El leve zumbido del despertador rompió el silencio de la habitación, seguido por un rayo de luz pálida que atravesaba la ventana y caía directamente sobre el rostro de Max. Con un bostezo largo y perezoso, se incorporó en la cama, parpadeando varias veces hasta acostumbrarse a la claridad del amanecer.
Ya habían pasado algunos días desde su llegada a Solani, y aunque el asombro inicial había disminuido, aún le resultaba difícil creer que ese lugar tan majestuoso era ahora parte de su rutina. Desde su ventana, podía ver el movimiento constante de la academia: estudiantes cruzando los patios, algunos practicando ejercicios de concentración desde temprano, otros corriendo para no llegar tarde. Todo respiraba vida y propósito.
Se levantó con calma, estirando los brazos antes de dirigirse al ba?o. Tras arreglarse, ajustó su uniforme rojizo con precisión, asegurándose de que cada pliegue estuviera en orden. Había aprendido que en Solani, hasta los detalles importaban.
Salió al pasillo justo cuando Yamil cerraba la puerta de su habitación. Llevaba el cabello recogido de manera desordenada, como si apenas hubiese tenido tiempo de peinarse, y su expresión so?olienta era la prueba viviente de que nunca sería una persona matutina.
—Buenos días, campeón de las sábanas —saludó Yamil, rascándose la cabeza—. ?Listo para otro día de que nos expriman el cerebro?
—Lo dices como si fuera algo nuevo —respondió Max con una sonrisa, comenzando a caminar junto a él—. Aunque tengo que admitir que extra?o cuando todo esto era solo teoría.
—Bah, tranquilo, que hoy nos toca Magia Avanzada para calentar. Seguro terminamos con la cabeza hecha humo antes del almuerzo.
Mientras descendían hacia el comedor, el bullicio típico de la ma?ana ya llenaba los pasillos. Voces mezcladas, risas, pasos apresurados, el aroma del desayuno flotando en el aire… Todo formaba parte del ambiente que, aunque caótico, comenzaba a resultarle familiar y hasta reconfortante.
Al llegar al comedor, encontraron a Kirie sentada en su lugar habitual, hojeando con desgano la pantalla de su tableta.
—Buenos días —saludó Max, dejando su bandeja frente a ella.
—?Acaso lo son? —respondió Kirie sin levantar demasiado la vista, mientras pasaba de pantalla en pantalla revisando las asignaciones del día—. Magia Avanzada, luego Historia, y después a ver si no colapso por falta de energía.
—Venga, que solo es un día más de gloria —bromeó Yamil, imitando un gesto heroico mientras se dejaba caer en la silla.
—Gloria dice... —murmuró Kirie con una sonrisa cansada.
Comieron tranquilos, comentando entre bocados los rumores que circulaban por los pasillos: que algunos profesores planeaban duelos sorpresa, que estudiantes de a?os superiores comenzarían a evaluar a los nuevos en las próximas semanas, e incluso que el mismísimo presidente del consejo estudiantil había mostrado interés en asistir a alguna de sus clases.
Max escuchaba, pero su mente comenzaba a divagar. Tenía presente algo más: Artemis. Desde aquella última conversación breve, no había vuelto a cruzar más que miradas fugaces con ella. Sentía que debía buscarla, aclarar esa sensación incómoda que lo perseguía desde entonces.
—Max, ?andas pensando en alguien? —preguntó Yamil con picardía, alzando una ceja.
—?Qué? No... solo cosas —respondió Max, apartando la vista mientras Kirie lo miraba divertida.
—Cosas, claro. Cosas con cabello rojo y mirada filosa —a?adió Yamil, provocando una risa contenida de Kirie.
Max solo negó con la cabeza, resignado, y apuró los últimos bocados de su desayuno.
—Mejor apúrense, no quiero llegar tarde a Magia Avanzada —dijo, levantándose de la mesa.
—Ah, ahora resulta que es el más aplicado —bromeó Yamil mientras lo seguían.
Y así, entre risas y bromas ligeras, salieron del comedor rumbo al aula, sin imaginar que aquel día pondría a prueba no solo su conocimiento… sino también su confianza en lo que podían llegar a ser.
El aula de Magia Avanzada no era solo una sala común de Solani. Para Max, seguía siendo uno de los lugares más fascinantes que había visto desde su llegada. Amplia, de paredes cubiertas con complejos glifos que pulsaban suavemente en tonos dorados y azulados, como si respiraran al ritmo de la energía mágica del entorno. El techo abovedado estaba compuesto por placas traslúcidas que dejaban pasar una luz tenue, creando un ambiente casi solemne, sus lámparas flotantes giraban lentamente como siempre, iluminando el espacio con tonos cálidos.
Max entró primero, inhalando el aire cargado de Yulem que parecía envolver la sala como una neblina invisible. Solo con estar allí, sentía cómo su energía respondía, vibrando ligeramente bajo la piel. Había algo en ese lugar que despertaba su curiosidad más profunda. No importaba el cansancio ni los días duros; si algo esperaba con ansias, era cada lección de Magia Avanzada.
—Nunca entenderé cómo puedes estar tan animado para esto —comentó Yamil, entrando detrás de él mientras bostezaba sin reparo—. Es como si te enchufaran apenas cruzas la puerta.
