eco de tristeza.
El ni?o sorprendido, le devolvió el abrazo a Joás con más fuerza, mientras soltaba una gran cantidad de lagrimas de alivio y felicidad, dando gracias por ser salvado y seguir un día más con vida.
A medida que el grupo se agrupaba, los ecos de la batalla se desvanecían, pero la atmósfera seguía impregnada de la pesadez de la lucha y la muerte. El cadáver del Engendro se postraba sin peligró alguno, donde la escarcha y sangre congelada brillaban bajo la tenue luz del día, mientras un viento frío barría el lugar, como si la misma naturaleza estuviera condenando lo que acababa de ocurrir.
Luna, sin detenerse ni una vez, habló con un tono bajo pero firme: —Esto no ha terminado. Pero por ahora, hemos ganado un respiro. Manténganse alerta.
El grupo continuó avanzando, dejando atrás el monstruoso cadáver que marcaba la victoria, pero no el final de lo que aún estaba por venir. La batalla había sido brutal, pero aún quedaba un largo camino.