—Simple. Esto es lo que vinimos a aprender, ?no? —respondió Max, mirando con entusiasmo hacia el centro del aula, donde ya se preparaba el profesor.
El maestro Kelzar era un hombre de estatura media, siempre vestido con su túnica oscura y con los elementos brillantes alrededor de sus mangas, además de un único brazalete de plata que llevaba en la mu?eca derecha. Su voz era pausada y firme, de esas que no necesitaban alzar el tono para captar la atención completa de la sala. Pero lo que más destacaba era su presencia: bastaba con que entrara para que todos guardaran silencio, no por temor, sino por respeto.
—Muy bien, tomen asiento —dijo Kelzar mientras revisaba un antiguo libro encuadernado en cuero, del que extraía peque?as anotaciones mágicas que flotaban frente a él como hologramas etéreos—. Hoy continuaremos con un tema clave para quienes realmente buscan dominar su afinidad: la resonancia del Yulem y la sintonización con el entorno.
Max se acomodó en su asiento, inclinándose ligeramente hacia adelante. Sus ojos no perdían detalle, como si cada palabra del profesor fuera una pieza crucial para desentra?ar un misterio largamente esperado.
—Recuerden que no es suficiente canalizar poder —continuó Kelzar, paseándose lentamente frente al grupo—. Un mago eficaz no es aquel que genera más energía, sino quien logra integrarse con el flujo que lo rodea. Cuanto mayor sea su armonía con el entorno, menor será el gasto de su Yulem y mayor la estabilidad de sus creaciones.
El profesor detuvo su paso junto a un gran mural arcano en la pared y extendió la mano. Los glifos reaccionaron al instante, encendiendo un patrón complejo que representaba corrientes de energía entrelazadas.
—Imaginen que su afinidad es una melodía —prosiguió—. Si tocan esa melodía en soledad, puede ser hermosa. Pero si logran que su Yulem cante al unísono con las fuerzas que los rodean, obtendrán una sinfonía imposible de detener.
Max apenas pesta?eaba. Cada ejemplo, cada referencia, alimentaba su comprensión de formas que antes no creía posibles. Su mente ya jugaba con ideas para aplicar aquello, visualizando cómo su fuego podría no solo existir, sino bailar junto al viento, elevarse con la corriente natural del aire o absorber el calor ambiente para potenciarse sin drenarlo todo de sí mismo.
—Para la próxima sesión, quiero que empiecen a identificar los patrones de resonancia a su alrededor. Si logran sentirlos, el siguiente paso será fusionarse con ellos —concluyó Kelzar, cerrando el libro de un gesto sutil y provocando que los glifos apagaran su resplandor.
Un murmullo bajo recorrió el aula mientras algunos estudiantes compartían impresiones o dudas, pero Max permaneció quieto, casi hipnotizado por todo lo que acababa de escuchar.
—?Volviste a viajar mentalmente o estás planeando conquistar el mundo? —bromeó Yamil, dándole un leve codazo.
—No... solo pienso que si logro dominar esto, podría llevar mi control a otro nivel. No sabía que era posible canalizar así —respondió Max, todavía absorto.
—Bueno, mientras no hagas explotar el aula, yo te apoyo —rió Yamil.
Kirie, por su parte, solo asintió mientras revisaba algunas notas que había tomado.
—Tienes potencial para esto, Max. Creo que no es casualidad que esta clase te guste tanto.
él solo sonrió, sin poder disimular su entusiasmo. Para él, esa clase no era solo teoría… era el verdadero camino hacia lo que aspiraba ser.
Apenas salieron del aula, los pasillos se llenaron de conversaciones cruzadas. Algunos estudiantes discutían con entusiasmo los conceptos de resonancia explicados por el profesor Kelzar, mientras otros simplemente se quejaban del nivel de complejidad.
—Creo que mi cabeza está a punto de explotar —comentó Yamil, girando los hombros como si la clase le hubiera dejado una carga física encima—. Resonancia por aquí, sinfonías por allá... Si sigo así, me voy a quedar sin chispa antes del almuerzo.
—Eso es porque solo piensas en lanzar descargas como si fueran fuegos artificiales —se burló Kirie, dándole una palmada suave en la espalda—. Si te enfocaras más, tal vez dejarías de chamuscar a los mu?ecos de práctica sin sentido.
—?Eh! Que soy un artista del caos, no me compares con los que solo soplan viento —respondió Yamil, se?alando a Erick, quien pasaba cerca y levantó una ceja con gesto de desafío.
—?Decías algo? —preguntó Erick, deteniéndose unos segundos, el cual era uno de los estudiantes que ya pertenecían a tercer grado al cual nos habíamos integrado yo y mis compa?eros.
—Nada, nada. Solo admirando tus gloriosas ráfagas —replicó Yamil, cruzándose de brazos, lo que provocó una peque?a risa en el grupo.
Max observaba todo con una sonrisa discreta. Sentía cómo, poco a poco, los vínculos entre los compa?eros comenzaban a tejerse, algunos con hilos de camaradería y otros con competencia sutil, pero necesaria.
—Por cierto, Max —intervino Garam, acercándose con su habitual tono tranquilo—. Esa explicación de Kelzar te quedó grabada, ?no? Tenías cara de estar absorbiéndolo todo.
—Algo así —admitió Max—. Solo intento entender cómo aplicarlo. Si logramos dominar la resonancia, podría mejorar mucho más el control sobre mi afinidad.
—Entonces espero que no decidas probarlo sobre nosotros durante las prácticas —bromeó Garam, dándole un suave golpe amistoso en el hombro.
—Solo si te pones en el camino —respondió Max con una media sonrisa.
Entre bromas y comentarios ligeros, el grupo avanzó hacia la siguiente clase, aunque Max comenzaba a distraerse. Mientras los demás charlaban y reían, su mirada se perdía entre los estudiantes que se dispersaban por los corredores.
No podía quitarse de la cabeza que, al terminar la jornada, debía buscar a Artemis. Algo en ella lo intrigaba más de lo que quería admitir. Su actitud, esas miradas fugaces, y sobre todo esa sensación constante de que había algo más que él no lograba recordar.
Yamil lo notó de inmediato.
—Max... lo tuyo ya es descaro —dijo, siguiéndole la mirada con disimulo—. ?Pensando en alguien que empieza con “A” y termina con “rtemis”?
Max solo resopló, sin responder, lo que provocó carcajadas disimuladas entre sus amigos.
—?Eh, no lo niegues! —a?adió Kirie—. Además, no estaría mal que le hables de una vez. Aunque sea para que deje de mirarte como si hubieras olvidado pagarle una deuda.
—Tal vez después —respondió Max, encogiéndose de hombros—. Aún no sé qué decirle.
—Entonces no lo pienses tanto. Solo acércate. Peor que ahora no vas a quedar —bromeó Yamil.
Max dejó escapar una risa breve y, aunque intentó disimularlo, no pudo evitar mirar de reojo a uno de los grupos cercanos, esperando tal vez verla entre ellos.
No estaba.
Pero pronto, pensó, tendría la oportunidad.
El resto de la ma?ana pasó entre transiciones de clase y conversaciones dispersas, pero Max apenas podía concentrarse. La inquietud crecía con cada minuto. Sabía que, si no se atrevía a buscar a Artemis pronto, esas dudas lo seguirían carcomiendo durante semanas.
Cuando terminó la última clase antes del almuerzo, Max se detuvo en la puerta, observando cómo los grupos se dispersaban por los pasillos. El bullicio habitual llenaba los corredores, pero a él solo le importaba encontrar una cabellera rojiza entre la multitud.
—?Vas a ir? —preguntó Yamil, dándole un leve empujón en el hombro.
Max asintió, aunque no dijo nada. Solo ajustó la correa de su mochila y comenzó a caminar en dirección opuesta a sus amigos, mientras escuchaba a Yamil y Kirie intercambiar risas y bromas a su espalda.
Revisó las zonas comunes, los pasillos cercanos al comedor e incluso el jardín interno, hasta que por fin la vio. Artemis estaba sola, apoyada contra una barandilla del segundo piso, mirando hacia el patio central. Parecía absorta, con los brazos cruzados y la mirada perdida, como si contemplara algo lejano que solo ella podía ver.
Max respiró hondo, se acercó sin prisas, y cuando estuvo a pocos pasos, carraspeó suavemente para llamar su atención.
Ella giró apenas el rostro y lo miró de reojo, como si ya supiera que él aparecería.
—Hola... —saludó Max con algo de torpeza—. ?Tienes un momento?
Artemis no respondió al instante. Lo observó de arriba abajo, con esa expresión neutra que tanto desconcertaba. Luego desvió la mirada nuevamente al patio.
—Pensé que seguirías evitando hablar conmigo —respondió al fin, con tono seco.
Max se rascó la nuca, incómodo.
—No es eso. Solo… no sabía si era buen momento.
—No lo es. Pero ya estás aquí.
Ese comentario cortante lo tomó por sorpresa. No era agresivo, pero sí lo suficientemente frío para dejar claro que Artemis no estaba del todo abierta a la charla.
—Quería preguntarte... Bueno, he notado que... —dudó un segundo, buscando las palabras correctas—. Siento que me miras como si esperaras algo. Como si hubiera algo que debería recordar y no logro hacerlo.
Artemis entrecerró los ojos, con una ligera mueca de fastidio.
—?De verdad no tienes idea? —susurró, y por primera vez hubo un destello de decepción en su mirada.
Max negó con la cabeza, sincero.
—No... no lo recuerdo.
Artemis soltó un peque?o resoplido, apartándose de la barandilla para quedar frente a él.
—Entonces, olvídalo. No tiene sentido hablar de eso si tú ni siquiera puedes recordar lo básico —dijo con un leve encogimiento de hombros, aunque en sus ojos había algo más… algo entre frustración y tristeza contenida.
Max intentó replicar, pero ella ya se había girado para marcharse.
—Espera… —llamó, pero Artemis solo alzó una mano en el aire sin volverse.
—Otro día, Max. Cuando lo recuerdes... quizás podamos hablar de verdad.
Y así, sin más, se alejó por el pasillo, dejándolo solo, cargado de más preguntas que respuestas.
Max apoyó las manos en la barandilla, contemplando el patio desde donde ella había estado observando. ?Qué era lo que no lograba recordar? ?Y por qué eso parecía importante para ella?
La duda pesaba más que nunca.
Pero una cosa era segura: Artemis no le diría nada... hasta que él mismo lograra comprenderlo.
La siguiente clase llegó sin demasiado entusiasmo por parte de nadie. Después del encuentro con Artemis, Max apenas pudo prestar atención al camino de regreso. Su mente repetía una y otra vez aquella mirada, esa decepción contenida y la sensación de que algo importante se le escapaba entre los dedos.
—Venga, que no te perdimos, ?eh? —le dijo Yamil, sacándolo de sus pensamientos mientras entraban al aula de Historia Fundamentada.
—Sí, sí… aquí estoy —respondió Max, aunque su tono no era tan convincente.
The tale has been illicitly lifted; should you spot it on Amazon, report the violation.
—Parece que hablar con ella te dejó peor que una descarga mal canalizada —a?adió Kirie, dejándole caer la tableta sobre la mesa como si también se rindiera ante el tedio de la próxima hora.
El aula era la misma de siempre, con ese aire pesado y monótono que ni siquiera los glifos antiguos en las paredes podían salvar del aburrimiento absoluto. El profesor Arkhan ya los esperaba, erguido junto a su escritorio, con el mismo rostro inexpresivo y la misma voz plana que hacía que hasta el Yulem del ambiente pareciera entrar en reposo.
—Hoy continuaremos revisando las etapas intermedias de la expansión del primer consejo de Solani… —empezó Arkhan, como si el tiempo no tuviera prisa y sus palabras pudieran flotar en el aire durante horas sin ir a ninguna parte.
Max intentó concentrarse, pero la voz del profesor era como un suave arrullo que empujaba su mente a vagar por lugares más interesantes. Las fechas, los nombres y los tratados parecían disolverse como polvo en el viento. Cada tanto, veía a Yamil cabecear suavemente, hasta que el propio Kirie le empujaba el codo para evitar que se quedara dormido por completo.
El resto de los estudiantes apenas disimulaban su desgano. Alguno que otro revisaba apuntes antiguos para no perder totalmente el hilo, mientras otros simplemente dejaban que la hora pasara como un mal clima.
Afuera, el sol seguía alto, y los jardines de Solani relucían con la brisa suave moviendo las copas de los árboles. Max se preguntó si Artemis estaría por allí, si también sufría la tortura de Historia Fundamentada o si su mente estaba tan lejos como la suya.
Cuando Arkhan finalmente cerró el tema del día sin mucha ceremonia, los estudiantes se levantaron como si hubieran sido liberados de un hechizo.
—Lo logramos… otro capítulo aburrido sobrevivido —murmuró Yamil mientras recogía sus cosas.
—A este ritmo vamos a necesitar una siesta antes del almuerzo —a?adió Kirie.
—Ojalá fuera tan fácil como dormir y despertar sabiendo lo que olvidé —susurró Max, más para sí mismo que para los demás.
—?Otra vez pensando en Artemis? —preguntó Yamil con media sonrisa, pero sin el tono burlón de antes.
Max solo asintió levemente.
—Supongo que sí.
—Pues mejor relájate, hermano. No podemos perder toda la energía antes de las próximas clases —dijo Yamil mientras se estiraba—. Si quieres, después entrenamos un poco. Capaz así despejas la cabeza.
Max sonrió, agradecido.
—Sí… me vendría bien.
Y sin más, salieron del aula, dejando atrás otra sesión interminable de historia y cargando consigo un peso invisible que solo parecía hacerse más evidente con cada minuto que pasaba.
El sol comenzaba a descender cuando Max, Yamil y Kirie salieron del edificio, dejando atrás la pesadez de la última clase. Afuera, el aire fresco era un alivio. Se respiraba libertad tras horas de teoría interminable, y los últimos destellos dorados del atardecer ba?aban los pasillos y los jardines con tonos cálidos que parecían envolver a Solani en una calma irreal.
—Si alguien me vuelve a mencionar la historia del primer consejo, juro que hago que me expulsen —comentó Yamil, estirando los brazos con exageración, provocando una risa contenida de Kirie.
—No sería tan malo si Arkhan supiera contarla sin que pareciera un hechizo para dormir —a?adió ella, revisando la tableta por costumbre, aunque ya no había nada importante para ese día.
Max sonreía apenas, pero no del todo por las bromas. Seguía dándole vueltas a las palabras de Artemis, a esa sensación incómoda que se había instalado en su pecho. Había esperado que hablar con ella aclarara sus dudas… pero ahora solo tenía más.
—?Sigues pensando en ella? —preguntó Kirie, mirándolo de reojo mientras caminaban.
Max asintió lentamente.
—No puedo evitarlo. Es como si hubiera algo ahí, algo importante que simplemente no logro recordar. Y la forma en que me mira... sé que sabe más, pero no me lo va a decir.
—Entonces tendrás que descubrirlo por tu cuenta —dijo Yamil con un encogimiento de hombros—. Pero no te cierres solo a eso. También estamos aquí, ?sabes?
—Sí... lo sé —respondió Max, agradecido, aunque su mirada seguía perdida en algún punto entre los edificios y las torres de Solani.
Caminaron un rato más sin prisa, disfrutando del ambiente, observando cómo otros grupos de estudiantes se reunían para charlar, repasar lecciones o simplemente compartir el final del día.
Cuando llegaron a los dormitorios, el ambiente era más relajado. Luces cálidas iluminaban los pasillos, y desde algunas ventanas se oían risas y fragmentos de conversaciones distantes. Era uno de esos momentos tranquilos que Solani ofrecía antes de que el siguiente día volviera a exigirles todo.
—Bueno, ma?ana será otro día —comentó Kirie, despidiéndose con un gesto antes de entrar en su habitación.
—Sí, descansen —a?adió Max.
—Tú también, hermano. Pero sin darle demasiadas vueltas a la cabeza, ?eh? —dijo Yamil con una sonrisa amistosa antes de desaparecer tras su puerta.
Max quedó solo frente a la suya. Abrió, dejó la mochila a un lado y se recostó sin siquiera cambiarse, mirando el techo como tantas veces hacía cuando su mente no encontraba respuestas.
Artemis... ?Quién eres realmente en mi historia? ?Qué se supone que debo recordar?
Suspiró profundo, cerrando los ojos.
Ma?ana sería un nuevo día. Tal vez uno con más respuestas. O con más dudas.
Pero estaba listo para afrontarlo.
Porque al menos, por primera vez en mucho tiempo, no lo haría solo.
La noche en Solani transcurrió en un silencio reparador, pero Max no durmió tan profundamente como hubiera querido. Aún con los ojos cerrados, su mente seguía atrapada en el eco de la conversación con Artemis y esa sensación persistente de vacío, como si faltara una pieza clave en su memoria.
Cuando la alarma sonó al amanecer, Max se levantó sin demasiado ánimo. Se vistió con calma, ajustó su uniforme y se sentó al borde de la cama, mirando el auricular blanco que reposaba sobre su mesa de noche.
Lo tomó, girándolo entre los dedos por unos segundos antes de colocarlo detrás de la oreja. El dispositivo se activó de inmediato con un leve ardor familiar, desplegando frente a él el panel holográfico de siempre.
Sin pensarlo demasiado, abrió la línea de comunicación con Ikuro.
—?Ikuro? —llamó en voz baja.
Hubo unos segundos de estática antes de que la voz serena y ligeramente burlona del misterioso hombre emergiera del auricular.
—Vaya, qué sorpresa. Pensé que solo me llamarías si el mundo se estaba cayendo a pedazos —respondió Ikuro con un tono juguetón.
Max respiró hondo, mirando el techo.
—Quiero preguntarte algo… ?Por qué no puedo recordar a alguien que parece conocerme? Siento que... debería saberlo, pero no hay nada. Nada en absoluto.
Del otro lado hubo un breve silencio, como si Ikuro considerara su respuesta cuidadosamente.
—No lo sé, chico —dijo al fin, con voz tranquila—. Pero si tuviera que apostar… diría que podría tener algo que ver con los peque?os ajustes que ocurrieron cuando “todo cambió”. A veces, ciertos recuerdos… se extravían. Digamos que el mundo no es tan perfecto como parece.
Max frunció el ce?o.
—?Qué quieres decir con “cuando todo cambió”?
Ikuro soltó una risa baja, como si acabara de escuchar una broma interna.
—Otro día, Max. Hoy no es momento para secretos pesados.
Y, antes de que Max pudiera replicar, Ikuro a?adió con un tono descaradamente burlón:
—Pero tranquilo… si no lo recuerdas, probablemente no era tan importante.
La comunicación se cortó sin previo aviso, dejando el panel holográfico flotando unos segundos antes de desaparecer.
Max se quedó sentado en silencio, procesando esas palabras. Lejos de calmarlo, la evasiva de Ikuro solo reforzó su incomodidad. Si hasta él evitaba hablar del tema, era claro que había mucho más detrás de su falta de recuerdos de lo que jamás hubiera imaginado.
Finalmente, se levantó, ajustó su chaqueta y salió del cuarto. Aún le esperaban más clases y, con ellas, tal vez nuevas piezas del rompecabezas.
Porque, por mucho que intentaran distraerlo... ahora estaba seguro de que algo estaba mal. Muy mal.
El resto del día transcurrió sin mayores sobresaltos. Después de la larga jornada, Max se sentía aún más inquieto, pero trató de dejar a un lado las dudas mientras avanzaba hacia el comedor para reunirse con Yamil y Kirie para la cena.
El ambiente era más tranquilo que de costumbre. La mayoría de los estudiantes parecían demasiado cansados para sostener conversaciones animadas. La intensidad de las clases comenzaba a pasar factura a todos.
—?Todo bien? —preguntó Kirie apenas lo vio llegar. Max notó que ella estudiaba su expresión con atención, como si supiera que algo no andaba del todo bien.
—Sí… solo no pude dormir muy bien —respondió Max, sin entrar en detalles.
—Hermano, necesitas desconectar un poco —a?adió Yamil, dándole una palmada en la espalda—. Ma?ana seguimos, y seguro será igual de pesado.
—Lo sé… pero siento que algo importante está a punto de pasar —dijo Max, casi en un susurro.
—Pues que pase después de que tenga un largo sue?o reparador—bromeó Yamil, arrancando una leve sonrisa en el grupo.
Comieron tranquilos, sin prisas, dejando que el cansancio del día comenzara a disiparse poco a poco. Al terminar, cada uno regresó a su dormitorio, arrastrando los pies como si el peso del día finalmente los alcanzara.
Max, una vez más, se recostó en su cama, pero esta vez dejó el auricular guardado, sin intención de volver a usarlo esa noche. No necesitaba más enigmas. Solo descanso.
Mientras cerraba los ojos, respiró profundo, intentando anclar su mente en la calma que Solani ofrecía a esas horas. Fuera, las luces mágicas titilaban como estrellas bajas, y el viento nocturno jugaba suavemente con las cortinas.
Ma?ana sería otro día.
Y con él, más preguntas. Más respuestas.
Pero, por ahora, bastaba con cerrar los ojos y recordar que aún había tiempo.
Tiempo para descubrirlo todo.
El sonido suave del despertador marcó el inicio de un nuevo día en Solani. Esta vez, Max se incorporó sin pereza, como si el mismo presentimiento que lo había acompa?ado la noche anterior aún estuviera allí, empujándolo a no perder ni un segundo.
Se arregló con calma, vistiendo su uniforme rojizo, y ajustó bien su chaqueta antes de salir. Afuera, el clima era fresco, con una brisa agradable que movía las hojas de los árboles del patio central. El cielo apenas comenzaba a aclararse, pintado de tonos lavanda y dorado. Los primeros rayos de sol hacían brillar los glifos que adornaban las paredes exteriores de los edificios, proyectando destellos suaves que parpadeaban como si respiraran.
Al llegar al comedor, Yamil y Kirie ya lo esperaban en su mesa habitual.
—?Dormiste mejor? —preguntó Kirie, mientras removía el té caliente en su taza.
—Más o menos —respondió Max, tomando asiento—. Pero al menos hoy no me siento como si me hubieran pasado por encima.
—Perfecto, porque hoy no hay descanso —a?adió Yamil, mordiéndose un trozo de pan—. Dicen que Dazmir aumentará la dificultad en Fundamentos Prácticos. Quizás hoy sí terminemos hechos polvo.
—Solo espero que no nos partan en dos con los combates —a?adió Max con una sonrisa cansada.
—Tienes suerte de que aún no haya pruebas formales. Pero prepárate, porque se nota que nos están observando —dijo Kirie, se?alando discretamente a un grupo de estudiantes de a?os superiores sentados en una mesa cercana.
Max los miró de reojo. Efectivamente, aunque disimulados, varios pares de ojos analizaban a los nuevos, como si midieran quién valía la pena y quién no.
—Pues que observen lo que quieran —dijo Yamil—. Hoy toca dejar una buena impresión.
Terminaron el desayuno entre comentarios ligeros y bromas para aflojar la tensión. Aunque intentaban mantener el ánimo relajado, los tres sabían que lo que vendría no sería sencillo. Cada día parecía exigirles más, como si Solani estuviera ajustando las piezas de un juego que apenas comenzaban a entender.
Al salir del comedor, el sol ya iluminaba completamente los patios. Estudiantes iban y venían, la energía mágica del lugar vibraba sutilmente bajo sus pies, y las puertas del campo de entrenamiento ya esperaban abiertas para recibirlos.
Era hora de darlo todo.
Y Max, esta vez, no pensaba contenerse.
El campo de entrenamiento estaba más activo que nunca aquella ma?ana. La brisa fresca apenas lograba disipar la creciente tensión que se acumulaba entre los estudiantes mientras se preparaban. El profesor Dazmir ya los esperaba en el centro del área, con su postura rígida y su acostumbrada mirada severa.
Antes de comenzar la clase, Max alcanzó a notar cómo un peque?o grupo de estudiantes, con uniformes distintos y emblemas de segundo a?o, se acercaban al borde del campo. Sus voces eran bajas, pero Dazmir asintió tras escuchar su petición, permitiéndoles permanecer como observadores. Max no se percató del intercambio; estaba demasiado enfocado en calentar y preparar su canalización de Yulem.
—Hoy vamos a exigirnos —anunció Dazmir, haciendo un gesto para que formaran un círculo amplio—. Las prácticas básicas terminaron. Ahora quiero ver enfrentamientos serios. Sin reservas, sin excusas. Controlen su poder, pero no contengan su habilidad. Dejaré que los resultados hablen por ustedes.
Dividió a la clase en parejas. Max fue emparejado con Kael, un estudiante de complexión robusta, de cabello corto y oscuro, con una expresión calmada y segura. Su afinidad con la tierra lo hacía especialmente resistente y fuerte en combates de largo aliento.
—?Preparado? —preguntó Kael, flexionando los dedos mientras algunas partículas de roca comenzaban a flotar a su alrededor.
—Siempre —respondió Max, sintiendo cómo el calor comenzaba a concentrarse en sus palmas.
—Inicio del combate —anunció Dazmir.
Kael no perdió tiempo. Alzó ambas manos y del suelo emergieron dos pilares de piedra que avanzaron directo hacia Max como embestidas. Pero Max, anticipándose al movimiento, deslizó su cuerpo hacia un costado y contraatacó con una llamarada precisa que rozó uno de los pilares, desintegrándolo en el aire.
Kael no se inmutó. Pisó fuerte el suelo y creó una onda de choque que levantó una muralla de roca a modo de defensa, obligando a Max a retroceder y buscar un ángulo.
—Vas mejorando —murmuró Kael tras la barrera—, pero la tierra siempre resiste.
Max sonrió. Aprovechó el impulso, canalizó su Yulem y lanzó una serie de peque?as esferas ígneas que impactaron contra la muralla, agrietándola hasta abrir una brecha.
No dejó que Kael se recuperara. Avanzó rápidamente, girando sobre sí mismo para crear una estela de fuego que lanzó directo a su oponente, obligándolo a cubrirse con un escudo improvisado de tierra.
Desde la distancia, los estudiantes de segundo a?o observaban con interés.
Dazmir, de brazos cruzados, seguía cada movimiento con atención, aunque su rostro no dejaba entrever aprobación ni crítica.
Kael, sin perder la calma, levantó ambas manos, haciendo que una serie de púas de piedra surgieran del suelo en dirección a Max. Max reaccionó a tiempo, creando un escudo de fuego que desintegró las primeras, pero una logró rozarle el hombro, provocándole una quemadura leve.
—Bien jugado —dijo Max, respirando agitado, pero sin perder la concentración.
—Lo mismo digo —respondió Kael.
Ambos se lanzaron de nuevo al ataque, pero antes de que uno pudiera tomar ventaja definitiva, Dazmir levantó la mano.
—?Suficiente! —ordenó—. Buen control. Buena adaptación. Veo progreso, pero aún falta disciplina.
El combate terminó, pero la tensión seguía en el aire. Max respiraba agitado, aunque satisfecho. Había logrado mantenerse firme frente a Kael, y lo mejor de todo era que sentía que todavía podía haber dado más.
Mientras regresaban a sus posiciones, Yamil le dedicó un gesto de aprobación desde la distancia, y Kirie asintió levemente con una sonrisa discreta.
Los de segundo a?o murmuraban entre sí, con expresiones de interés, antes de retirarse sin hacer ruido.
Max se permitió una sonrisa breve. Algo dentro de él comenzaba a despertar, y cada día sentía que estaba más cerca de descubrir su verdadero potencial.
Aún con la adrenalina del combate reciente corriendo por su cuerpo, Max salió del campo de entrenamiento junto a sus compa?eros. El aire fresco del pasillo le ayudó a calmarse, pero no pudo evitar revisar una y otra vez cada momento del enfrentamiento contra Kael. Había errores, sí, pero también mejoras claras. Por primera vez desde su llegada a Solani, sentía que su progreso era real.
—Buen combate, Max —comentó Kirie mientras caminaban—. No pensé que fueras a presionar a Kael de esa manera.
—Yo tampoco —admitió él, frotándose el hombro donde la púa de piedra le había rozado—. Pero fue diferente. No sé… por un momento sentí que podía mantener el ritmo sin agotar todo mi Yulem.
—Eso se llama avance, amigo —a?adió Yamil, golpeándole suavemente la espalda—. Hoy impresionaste a más de uno. No te hagas el modesto.
—Sí, bueno… igual aún queda mucho por mejorar —respondió Max, aunque no pudo evitar sonreír ante los elogios.
Llegaron a la Sala de Visualización y Creación Profunda, un espacio que ya se había vuelto familiar, pero no por ello menos desafiante. La atmósfera seguía igual de densa, cargada de Yulem que vibraba como una corriente invisible a través de las paredes.
El profesor Zaerus los recibió con la misma serenidad de siempre.
—Hoy perfeccionaremos lo que apenas comenzó en la última sesión —anunció con voz suave, pero firme—. No quiero formas vagas ni conceptos a medio construir. Visualicen con precisión. La perfección está en el detalle.
Se formaron en círculo una vez más. Max se sentó con las piernas cruzadas, cerró los ojos y comenzó a concentrarse.
A su alrededor, el murmullo sutil del Yulem llenaba el aire, como si la energía del lugar esperara ser moldeada.
Recordó su serpiente ígnea, pero esta vez no bastaba con repetirla. Zaerus había sido claro: debía mejorarla. Darle un propósito real, una existencia estable.
Respiró hondo y proyectó la imagen mental con mayor intensidad. No solo era fuego flotante ahora… era movimiento, defensa, ataque, fluidez. La serpiente surgió, más definida, con escamas formadas de llamas compactas, rodeándolo lentamente como un anillo protector.
Zaerus pasó cerca, observando la figura sin decir palabra, pero Max alcanzó a notar un leve gesto de aprobación en su rostro. Eso era todo lo que necesitaba.
—Controla la energía sobrante —susurró el profesor sin detenerse—. Que tu voluntad no se disuelva en exceso.
Max asintió para sí mismo y pulió los bordes, sintiendo cómo la serpiente giraba de forma aún más precisa, como si realmente estuviera viva.
Mientras tanto, Yamil, al otro lado del círculo, lograba formar un arco de electricidad más estable que la vez anterior, aunque con destellos aún irregulares.
Kirie había reforzado sus danzantes rayos, creando varios de ellos, era un espectáculo visual, tres peque?os rayos bailaban ahora frente a ella.
El nivel del grupo había mejorado. La sincronía entre los presentes creaba una vibración constante en la sala, y hasta los glifos de las paredes parecían pulsar con más fuerza, como si reconocieran el avance colectivo.
Tras varios minutos de concentración y proyección, Zaerus levantó la mano para indicar el final.
—Detengan la canalización. Abandonen la imagen, pero retengan la sensación —dijo—. Esto no es solo una habilidad, es una extensión de ustedes mismos. Dominen su mente y dominarán su poder.
Max dejó que la serpiente ígnea se disipara lentamente, desvaneciéndose en un tenue resplandor que se apagó al tocar el suelo.
Cuando salieron de la sala, el ambiente nocturno los envolvió suavemente. Las luces mágicas titilaban en lo alto, y la brisa fría les recordaba que otro día intenso había llegado a su fin.
—?Ahora sí puedo decir que merecemos descanso? —preguntó Yamil, entre risas.
—Sí, hoy lo ganamos —respondió Max, sintiéndose satisfecho, pero aún inquieto por las palabras de Ikuro y la distancia de Artemis.
Pero por ahora, bastaba con haber dado un paso más. Ma?ana… sería otro reto.
Ya casi era de noche cuando Max se quedó solo en uno de los patios interiores de Solani, disfrutando del aire fresco y dejando que el cansancio del día comenzara a disiparse. La última práctica había sido intensa, pero lo que más pesaba sobre su mente seguía siendo Artemis. No podía quitarse de la cabeza aquella conversación anterior y las respuestas que nunca llegaron.
Mientras observaba las luces flotantes que iluminaban suavemente los senderos, escuchó pasos acercándose. Al girar, la vio. Artemis caminaba con las manos en los bolsillos de su chaqueta del uniforme, el cabello rojizo atado de manera informal y una expresión neutra que parecía ocultar algo más.
—Ah... hola —saludó Max, sin saber del todo si debía interrumpirla.
Ella se detuvo frente a él, levantando una ceja con ligera curiosidad.
—?Otra vez por aquí? —preguntó con tono casi indiferente, aunque sus ojos lo estudiaban con atención.
Max se encogió de hombros.
—Supongo que necesitaba despejarme. Ha sido un día largo.
Artemis asintió, mirando hacia el cielo un momento antes de volver a fijarse en él.
—Y entonces... ?sigues tratándome con esa formalidad absurda? —preguntó de golpe, sin rodeos.
Max parpadeó, confundido.
—?Eh? No creo que...
—Lo haces —lo interrumpió—. Me hablas como si fuera una completa desconocida. Y eso es... molesto.
El comentario lo tomó por sorpresa. Max buscó una respuesta lógica, pero solo pudo admitir la verdad.
—Es que... no sé por qué siento que debería conocerte más de lo que puedo recordar. Pero no hay nada. Es como si faltara algo… algo que simplemente no está.
Por un instante, Artemis guardó silencio. Lo observó con intensidad, como si intentara decidir si él decía la verdad o si era parte de algún juego.
Finalmente, resopló suavemente, apartando la mirada.
—Eres un idiota... —susurró, pero no con tono de burla ni desprecio. Era más como una mezcla de frustración y resignación.
Sin darle oportunidad de responder, comenzó a caminar nuevamente, pero esta vez con paso más lento, como si quisiera dejarle espacio para pensar en sus palabras.
Max la vio alejarse, sintiendo cómo la intriga crecía dentro de él. Lo peor no era no saber qué había olvidado... lo peor era que Artemis sí lo recordaba. Y, por alguna razón, había decidido callar.
—Otro día... —se dijo a sí mismo, sin saber si era una promesa o una advertencia.
Solo quedaba esperar el momento adecuado para descubrirlo.
El amanecer llegó como cualquier otro, y Solani despertó envuelta en su rutina habitual. Max, Yamil y Kirie apenas intercambiaron palabras durante el desayuno, aún algo agotados por la intensidad del día anterior. Sin embargo, ninguno se quejó. Se había vuelto parte del ritmo de vida allí: aprender, mejorar, resistir y repetir.
El día transcurrió con rapidez. La clase de Fundamentos Prácticos de Lanzamiento y Lucha los ocupó buena parte de la ma?ana, donde realizaron ejercicios simples de coordinación y ajustes técnicos, sin combates formales esta vez. Solo una práctica ligera para recuperar ritmo, bajo la atenta supervisión de Dazmir, quien apenas intervino, satisfecho con el progreso general.
Luego vino Visualización y Creación Profunda, donde Zaerus los guió en técnicas de proyección básica para reforzar sus creaciones anteriores. Max decidió perfeccionar los detalles de su serpiente ígnea, sin aspirar a nada más complejo por el momento. Lo importante era mantener la estabilidad y la precisión.
Entre clases hubo poco margen para conversaciones profundas. Los estudiantes parecían concentrados en sus propias metas o demasiado cansados para más bromas.
Sin embargo, ya casi al final de la jornada, mientras recogían sus cosas y caminaban hacia los dormitorios, Kirie les compartió una noticia que había oído en los pasillos.
—Dicen que pronto nos darán un par de días de descanso —mencionó sin disimular su alivio—. Algunos dicen que será para visitar a sus familias, otros solo para salir del campus y despejarse un poco.
—?Por fin! —exclamó Yamil, levantando los brazos como si hubiera ganado un combate—. No sé ustedes, pero yo pienso dormir tres días seguidos y no tocar un solo ejercicio de Yulem.
—Suena bien —admitió Max, aunque no podía evitar pensar en la idea de salir, tal vez explorar más allá de Solani o simplemente encontrar un momento de calma sin presión constante.
El ambiente se sintió distinto después de eso. Más relajado. Como si, por primera vez en semanas, hubiera espacio para pensar en algo más que entrenamientos, clases y batallas.
Y aunque aún faltaban algunos días para que ese descanso llegara oficialmente, solo la idea de tenerlo ya era suficiente para aliviar el peso que todos comenzaban a arrastrar.
Pronto... tendrían un respiro.
Y Max no estaba seguro de si eso le emocionaba... o le preocupaba.